Javier Marijuán
En 1944 tuvo lugar un insólito desfile por las calles de Moscú cuando Stalin mandó desfilar a decenas de miles de soldados alemanes prisioneros.
La triste columna estaba vigilada por soldados y las aceras estaban abarrotadas de mujeres. Las mujeres rusas, soportaron el peso de la guerra y muchas de ellas habían perdido a su marido, a su hermano o a sus hijos a manos de los alemanes.
Cuando apareció la columna, a la cabeza marchaban los generales, altivos, arrogantes mostrando una superioridad aristocrática. La multitud les recibió con insultos y desprecio.
Seguidamente, les llegó el turno a los soldados que desfilaron con la cabeza baja, maltrechos, con la cabeza cubierta con vendas ensangrentadas o caminando sobre muletas. Se hizo el silencio. Y de repente se oyó una voz que gritó “¡son como nuestros hijos!”. Una madre se abrió paso hasta la columna, sacó de su blusa un pedazo de pan negro envuelto en un pañuelo y se lo tendió a un prisionero agotado que apenas se sostenía sobre sus piernas.
Al instante, muchas siguieron su ejemplo y comenzaron a lanzar pan y cigarrillos a aquellos soldados.
Cuando pensaron en sus hijos, aquellos soldados pasaron de ser enemigos a ser hombres.
El ejemplo de aquellas madres nos hace pensar en los tambores de guerra que retumban en el mundo. Y la pregunta que nos surge es como podemos invertir esa ola de enfrentamiento. Francisco nos recordó con acierto que la polarización es un instrumento en manos del poder que debilita al pueblo.
Que difícil es construir un “nosotros” cuando las élites atizan las brasas de la división y hacen de ello una estrategia para mantenerse en el poder.
Apostemos por la conversación cívica. El arte de la conversación y de la escucha del otro nos aleja de los desencuentros que fabrican las élites. Los partidos fabrican argumentarios ramplones con el objetivo de que sus seguidores no salgan de la trinchera. Su estrategia argumental busca alimentar el fanatismo de los suyos evitando que piensen.
El poder de la conversación no niega las diferencias pero pide exponer las convicciones con rigor. Y hace posible que los recalcitrantes tengan la oportunidad de dejarse arrastrar por los argumentos antes que por lo puramente emocional.
Sembremos espacios de conversación cívica para generar procesos transformadores. El de enfrente merece ser escuchado. A lo mejor no está tan lejos como pensábamos.