Javier Marijuán
La palabra de moda en el parlamento es la de fango. Los debates parlamentarios van adquiriendo el perfil del lenguaje de las redes sociales y cada vez importan menor las escasas leyes que allí se aprueban.
La falta de buenas ideas ha hecho que se imponga el enfrentamiento y los oportunistas se han aupado al escenario. Por eso nuestro Presidente de Gobierno buscó con denuedo los votos “hasta debajo de las piedras” de un partido xenófobo… para evitar que gobernara otro partido con el mismo discurso en el tema de inmigración.
El hundimiento de las cosmovisiones políticas históricas ha dejado un vacío en el que el relato y los sentimientos importan más que los contenidos. Por eso, las estrategias populistas han llegado a ganar elecciones. Asusta pensar que charlatanes tengan la capacidad de engañar a una sociedad y sacarles de la Unión Europea con datos falsos; prometer repúblicas independientes donde se cobrarían pensiones de ensueño o que, en la que llaman la mayor democracia del mundo, un magnate de los negocios inmobiliarios ganara unas elecciones con la promesa de levantar un muro contra sus vecinos y lanzó turbas armadas a asaltar el Capitolio cuando las perdió.
Su carburante electoral es su destreza en la gestión de emociones. Son maestros en activar las negativas que son las que más rinden electoralmente. Podemos identificar estas estrategias fácilmente y hasta les podemos poner rostros concretos: la construcción de un enemigo, activar miedo al extranjero, descripciones dramáticas de apocalipsis que se avecinan, venganzas por agravios históricos, victimismo por miles de años de opresión, miedo de clases medias a ser proletarizadas, etc.
Finalmente, cuando acceden a las instituciones les pasa lo que a los jugadores de póker: iban de farol.
Debemos contar con las emociones pero también limitar sus efectos nocivos para ser pueblo consciente y evitar convertirnos en masa. El pueblo es algo más que una suma de identidades egoístas; es un horizonte compartido y solidario.
Solo así son posibles los buenos gobernantes que sepan echarse a sus espaldas los problemas de los demás y que promocionen bien común y no intereses particulares que nunca suman y siempre dividen.
Apostemos por un pensamiento y una acción crítica en búsqueda de una sociedad mejor. Para afrontar los grandes problemas de nuestra sociedad necesitamos ser cada día más radicales, yendo a la raíz de los problemas, y menos fanáticos.