Autor: Javier Marijuán
La fracasada iniciativa para abolir la prostitución en nuestro parlamento ha evidenciado la dificultad que tenemos para abordar las cuestiones que afectan a la dignidad de la persona. El gobierno llamado de coalición no ha sido capaz de ponerse de acuerdo en la propuesta pues la única ley que han sido capaces de sacar adelante ha sido la de amnistía para garantizar su permanencia en el poder.
Los que combaten la abolición hablan de “trabajo sexual”, de “libertad” o “es que siempre ha existido”. Ya no es defendible argumentar que la esclavitud es una tradición imposible de revertir o que la libertad capitalista debe abarcar también los cuerpos de los demás a cambio de dinero.
De la misma manera que la Doctrina Social de la Iglesia nos grita Trabajo sobre Capital como principio desde el que abordar los problemas de la economía, la dignidad de la persona debe prevalecer sobre las inercias que arrastramos o las conveniencias que podamos tener.
Y este principio nos lleva a que esa dignidad no permita ser troceada. En un mundo, tan caracterizado por el individualismo como el nuestro, el negocio que supone el comercio con el cuerpo humano maniobra para ser legalizado. A nuestro ordenamiento jurídico le asaltan multitud de cuestiones que tienen que ver con ello como son los vientres de alquiler, las patentes sobre genes, los embriones congelados, el aborto, la venta de órganos, la eutanasia, etc.
No podemos admitir que se normalicen los acuerdos comerciales cuyo objeto sea la vida humana. Muchas veces se justifican en base a los avances científicos de la medicina que, en manos de la industria farmacéutica, abren inmensas oportunidades de negocio y presionan para legalizar los actos de disposición y los contratos sobre el cuerpo humano ya sea entero o por partes.
¿Dónde queda entonces, el carácter sagrado de la persona? Este escenario nos urge a adoptar una postura coherente. Ya hemos identificado a los lobbies proxenetas. Pero también debemos denunciar al lobby que dedica ingentes sumas económicas para imponer un capitalismo sin limitaciones capaz de transformar al cuerpo humano en mercancía en amplia escala eliminando la distinción entre personas y cosas.
¿Es aceptable la denuncia de la prostitución y no abordar el resto de casos en los que el cuerpo humano se pone a la venta?