Producimos comida para 12.000 millones de personas. Esto no impide que, aunque cada día mueran 100.000 personas por hambre o por causas derivadas de aquella, tiremos a la basura un tercio de los alimentos producidos. No cabe la indiferencia ni ante esta contradicción ni ante el sinsentido de que el número de personas obesas por mala alimentación, en muchos casos buscando abaratar el gasto en comida, sea mucho mayor que el de hambrientos.
¿Por qué sucede esto? En nuestro sistema económico la comida se ha convertido simplemente en una mercancía. El pan ya no es sagrado, se puede tirar sin que nos pese en la conciencia. Hemos entrado en el juego de los intereses económicos y políticos.
Un pequeño grupo de multinacionales controlan la agroindustria en el mundo. Antes se producía para alimentar, ahora se produce para vender. Desde estos criterios, tiene sentido que se especule en bolsa sobre el precio de los alimentos, que se tire comida al mar o que queden sin recoger cosechas. Por estos motivos todas las frutas son perfectas e idénticas en la frutería. También se entiende por qué podemos comer tomates todo el año, o fresas en enero. No importa si han recorrido miles de kilómetros hasta llegar a nuestra mesa. Solo es negocio.
El hambre no es la única consecuencia. Los costes de producir esos alimentos despilfarrados son muy altos. Con lo que se tira va también el agua utilizada, los abonos, la energía consumida, la contaminación que produce y el agotamiento de la tierra. Es un desastre ecológico que daña a todo el planeta y del que las primeras víctimas son los empobrecidos. Se está dando prioridad a la economía sobre el ser humano y la ecología.
Este problema sin sentido puede acabar si hay voluntad política para terminar con él. Nosotros también podemos actuar: informarnos, cambiar nuestros hábitos de consumo, comprar solo lo necesario y no tirar comida. Son algunas de las acciones necesarias. Elegir qué productos compramos, intentar comprar a los productores locales y adquirir alimentos de temporada son otros posibles compromisos para nosotros. Podemos convertir nuestro carro de la compra en un carro de combate. Por último, debemos exigir a nuestros políticos una legislación que combata el despilfarro de alimentos y ponga freno a los intereses descontrolados de la agroindustria.