Pino Sánchez González
Cuando pienso en mi padre, tanto desde el ámbito público como desde el ámbito privado, siempre me viene a la cabeza la famosa frase de Bertolt Brecht: “Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero los hay que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles”.
Mi padre ejerció su militancia cristiana de una manera integral, empeñó su vida en ello, como “esos imprescindibles”. Se me hace muy difícil escribir sobre su trayectoria política, me genera un inmenso respeto, porque en eso mi padre ha sido un referente por partida doble. Durante un tiempo la política estuvo demonizada en mi imaginario personal, en mis esquemas mentales y emocionales, ese elemento fue que me privó de disfrutar de mi padre muchos días, y creo que, durante algún tiempo, también la hice responsable de su prematura muerte.
En mi casa la política siempre ha estado presente, forma parte de nuestra vida de una manera natural, porque mi madre es también una militante política de base. En casa asumimos el compromiso de ambos, como parte de nuestro día a día, y con los años, somos conscientes del inmenso legado que tenemos con ello.
Cuando mi compromiso político me llevó a la institución local, tuve que lidiar con muchas contradicciones, emociones y frustraciones. La referencia de mi padre estaba muy presente, me pesaba no ser fiel a su legado, y lamenté mucho no haber aprendido y entendido a mi padre en su entrega política. Él poseía una inteligencia fuera de lo común, que le permitía empatizar, entender, analizar, planificar y evaluar el ejercicio de actividad política. La política Institucional se convertía en una plataforma de transformación, en una herramienta puesta al servicio del bien común y la justicia social. Su acción institucional estuvo marcada por el rigor. Mi padre no improvisaba, la acción política debía estar siempre fundamentada, estructurada y organizada. Recuerdo verlo siempre trabajando, porque mi padre entendía su compromiso político como un acto de entrega, una entrega que era muestra de respeto, de ternura y amor hacia los demás.
Él pasó a lo largo de su trayectoria por varias instituciones y cargos, pero el municipalismo creo que era el reflejo de su vocación política. Entendía el municipio como la célula madre desde la que han de forjarse los procesos de transformación política, social, económica y cultural. El ayuntamiento es la cuna de la formación política institucional, porque te permite y te exige dar respuesta a los problemas y las necesidades de las personas que forman tu comunidad, pero no como un ejercicio de política ombliguista o populista, sino como el deber de una institución que se debe a las personas. Las fronteras de su forma de entender la acción institucional y política no se cerraban al ámbito territorial del municipio, la solidaridad y la cooperación con los pueblos empobrecidos de la Tierra, fueron una seña de identidad del proyecto político por el que trabajó durante tantos años.
Mi padre vivió la acción política con una gran radicalidad, su nivel de exigencia incomodaba a algunos, no era partidario de las evasivas, ni los paños calientes. De su forma de entender la política se podrían decir muchas cosas, pero creo que las palabras que lo ejemplifican podrían ser: compromiso, entrega, rigor, eficacia, escucha y ternura. Mi padre puso al servicio de su militancia cristiana, sus manos, sus ojos, sus oídos y su corazón. Y como diría también Bertolt Brecht, “el regalo más grande que le puedes dar a los demás es el ejemplo de tu propia vida.”