Fuente: smoda.elpais.com
Autora: Ana Fernández Abad
La periodista, Noemí López Trujillo, analiza en ‘El vientre vacío’ cómo la precariedad retrasa la decisión de ser madre y los negocios que rodean el cuerpo de la mujer, de la congelación de óvulos a la reproducción asistida.
El año pasado, a punto de llegar a los 30, su vida cambió por completo: una ruptura de pareja, un despido del trabajo. Ninguna certeza en el horizonte. «Esa edad es una frontera simbólica que te hace preguntarte dónde querrías estar y dónde estás realmente», explica la periodista Noemí López Trujillo. En el año 2019, presentó El vientre vacío (Capitán Swing), un libro que nació de esa reflexión y de la lectura de Quién quiere ser madre (Alfaguara), novela en la que Silvia Nanclares narraba su decisión de tener un hijo pasados los 40. «Hay una necesidad de reivindicar que los relatos sobre la maternidad y los cuidados tienen tanta épica como el que un hombre vaya a la guerra. Dicen de que el feminismo se ha vuelto una moda. Pues bienvenida sea, porque dentro de esa moda, dentro de que el capital absorbe esos relatos, nosotras estamos abriendo grietas, y me parece necesario», recalca López Trujillo.
Para ella, que escribe sobre temas sociales y de género en Newtral.es, la incertidumbre –económica, laboral y personal– «dificulta hacer proyectos a largo plazo». Por eso pensó un libro que es un retrato generacional y sirve como «un ejercicio de denuncia colectiva y un diálogo con otras mujeres que cuentan sus casos y no hablan solo del deseo de ser madres, sino de la imposibilidad de poder llevar a cabo determinados planes vitales».
Dices que “la precariedad atraviesa nuestros cuerpos”. ¿Hay una generación incapaz de tomar decisiones porque carece de certezas?
La vida no es una certeza. A partir de esa base, tomar decisiones es un proceso difícil. Pero ahora están desvinculando tu vida de tu futuro; sin saber qué va a pasar o si las cosas van a mejorar es muy difícil tomar decisiones. No es que no seamos capaces, creo que muchas queremos tomar decisiones, el problema es que no tenemos los amarres para contemplar todas las posibilidades porque no sabemos cuáles son esas posibilidades. Si ni siquiera sabes si vas a tener trabajo dentro de tres meses cuesta hacer proyectos a largo plazo.
La precariedad laboral es uno de los factores que retrasan la decisión de ser madre. ¿Si uno apenas puede preocuparse de sí mismo cómo decide cuidar de otra persona?
Ese es el punto. No hay estructuras que faciliten que podamos cuidar de otras personas. Por eso ironizo con la frase de poner la vida en el centro, cuando en realidad lo que está en el centro es el capital, la propia economía, y tú te adaptas a ese centro y tu vida queda totalmente desplazada, en los márgenes. No solo hablo de tener hijos, es que ni siquiera podemos cuidar de las relaciones de amistad, de las de pareja… Todo se complica porque hay que dedicarles un tiempo que no tenemos. Cumplo 31 años esta semana, mis padres se van haciendo mayores y la estructura ahora mismo no me facilita que si enferman yo el día de mañana me pueda ocupar de ellos. Los cuidados han sido desplazados de la vida y te sumerges en una dinámica en la que solo puedes pensar en mantener tu trabajo. Pero para qué. Luego tampoco puedes realizar esos proyectos de vida que quieres. Es vivir en una disonancia entre lo que quieres y lo que puedes o debes hacer. La elección propia sobre cómo te has planteado tu vida hoy no tiene cabida.
Se ha puesto el trabajo en el centro de la vida.
Ni siquiera lo hemos decidido, es que nos dicen que si no tienes un trabajo no puedes vivir, no puedes acceder a un piso, no puedes mantenerte. Cuando consigues ese trabajo que se supone que va a ser un trampolín para otras cosas, porque el trabajo es un medio, no es el fin, de pronto te das cuenta de que el trabajo es el fin en sí mismo. Que vives para trabajar y que las cuestiones que te atañen a ti como individuo no cuentan, porque no forman parte de la estructura, de sostener el Estado del bienestar y pagar los impuestos… Para mi generación vivir es un constante asumir riesgos, pero si eso te molesta te repiten que otras generaciones antes también lo han tenido muy difícil.
¿Ser madre en una gran ciudad con los actuales precios de los alquileres es una utopía?
Claro, y no solo por el precio del alquiler, sino por la cuestión del espacio. Más dinero implica una maternidad mejor. Queremos que la generación venidera tenga un futuro mejor, pero si tú estás estancada y el ascensor social no funciona te planteas ‘¿quiero traer hijos pobres al mundo?’. Pues seguramente no, es hacerles heredar tu precariedad.
¿Qué supone para la sociedad esa merma de la natalidad? Los hijos son una forma de contribuir a la economía, algo que recuerdan hoy en día los políticos.
Mi visión no es natalista, de tenéis que posibilitarnos tener hijos para sostener el Estado del bienestar, sino que pienso que habrá que adaptar el Estado del bienestar a las nuevas formas y estilos de vida y ver de qué manera se puede sostener, independientemente de que las mujeres quieran o no tener hijos. Cuando los políticos enarbolan ese discurso del invierno demográfico me parece muy incoherente e injusto que apelen a nosotras para que tengamos hijos cuando no nos están dando las herramientas, no ya para tener hijos, sino para tener una vida digna. Te das cuenta de que la precariedad es otro sistema hegemónico con el que poder llevar a cabo determinadas políticas sobre nuestros cuerpos, como la culpabilidad de no tener hijos. Al final la lectura que haces no es ‘hay algo estructural que me lo está imposibilitando’, sino la culpa propia del ‘no puedo, no llego, esto es problema mío, no me atrevo’… El cuerpo de las mujeres sigue siendo una herramienta, algo que todavía sigue al servicio del cuerpo político.
También se entiende como un negocio, dices que más del 80% de los tratamientos de reproducción asistida son en la sanidad privada.
El cuerpo de la mujer se ve como un negocio porque la maternidad es un trabajo. El capital ha sido muy inteligente y nunca se ha reconocido que la maternidad o el embarazo sean trabajos, pero como sabe que lo son los han acabado rentabilizando.
¿Por eso la congelación de óvulos ha pasado de ser un tema del que casi no se hablaba a convertirse en central en las conversaciones de las mujeres de entre 30 y 40 años?
No sé si es central para nosotras o si han hecho que sea central. Es la única solución que nos están dando a un problema. Cuando te dicen que a cambio de dinero puedes comprar tranquilidad y congelar el presente, mantener la juventud que sabes inevitable que acabe, lo que te están diciendo es ‘a cambio de dinero postergamos tu juventud biológica para cuando puedas ser madre porque sabemos que ahora no puedes’. Es la única solución que tenemos.
¿Se ha creado esa necesidad?
La necesidad existe porque la decisión de ser madre se aplaza porque por la estructura económica y laboral no te puedes permitir tener hijos. Cuando no llegas a fin de mes no te vas a embarcar en ese proyecto. Y además, laboralmente no quieres que te penalicen, hay una invitación soterrada todo el rato a que aplaces tu maternidad y tú quieres poner una solución a eso. Las empresas privadas han visto que lo pueden rentabilizar. Saben que la mayoría de las mujeres, o muchas, siguen queriendo tener hijos, por las razones que sea, así que dan una solución a corto plazo. Que ni siquiera es una solución, porque en realidad quién me asegura a mí que aunque me congele ahora los óvulos dentro de seis u ocho años los vaya a poder utilizar, que mi situación vaya a mejorar para dar ese paso… Al final lo que estás comprando es una ficción de la juventud aplazada. Compras la idea de que tú quieres apostar por tu carrera y por eso congelas tus óvulos. Eso es una ficción y te engañan un poco con el proceso, porque ni es barato ni siempre funciona. Te venden la idea de preocúpate por el ahora que el futuro queda muy lejos.
¿Esto conlleva a que la maternidad en el futuro será algo a lo que solo puedan tener acceso personas acomodadas?
Totalmente. Si esto se mantiene así la brecha ya no va a ser solo de género, sino que va a ser de clase, porque no todo el mundo se va a poder permitir el costear esos tratamientos, y el intentarlo una y otra vez. Porque lo que las clínicas de reproducción asistida te venden es como una falacia probabilística brutal: cuanta más veces lo intentes, más posibilidad de éxito hay. Es como tirar una moneda, si la tiro cien veces voy a tener más posibilidades de que salga cara que si la tiro una. ¿Quién se puede permitir eso? No quiero ponerme distópica, pero en lugar de pedir préstamos para la hipoteca de una casa vamos a pedir préstamos para tener hijos. Es algo que en la lógica del mercado funciona muy bien, pero a nivel ético, y sobre todo a nivel de cuestión de clase, me parece absolutamente terrible.
¿De quién tendrían que partir las soluciones y cuáles serían?
Yo quiero reformular el debate, que no sea solamente sobre el invierno demográfico, sino qué ha pasado para llegar a esta situación. Por supuesto, se podría empezar por las guarderías gratuitas de 0 a 3 años, porque en la infancia es cuando se agravan más las diferencias de clase, contratos u obligaciones a las empresas mucho más contundentes para que no se pueda despedir a una embarazada, el acceso a la vivienda, el facilitar la emancipación… Pero todo esto me suena un poco a vacío, los partidos políticos no lo ponen en el centro, no lo concretan. Lo mío es un retrato de lo que está pasando y ellos tienen que pensar cómo solucionar el problema de la precariedad.