Fuente: elpais.com
Autor: Rafael Moyano
Tal vez, estemos viviendo uno de los momentos más agitados y de mayor conflicto social y político de las últimas décadas. La polarización política, el populismo y la crisis económica y sanitaria derivada de la pandemia del coronavirus se han convertido en el combustible perfecto para hacer que el mundo moderno salte por los aires.
En Latinoamérica los estallidos sociales han movido a las jóvenes democracias del continente desde que en Chile, en octubre de 2019, la sociedad dijo basta y detuvo en seco a un país que parecía próspero, pero donde la mayor parte de la población llevaba demasiado tiempo aguantando la respiración. Después de Chile vinieron Colombia, Perú, Ecuador, Argentina, Guatemala, El Salvador y, en las últimas semanas, en Colombia las manifestaciones y la violencia han vuelto a inundar las portadas. En el viejo continente también se dejó sentir la crispación: Madrid, Barcelona, París, Berlín, Roma, y así una larga lista de ciudades y países que a lo largo y ancho del mundo han visto como su estabilidad en realidad era la de algunos pocos, y que ese agotamiento asfixiaba a muchos.
Creo que ha llegado el momento de dejar de entender el juego político, económico y social como un intercambio de cesiones, como un «yo te doy a cambio de» o un «puedo llegar hasta aquí, pero no me pidas más». Ha llegado el momento de sentarnos, pero no para convencernos, sino para escucharnos. No debemos preguntar ¿por qué te sientes así?, sino ¿cómo te sientes? Debemos aprender a dialogar para poder mirar el mundo con los ojos de los demás.
La falta de entendimiento empieza desde el momento en el que nos sentamos en una mesa de diálogo con la seguridad de que tenemos la razón. La ideología se construye, se hereda, se defiende y, en términos de convicciones políticas, pensar que existe la posibilidad de modificar los pensamientos o creencias es algo poco verosímil.
Las mayorías absolutas ya no existen, se extinguieron. La nueva forma de hacer política incluye la necesidad incuestionable de dialogar y esto es algo para lo que la mayoría de los políticos no fueron entrenados. Las reglas del juego han cambiado, y la primera y más determinante de todas es que no puedo levantarme de la mesa cuando el diálogo se encamina hacia puntos de desacuerdo.
Trump se impuso a Clinton incluso habiendo perdido el voto electoral. El Brexit fue aprobado con una diferencia de 3,5% de los votos, y estos son solo dos ejemplos entre muchos. Las decisiones políticas se toman con un equilibrio electoral tan frágil, que el propio proceso legitima convertir los períodos de Gobierno de un partido en una campaña electoral constante por parte de la oposición.La falta de entendimiento empieza desde el momento en el que nos sentamos en una mesa de diálogo con la seguridad de que tenemos la razón.
En Chile, en octubre de 2020 tuvo lugar un plebiscito para preguntar por la elaboración de una nueva constitución. En este caso, sí hubo una mayoría arrolladora, ya que casi el 80% de la población votó a favor de elaborar un nuevo proceso constituyente. En paralelo, movimientos sociales han trabajado por fortalecer los procesos de diálogo y existe un amplio acuerdo en la ciudadanía de la relevancia de llegar a acuerdos sólidos en los temas más cruciales para el país.
Para llevar a cabo este proceso, que además se hará con una inédita perspectiva de género e incluirá a los pueblos originarios, cientos de ciudadanos independientes se presentaron como candidatos y una importante participación electoral terminó desplazando a los partidos políticos para dar paso a nuevas voces que serán determinantes para la redacción de la nueva carta magna.
Chile nos muestra un camino tan asombroso como incierto, pero que traerá consigo un cambio de paradigma que puede ser determinante para el futuro de las generaciones del país austral.
Ojalá esas 155 mujeres y hombres que fueron elegidos por votación popular tengan la convicción necesaria para sentarse, escuchar y asumir la responsabilidad que supone echarse a los hombros los sueños y esperanzas de millones de personas en Chile. Tal vez este proceso constituyente sea el ensayo de un camino, con muchos peligros y oportunidades, que pueda inspirar a otras democracias del continente que están enfrentando crisis políticas y estallidos sociales mientras tratan de recorrer la ruta hacia el desarrollo por senderos desdibujados.
Todo el país espera que, tal y como dijo el recientemente fallecido científico Humberto Maturana, sean capaces enfrentarse a la pregunta de cómo queremos convivir, si es que efectivamente elegimos convivir.