Autor: Fernando Vidal
Basurero global
Patricio Ferreira, alcalde de Alto Hospicio, la comuna en la que se concentra la mayoría de basurales, se queja dolorosamente: “Hemos transformado nuestra ciudad en el basurero del mundo” (Paúl, 2022). La pobreza de la zona, su larga distancia con la capital chilena y el propio aislamiento geográfico de Chile crean condiciones propicias para que los residuos de la moda mundial mueran allí.
El recorrido que sigue la ropa acumula la huella ecológica hasta convertirla en absurda: la mayoría de esas toneladas ha sido fabricada en China y Bangladesh, fue expuesta o vendida en Europa y Norteamérica y acaba volcada como residuo en Chile. Muchas llegan todavía on la etiqueta, sin haber sido utilizada ni una sola vez.
Cada prenda ha viajado una media de veinte mil kilómetros y tardaría doscientos años en biodegradarse si no nos encontráramos en el desierto más seco del mundo, donde su absorción natural será mucho más larga.
Cada vez se produce más ropa. Según la Fundación Ellen McArthur, se duplicó su fabricación de 2004 a 2019 y la consultora McKinsey estima que cada consumidor promedio compra un 60% más de ropa que hace veinte años (Sanchís, 2022). Según la ONU, la textil es una industria que genera el 20% del agua residual del mundo (Añover, 2021) y echa a los océanos medio millón de microfibras sintéticas cada año (Nunez, 2021). La dinámica de la ‘fast-fashion’ o prontomoda ha acelerado y agigantado tanto el ciclo de producción, venta y residuo que está descontrolado.
La ropa que acaba en el hermoso desierto de Atacama fue primero desembarcada en el puerto chileno de Iquique. Allí llegan cada año sesenta mil toneladas (59.000) empacadas en contenedores para ser comercializadas. Operan medio centenar de importadoras que no pagan impuestos por esa ropa que se supone usada, aunque mucha es totalmente nueva (Paúl, 2022). De esos contingentes, solamente se vende o envía a países vecinos un tercio y los otros dos tercios acaban en el basurero salvaje del desierto.
Moda rápida tóxica
Además de lo que se ve superficialmente, hay muchas capas que ya están enterradas. Las autoridades han ido tapando con tierra del propio desierto los enormes derrames de ropa para intentar evitar los incendios y la evasión por aire de los tóxicos descompuestos. La prontomoda no teje con hilo natural, sino que utiliza masivamente poliéster, un polímero que se ha convertido en una de las mayores amenazadas de la salud el planeta. No obstante, lo normal es que se desencadene cada año un incendio de grandes proporciones (Paúl, 2022).
Bajo tierra, desprenden componentes tóxicos al subsuelo que llegan a los débiles acuíferos, que son cruciales para la supervivencia en un medio tan seco. El textil es tan contaminante como los plásticos o neumáticos. La escasa fauna desértica, siempre en un equilibrio tan frágil, queda mortalmente condenada por ingestas de textil o la polución de la poca agua que hay.
Se ha formado una población que vive en el terreno de los volcaderos con pobres medios para seleccionar y llevarse ropa que puedan ponerse ellos mismos o revender una tercera o cuarta vez. De ese modo, se forma un último círculo de máxima pobreza donde los materiales son de nuevo digeridos y desechados otra vez.
Desiertos de ropa
Entre las masas textiles yacen los logos de las marcas más demandadas y vendidas del mundo, en una comuna caracterizada por un alto índice de pobreza. En el desierto muestran su verdadera realidad, lo que de verdad es esa ropa. El enorme vómito de ropa del primer, segundo y tercer mundo acaba siendo procesado por un cuarto mundo de nativos y migrantes –principalmente venezolanos en este caso–. Tienen un armario infinito en el que pode poner sobre sus cuerpos las marcas más emblemáticas. Quizás pensemos que esas marcas están totalmente de lugar, pero la verdad es que la moda rápida hace que sean los lugares concretos los que estén fuera de la realidad.
Las fotografías de los basureros textiles de Atacama son impactantes. Una enorme extensión de ropa que va cubriendo las formas de la tierra y también forman elevadas dunas, parece un desierto humano dentro del desierto natural. Las prendas tiradas en el suelo —pantalones, camisas, jerséis, etc.— recuerdan a una masa humana desvanecida y amontonada. En un continente con tantos desaparecidos —que tan terrible cicatriz ha dejado en la piel chilena—, esta ropa sin cuerpos resulta tétrica. En contraste con otros residuos, en la ropa siempre permanece algo de quien la llevó; esa ropa se convierte en fantasma, ‘sábanas’ sin cuerpo. La huella personal no se desvincula del todo de la huella ecológica que sigue dañando el planeta.
Es tan extraña y surrealista ese tsunami de ropa muerta en el desierto que parece una gran intervención artística. Se parece al arte porque parece un monstruo. Pero un monstruo es siempre único, singular, y esta deposición es todo lo contrario: es la verdadera alma de la extrema estandarización que supone toda esta ropa. Es basura de moda rápida porque la moda rápida es basura. Nadie tira un vestido valioso. El problema no es solo que tiremos ropa, sino que no vistamos cosas valiosas, no tanto por su coste como por su calidad.
El aglomerado de prendas es chocante. Junto a carteras, chaquetas o corbatas, se pueden encontrar botas de esquí clavadas en uno de los lugares más áridos del planeta y que nos hablan del absurdo de estos flujos de mala globalización. La globalización no consiste solamente en enormes complejos de innovación y producción, sino que también tiene sus enormes defecaciones que trata de ocultar en suburbios pobres, el fondo del océano, enormes selvas o un desierto.
La basura masiva cambia la realidad –afea, contamina, envenena, escandaliza, segrega, etc.–, pero vivimos como si desapareciera en cuanto sale de nuestra casa. Las responsabilidades de gestión de residuos y reciclaje han avanzado mucho, pero eso hace todavía más invisible la inmensa materia que tratamos de no considerar y la ropa es parte de ello.
El alcalde de Alto Hospicio se dolía de que Chile está tan orillado que nadie mira a aquellos basurales del formidable desierto de Atacama, pero no es así, sí miramos. Lo que es cierto es que hay amplios territorios que el capital arranca de la realidad. Lo hace ocultándolos, ignorándolos y cubriéndolos de basura, que es otro modo de negar que existan.
Referencias
- Añover, Antonio (2021). Por qué el desierto de Atacama se ha convertido en un vertedero de ropa. La Razón, 20 de noviembre de 2021.
- Buitrago, Diana (2022). El desierto de Atacama, vertedero de la moda rápida. France 24, 1 de febrero de 2022.
- Nuñez Tena, Jose (2021). Ropa de usar y tirar: una moda que acaba en enormes vertederos. Euronews, 8 de noviembre de 2021.
- Paúl, Fernanda (2022). Vertedero de ropa en Atacama: el inmenso “basurero del mundo” en el desierto de Chile. BBC, 26 de enero de 2022.
- Sanchís, Albert (2022). El desierto de Atacama se ha convertido en un gigantesco basurero de ropa sin usar y sin vender. Magnet, 5 de enero de 2022.
- Foto: Jason Mayne (Twitter)