Javier Marijuán
Paul Deschanel, Presidente de la República Francesa, subió a un tren nocturno en París el 24 de mayo de 1920. Como no aguantaba el calor de la noche, se apeó en pijama a mitad de camino en una parada de estación. Los ferroviarios pensaron que era un demente fugado de un manicomio y pasaron varias horas hasta que un comisario certificó que el extraño visitante era el primer magistrado de la nación. Hace un siglo, los ciudadanos no conocían la cara de sus gobernantes. Su labor política estaba centrada en hacer brillantes intervenciones parlamentarias que les permitieran sobresalir en la prensa.
En 1960 se produjo un hecho decisivo cuando las elecciones norteamericanas estuvieron marcadas, en gran parte, por un debate televisivo en el que el jovial Kennedy venció a su contrincante Nixon. Fue el inicio de un nuevo régimen de información constante en el que la imagen en la pantalla se convirtió en el cuarto poder.
En estos últimos años, el teatro de la política actual ha mudado. El complejo mundo de las redes ha hecho emerger un nuevo paradigma de perfil de político, más atento a las redes sociales que a sus responsabilidades y más activo en Instagram y en la Red X que en el Parlamento.
Se ha creado un nuevo ágora virtual que diseña los temas a debatir y controla los procesos electorales. Y con el uso masivo de bots y elementos potenciadores de propaganda, el terreno queda abonado para las propuestas de demagogos y populistas que viven de crear confusión, acosar a los adversarios y fabricar antagonismos artificiales. Es lo que ahora todos llaman “fango”.
Una política así nos dibuja una convivencia sin diálogo y sin memoria al ritmo frenético de las redes.
Pero cuando hay una tragedia es cuando emerge lo mejor del pueblo. En el momento en el que nos llama el hermano que sufre, arrimar el hombro es lo único razonable y nos puede llevar a otra forma de hacer política. La política que es capaz de responder a la necesidad del otro sin dudar un solo instante, sin remilgos burocráticos ni ideológicos. La política de la persona responsable, porque responde a la necesidad del aplastado.
Empezando por coger una herramienta e ir caminando a quitar el fango de la DANA y continuando con el barrido del “otro fango” que también nos inunda.