Fuente: lacontroversia.com
El jueves 8 de abril se ha debatido en la Asamblea Nacional de Francia un proyecto de ley para la legalización del suicidio asistido, práctica que entrará en vigor en España dentro de tres meses, tras su aprobación el pasado 18 de marzo. En una columna publicada en Le Figaro , el escritor Michel Houellebecq ha roto su silencio habitual para pronunciarse al respecto.
Proposición 1, escribe Houellebecq: “Nadie quiere morir. Generalmente preferimos una vida disminuida a ninguna vida porque todavía quedan pequeñas alegrías. Y se pregunta: ¿No hay acaso otras alegrías además de las pequeñas alegrías (valdría la pena profundizar en ellas)?
Proposición 2, añade: nadie quiere sufrir físicamente. El sufrimiento moral tiene sus encantos, podemos convertirlo en un material estético del que no me he visto privado. El sufrimiento físico no es más que un infierno sin interés. Casi todo el mundo, ante una alternativa entre el sufrimiento insostenible y la muerte, elige la muerte.
Houellebecq añade una tercera proposición, la más importante: podemos eliminar el sufrimiento físico. La omisión de estas tres observaciones, según el autor, explica que hasta el 96% de los franceses se declare favorable a la legalización de la eutanasia: El 96% de las personas entiende que se les hace la pregunta: ¿Preferirías que te ayudaran a morir o pasar el resto de tu vida en un sufrimiento terrible?
Apuntes sobre la dignidad humana
El escritor francés objeta también la concecpción de “compasión” y “dignidad” esgrimida por los partidarios del suicidio asistido: Los defensores de la eutanasia hacen gárgaras con palabras cuyo significado desconocen hasta tal punto que ya ni siquiera deberían tener derecho a pronunciarlas. En el caso de la “compasión”, la mentira es palpable. En lo que respecta a la “dignidad”, es más insidiosa. Nos hemos desviado seriamente de la definición kantiana de dignidad sustituyendo gradualmente el ser físico por el ser moral (¿negando la noción misma de ser moral?), sustituyendo la capacidad plenamente humana de actuar en obediencia al imperativo categórico por la concepción más animal y plana de la salud, que se ha convertido en una suerte de condición de posibilidad de la dignidad humana, hasta representar finalmente su único sentido verdadero.
En este sentido, añade con el sarcasmo que caracteriza sus textos, a lo largo de mi vida, apenas tuve la impresión de mostrar una dignidad excepcional; y no creo que vaya a mejorar. Terminaré de perder mi cabello y mis dientes, mis pulmones comenzarán a desmoronarse. Me volveré más o menos indefenso, tal vez impotente, tal vez ciego. Después de un tiempo, una vez alcanzada una cierta etapa de degradación física, inevitablemente terminaré diciéndome (aún feliz si no me lo señalan) que ya no tengo ninguna dignidad.
Si reducimos la dignidad humana a una cuestión relacionada necesariamente con el nivel de deterioro físico, Houellebecq sostiene que entonces podemos vivir muy bien sin ella. Y añade: Por otro lado, todos tenemos más o menos necesidad de sentirnos necesitados o amados; o al menos estimados, incluso admirados -en mi caso es posible-. También esto podemos perderlo, es cierto; pero no hay mucho que se pueda hacer; los demás juegan un papel muy decisivo en este sentido. Yo me veo pidiendo morir sólo con la esperanza de que me respondan: “No, no, quédate con nosotros”. La conclusión, me temo, es obvia: soy un ser humano absolutamente desprovisto de toda dignidad.
La sumisión a las leyes de la República
Tras hacer algunas objeciones a la exposición de motivos del proyecto de ley y a las razones económicas que podrían contribuir a su aprobación -señala el alto costo de mantenimiento de las personas de edad avanzada-, escribe:
Los católicos resistirán lo mejor que puedan, pero es triste decirlo, nos hemos acostumbrado más o menos a que los católicos pierden cada vez. Los musulmanes y los judíos piensan sobre este tema, como sobre muchos otros temas llamados “sociales” (palabra fea), exactamente igual que los católicos; los medios de comunicación son generalmente muy buenos para encubrirlo.
Pero no sólo las tres grandes religiones monoteístas condenan esta práctica. Houellebecq señala que, para los budistas, la agonía es un momento particularmente importante en la vida de un hombre, porque le ofrece una última oportunidad para liberarse del ciclo de encarnaciones: Cualquier interrupción anticipada de la agonía es, por tanto, un acto francamente criminal; desafortunadamente, los budistas no intervienen mucho en el debate público.
Sobre el honor de una civilización
El escritor añade: Quedan los médicos, en los que tenía pocas esperanzas, sin duda porque no los conocía bien, pero es innegable que algunos de ellos se resisten, se niegan obstinadamente a matar a sus pacientes, y ellos pueden seguir siendo la última barrera. No sé de dónde viene este coraje, tal vez sea solo el respeto del juramento de Hipócrates: “No le daré a nadie veneno si me lo pide”.
Finalmente, Houellebecq sostiene que no se trata sólo de una pelea por el honor de una civilización: Lo que está en juego es otra cosa muy distinta, antropológicamente se trata de una cuestión de vida o muerte. Aquí tendré que ser muy explícito: cuando un país – una sociedad, una civilización – llega a legalizar la eutanasia, pierde a mis ojos todo derecho al respeto. Por tanto, no sólo resulta legítimo, sino deseable, destruirlo; para que algo más, otro país, otra sociedad, otra civilización, tenga la oportunidad de suceder.