Fuente: lamarea.com
Autor: Javier Guzmán
Nos enfrentamos a una nueva crisis alimentaria que amenaza con ser devastadora, quizá la peor de la historia. Una crisis alimentaria derivada del aumento de precios de los alimentos básicos para la humanidad como es el trigo y el maíz, lo que se traduce en que millones de personas empiezan a tener dificultades para pagar el alimento más básico. Recuerden que en muchos países del mundo se dedica más del 60% de la renta a la alimentación.
La guerra de Ucrania en realidad no ha creado esta crisis, la está alimentando, pero, la subida de precios ya había empezado un año antes por la saturación de las cadenas de suministro tras la pandemia y el aumento del precio del fertilizante químico, cuyo principal coste es el gas que utiliza para su fabricación. Los cálculos de la ONU son que el aumento de personas que pasan hambre será de 13 millones por efecto de la guerra, que se sumarán a los 800 millones que ya existen.
Cada crisis alimentaria tiene su propio detonante y manera de explotar, pero podemos decir que las causas y el patrón de desarrollo de ahora es el mismo que el de las dos últimas que hemos sufrido desde 2008. Vivimos sentados en una bomba de relojería, un sistema basado en la concentración del grano básico, de apenas unas cuantas variedades, en manos de un puñado de multinacionales que comercializan a medio mundo, bajo un modelo de producción basada en el consumo intensivo de combustibles fósiles. Un sistema concentrado y privado, sin transparencia y control público de stocks.
Un sistema extremadamente vulnerable, con muy pocos nodos, donde si falla algo toda la red se viene abajo. Todo va bien mientras todo va bien, pero en momentos de dificultades pierden su estabilidad, fiabilidad y amenazan la seguridad alimentaria en el mundo, sobre todo de la población más vulnerable. Y a esto han de sumarle que una de las características comunes de las crisis es que siempre, antes o después, aparece el fenómeno de la especulación alimentaria, que ahonda y alarga las crisis, cuando no, simplemente las generan.
De manera muy simple la cosa funciona así, cuando hay eventos, crisis, huracanes, guerras, es el momento donde se produce mayor presión para el movimiento de precios, aparece la volatilidad que llaman, y es ahí, en esas variaciones de precios, expectativas de futuro, donde los grandes operadores entran y apuestan como si de un gran casino se tratara.
La fórmula no falla nunca, por eso los bancos venden estos productos financieros como como gran inversión, ya que son anticíclicos, que, traducido, es: a más crisis más ganancias. Vean un ejemplo, el mercado de trigo de París, uno de los más importantes de Europa, la participación de los especuladores en los contratos de futuros de trigo ha aumentado del 23% en mayo de 2018 al 72% en abril de 2022.
Después de la crisis alimentaria de 2008 y 2011, los gobiernos de los países ricos y la propia UE se comprometieron a luchar contra este tipo de prácticas especuladoras, pero la realidad es que seguimos igual, no se ha mejorado la regulación de los mercados regulados, no se han perseguido los offshore, y ahora vemos cómo un chorro de dinero de nuevo aparece en los fondos de inversión ligados al trigo y maíz, de tal manera que la propia Jennifer Clapp, vicepresidenta del panel de expertos de alto nivel de la ONU sobre seguridad alimentaria, ha dicho que los gobiernos han fallado en frenar la «especulación excesiva» en las existencias de alimentos y los mercados de productos básicos.
Follow the money.
Javier Guzmán, director de Justicia Alimentaria.