Fuente: Diario de Navarra
Autora: Sónsoles Echevarren
Conversar con Maixabel Lasa resulta una experiencia extraordinaria. En el sentido etimológico del término. Porque está fuera, al margen, de cualquier hecho ordinario y habitual. Arrellanada en un sillón de la Filmoteca de Navarra, desgrana su vida igual que si estuviera contando que este fin de semana sus nietos irán a dormir. O que ha quedado con una amiga para tomar un café. Y así, gafas de pasta marrón, pelo corto y cano, comienza su relato. Una historia excepcional que cambió de rumbo cuando ETA asesinó a su marido, el político socialista Juan María Jáuregui, el 30 de julio de 2000. Ambos tenían entonces 49 años y una hija, María, que estaba celebrando precisamente ese día su cumpleaños número 19. Tres pistoleros del comando ‘Buruntza’ descerrajaron varios tiros en la nunca del que fue gobernador civil de Guipúzcoa (1994-1996) y ella se convirtió en los años posteriores en presidenta de la Asociación de Víctimas del Terrorismo. Hasta ahí, como tantos otros familiares de los 864 asesinados por la banda armada. Pero lo que la diferencia, como a algunos más, es que, años después, se entrevistó con dos de los etarras que mataron a su marido, dentro de los encuentros de justicia restaurativa que comenzaron en la cárcel de Nanclares de la Oca (Álava) en 2011. Y que, con esta historia, la directora de cine Icíar Bollaín ha rodado la película ‘Maixabel’, que cuenta con catorce nominaciones a los próximos Premio Goya. “Los premios gustan pero el galardón más importante es que más de medio millón de personas ya han visto la película y está interpelando a mucha gente”, reconoció el jueves por la noche en el cineforum que siguió a la proyección de la cinta en Pamplona. Maixabel Lasa sigue hablando y “guasapeando” con Luis Carrasco e Ibon Etxezarreta, los etarras que ahora están en tercer grado. “Siempre he creído en que todas las personas merecemos una segunda oportunidad y los presos por cualquier delito, la reinserción”. Etxezarreta trabaja en una panadería en Vitoria y Carrasco está buscando empleo tras haber terminado unos cursos de contabilidad. “Me voy a preocupar de tocar las puertas que haga falta para que salga adelante”. Maixabel Lasa continúa viviendo en Legorreta (Guipúzcoa), el pueblo donde nació hace 70 años. Igual que su hija, María, y sus tres nietos, de 11, 8 y 5 años.
Otra entrevista para recordar su vida. ¿Ya está cansada?
Me han hecho varias (sonríe) pero no me importa. Es una buena oportunidad para dar a conocer los encuentros y lo que supone la justicia restaurativa. Hay que explicarlo, porque hay gente que no lo sabe, que se trata de un instrumento voluntario para quien está cumpliendo cualquier condena.
Precisamente, por participar en aquellos encuentros con dos de los tres etarras que asesinaron a su marido le han concedido un premio navarro a la mediación…
A mí me parece demasiado, qué quieres que te diga, y estoy totalmente agradecida. Pero no soy la única. También han participado otras personas. Supongo que este galardón tiene que ver con la película, que está teniendo muchísimo éxito en toda España y hasta en el extranjero.
¿Por qué ha sido tan importante la película? ¿Qué ha supuesto contar su historia como ficción?
La cinta reúne tres características. La deslegitimación del uso de la violencia, que se refleja de forma clarísima. Que es posible vivir entre personas distintas y que hay que respetar siempre al diferente, incluso a quien te ha hecho más daño en la vida. Y también desidealiza lo que fue ETA y lo que significa aún para mucha gente. Ha sido una organización que nunca debió existir y que ocasionó mucho sufrimiento. En la película no se habla tanto de ETA como instrumento sino que se centra más en las personas y en los sentimientos. Y también aborda el futuro y la esperanza.
¿Qué ha sentido al ver su vida en la pantalla y a una actriz (Blanca Portillo) poniéndose en su piel?
Me ha desbordado. Pero, sobre todo, por lo que ha supuesto en los espectadores. A mí ahora me saluda por la calle gente que no me conoce de nada. Me paran y me dan las gracias. Un primo de Juan Mari, cuando salió del cine, me llamó y me dijo: ‘Me he quedado hecho un desastre. Me he dado cuenta de que, tras el atentado, no estuve a la altura’. La película está interpelando a mucha gente que se pregunta qué estaba haciendo cuando ETA mataba. ¿Eran de los que aplaudían? ¿De los que miraban hacia otro lado? ¿O denunciaban los hechos? A mí nunca me ha gustado la violencia y siempre la he condenado.
¿Por qué decidió participar en los encuentros de justicia restaurativa y quiso entrevistarse con los asesinos de su marido?
Porque siempre he creído que la política penitenciaria de cualquier gobierno tiene que ser la reinserción. Estos etarras cuando mataban estaban convencidos de lo que hacían y les parecía estupendo. Pero luego cambiaron. En primer grado (21 horas en la celda) hay mucho tiempo para pensar. Leen, estudian, se hacen mayores… Luis e Ibon habían hecho una autocrítica personal y se responsabilizaron de sus actos. Los dos coinciden en que si volverían a nacer no los cometerían. Eso les hace recuperar su dignidad perdida. Y a mí me da mucha paz. Cuando salí del primer encuentro en la cárcel de Nanclares, sentí como si me hubiera quitado un peso de encima. Fue muy gratificante ver que una de las personas que más daño nos ha hecho a mí, a mi familia y amigos me escuchara. Que no se sintiera un héroe sino un monstruo. Estoy muy satisfecha de haber participado. Ha sido muy sanador.
Insiste en que prefiere hablar de segundas oportunidades que de perdón. ¿Por qué?
Porque, además de que tiene una connotación religiosa, me parece que es un concepto bastante manoseado. Estamos acostumbrado a pedir perdón a todas horas por cualquier cosa todos los días. Las segundas oportunidades van más allá. Habrá gente que no comparta conmigo esta idea.
Usted, que es madre, les dijo a los etarras: “Prefiero ser la viuda de Juan Mari que tu madre”. Y después, cuenta, conoció a la madre de Ibon Etxezarreta…
Es que, como madre, ¡tiene que ser terrible que tus hijos maten! Un día, quedé con la madre de Ibon y, de vez en cuando, hablamos por teléfono. Aquella mujer me mostró su gratitud por haber concedido a su hijo una segunda oportunidad. Ibon me dijo otra frase que me impactó: “Yo también hubiera preferido ser Juan Mari Jáuregui que Ibon”.
Sorprende que les llame por su nombre, cuando siempre se ha hablado de ETA y de los terroristas como de un conglomerado…
Claro, porque son personas. Lo mismo ocurría con ellos, que tampoco querían conocer nada sobre las víctimas. Las cosificaban. Cuanto menos conocieran, más fácil resultaría matarles. No se atrevían a mirarles a los ojos.
Y usted, ¿qué sintió al mirar a los ojos a los asesinos de su marido?
Me ayudó mucho la presencia de los mediadores. Me dio fuerzas. A Luis y a Ibon les pregunté cosas que iban más allá de lo judicial (si habían podido dormir, si lo celebraron…) Estuve hablando con ellos casi tres horas. Y les conté quién era Juan Mari.
Etxezarreta acudió al homenaje de su marido. ¿Cómo lo vivió?
Con Ibon ya estuve fuera de los encuentros de justicia restaurativa porque duraron muy poco. En 2012, el PP llegó al Gobierno y no quiso saber nada. Así que me entrevisté con él fuera, en uno de sus permisos, gracias al apoyo del mediador (el actual consejero de Justicia y Políticas Migratorias del Gobierno de Navarra, Eduardo Santos). Nos reunimos en Aguinaga (Iza, a 21 kilómetros de Pamplona). Ibon me confesó que le gustaría venir al homenaje. ‘Si te animas y te atreves, por mí, encantada”, le dije. Pero le advertí que habría vecinos del pueblo de todas las ideologías. La gente respetó profundamente su presencia y se acercaron a saludarle. Él llevó un ramo de claveles: trece rojos por el pasado (los años transcurridos desde el atentado) y uno blanco, por el futuro.
¿Hubo gente de su entorno que la criticó por sus reuniones?
Hay de todo. Gente a la que le ha parecido bien y otra, a la que no. Yo respeto la opinión de todo el mundo pero también quiero que me respeten a mí. No somos mejores ni peores que nadie.
Pero comprenderá que hay víctimas que no quieren reunirse con los asesinos de sus familiares…
Claro. La justicia restaurativa es totalmente voluntaria.
¿Y qué opina de los ‘ongi etorri’ (bienvenidas) a los etarras cuando salen de la cárcel y regresan a sus pueblos?
Ya no se hacen tantos homenajes. Arnaldo Otegi (coordinador de Bildu) pidió que no se organizaran de forma pública. Es lógico que las familias y los amigos se alegren cuando sus presos salen de la cárcel. ¡Faltaría más! Pero una cosa es alegrarse y otra ocupar un espacio público para rendirles una bienvenida por todo lo alto. Entiendo que se celebren comidas en la sociedad gastronómica de un amigo o en las casas.
¿Cómo es ahora su vida?
Pues muy normal. Vivo sin odio. Disfruto de mis nietos, mi hija, mis amigos… Y participo en estos encuentros cuando me llaman.
¿Y cómo les contará a sus nietos qué le ocurrió a su abuelo?
Ese trabajo le corresponde a su ‘amatxo’ pero lo hará de la manera más natural posible y explicándoles quién era su ‘aitona’.
Se ha convertido en una persona famosa…
Bueno… (risas). Todo este trabajo se ha hecho en la privacidad pero llega un momento en que se tiene que conocer lo que se ha hecho. Y que personas tan distintas sean capaces de hablar. Si no hablas nunca con nadie y todo te da igual, ¿qué tipo de empatía existirá? A mí me tocó el terrorismo en 2000 y sentí el respaldo de las instituciones. Pero, ¿y las víctimas de los años setenta y ochenta? Se sintieron totalmente abandonas y sufrieron muchísimo. Además del dolor, la gente pensaba: ‘Algo habrá hecho’ o ‘por algo será’. Toda esa mierda que echaron encima fue muy dolorosa. Pero ahora tenemos que mirar hacia el futuro con esperanza.
El próximo 6 de mayo contaremos con Maixabel Lasa en el curso «Radicalidad y diálogo en el COMPROMISO POLÍTICO».
Para más información sobre el curso, pincha aquí