Javier Marijuán
En los sondeos electorales de los últimos años llama la atención cómo los jóvenes cuestionan cada vez más el orden institucional creado por sus mayores, lo que ha provocado una situación política de inestabilidad desconocida hasta ahora.
En el plano religioso, observamos un fenómeno parecido. El desplome de la práctica religiosa y de la práctica de sacramentos nos plantea un nuevo escenario que nos desestabiliza y aturde.
Ante este nuevo orden de cosas nos surgen varias tentaciones. Una de ellas es la de sacralizar el orden establecido añorando las épocas en las que la religión formaba parte del sistema establecido así como un orden político en el que una clase media satisfecha y conservadora no veía amenazados sus intereses. Otra tentación es la de ser un profeta de calamidades, sin ver las oportunidades que nos brinda el momento actual.
Cada generación juzga a la anterior y los jóvenes hoy nos están echando en cara nuestra falta de autenticidad, el desempleo y la precariedad que padecen, el sinsentido de la vida de la sociedad del bienestar, los desequilibrios ecológicos, las guerras….
El “cualquier tiempo pasado fue mejor” es un narcótico que da malas resacas y desanima a emprender caminos de mejora. Los socialistas de los años setenta y ochenta se llevan las manos a la cabeza con el PSOE actual. Y sin faltarles razón, no hacen un ápice de autocrítica de sus fallos…. y de su traición al viejo socialismo.
A los cristianos nos pasa igual. Tenemos una lista de reproches a los jóvenes pero no reconocemos nuestro acomodo y falta de testimonio.
Benedicto XVI nos advertía de que la libertad del hombre siempre es nueva y, por tanto, cada persona y cada generación debe tomar de nuevo sus decisiones. Los valores más grandes del pasado no se heredan simplemente, tienen que ser asumidos y renovados a través de una opción personal, a menudo costosa.
En el poema “No he nacido tarde” el poeta ruso Evtuchenko expresó el hartazgo de una generación a la que sus mayores les quisieron convertir en testigos mudos de las hazañas de sus abuelos. Aquellos jóvenes poetas que se plantaron ante Stalin en los años cincuenta exigieron sin miedo el protagonismo al que tenían derecho. Los jóvenes de hoy lo expresan de formas que a veces nos resultan incomprensibles. Pero si sabemos escuchar, veremos que Dios sigue actuando.