Grupo Caterina Canals
Hace tiempo que el profesorado tiene pautas específicas sobre cómo pensar y actuar ante lo que se presenta como “la realidad trans” en los centros educativos. Desde que se empezaron a aprobar los primeros protocolos hace más de diez años, se han ido implementando medidas para adaptar los colegios e institutos españoles al ideario transgenerista sin ofrecer resistencia a la consecución de su hegemonía ideológica. Esto no solo tiene graves consecuencias para los estudiantes y sus familias, sino también para el ejercicio profesional de la actividad docente y para los derechos laborales del profesorado.
Las transformaciones requeridas para adaptar los centros afectan a todos los niveles, desde la gestión administrativa hasta la organización, las actividades, los contenidos curriculares, la función tutorial y el lenguaje que crea un nuevo universo de sentido sobre la realidad. Se trata de un proceso de transformación que se sustenta sobre dos premisas. La primera, el binarismo (hay dos únicos sexos) es falso y dañino; así que, debe ser eliminado del sistema educativo. La segunda, existe un sufrimiento no identificado en un sector del alumnado obligado a encajar en tal binarismo. Este ideario se presenta a toda la comunidad educativa a través de cursos de formación y actividades de sensibilización.
En algunos centros educativos, como en muchas otras administraciones y empresas, modifican los formularios y expedientes, incorporando opciones diversas para registrar el sexo (añadiendo “sexo sentido”, “no binario”, “otro”, etc.). Ya hay colegios e institutos que adaptan las instalaciones con el fin de eliminar los espacios separados por sexos, convirtiendo baños y vestuarios en inclusivos (a pesar de que suponga un mayor riesgo para la seguridad de las niñas y las jóvenes). Por la misma razón, que los jóvenes trans no sufran discriminación, practican todos los deportes juntos, sin formar nunca grupos de chicas y de chicos por separado. La consecuencia es, en muchos casos, que las jóvenes adolescentes empiezan a desmotivarse por el deporte ya que no pueden competir con los jóvenes varones.
El mensaje que transmiten las organizaciones que se posicionan en la escuela a favor de la corriente queer entra en conflicto con la mayoría de los libros de texto que aún están basados en el conocimiento científico; sin embargo, en España ya se pueden encontrar libros de texto que presentan la reproducción humana y los aparatos genitales separados de la condición de mujer y de hombre. Estas ideas se pueden ver incluso en los blogs de algunos profesores de secundaria. Todos conocemos, tal y como ocurre en otros países, que se ha creado un vocabulario nuevo para denominar las “identidades no binarias” a través de un género que pretende ser neutro, como todes, elles, nosotres, niñes, hijes, etc. En algunos países, como en Suecia y Noruega, este léxico es de obligado cumplimiento entre el profesorado y negarse a utilizarlo puede acarrear graves consecuencias, como perder el trabajo. Esta corriente empuja para que los educadores eliminen todo tipo de valoración por sexo de los informes académicos. Esto entra en contradicción con el espíritu de las ayudas de la administración pública para la promoción de las niñas y jóvenes en los centros educativos.
Al profesorado se nos asigna el papel de policías del género, atento a los jóvenes que puedan mostrar inclinación opuesta a los roles sexistas que se han asignado tradicionalmente. Con todas estas transformaciones, la escuela, tanto pública como privada y concertada, está siendo testigo de cómo la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres, en la práctica, se ve obstaculizada. La realidad es que todas estas medidas se están implementado en los centros sin posibilidad de tener un debate dentro de la comunidad educativa. Los sindicatos una vez más se ponen de perfil, o peor aún, hacen juego con el mobiliario; y no están por la labor de defender el trabajo de los profesores que se ven desamparados para enfrentarse a un protocolo que puede ir contra su conciencia (como retrasar al máximo la comunicación con la familia en un proceso de transición de un joven en el instituto).
Pasamos muchas horas con nuestros alumnos. Les llegamos a querer tanto como si fueran de nuestra familia. Como educadores, tratamos de escuchar a los estudiantes en su camino de madurez. Vemos mucho sufrimiento detrás de algunos de ellos que manifiestan el deseo de transitar. Entendemos que esa realidad se tiene que acompañar siempre desde el respeto y la ternura; pero no es verdad que la transición sea el mejor de los finales para un joven.