Ana Sánchez
La ONU, en su 101ª sesión plenaria celebrada el 25 de julio de 2019 decidió declarar 2021 como “Año Internacional para la Eliminación del Trabajo Infantil”. Según las últimas estimaciones mundiales sobre el llamado trabajo infantil que presenta la Organización Internacional del Trabajo, referidas al año 2016, existían 218 millones de niños víctimas del trabajo infantil. Las cifras chocan con otras organizaciones que trabajan directamente con los niños que sufren la esclavitud, como Misiones Salesianas que hace dos años hablaban de 223 millones de menores explotados sexualmente en el mundo. Está claro que las cifras no cuadran.
Una cuestión fundamental es saber de qué estamos hablando cuando hablamos de “trabajo”, quizá no todos tengamos lo mismo nuestra cabeza. Una pista la encontramos en la reciente carta apostólica Patris Corde, donde el Papa Francisco nos recuerda que “una familia que carece de trabajo está más expuesta a dificultades, tensiones, fracturas e incluso a la desesperada y desesperante tentación de la disolución. ¿Cómo podríamos hablar de dignidad humana sin comprometernos para que todos y cada uno tengan la posibilidad de un sustento digno?”
Este año que acaba de comenzar, dedicado a San José y declarado como año contra la eliminación del trabajo infantil puede ayudarnos a calibrar la dimensión y crudeza de este problema. Ya en junio del año pasado se alertaba desde los organismos oficiales (OIT y UNICEF, concretamente) cómo “la COVID-19 podría resultar en un aumento de la pobreza y por tanto en un incremento del trabajo infantil, ya que los hogares utilizan todos los medios disponibles para sobrevivir”. En países como Brasil, Guatemala, México, India y Tanzania, ya se ha observado un aumento del trabajo infantil producto del desempleo de los padres.
Es determinante saber cuál es el trabajo de cada uno. El de los niños debe ser jugar y estudiar, es decir, todo lo contrario a lo que realizan millones de ellos en la agricultura, extracción minera, ejército y guerrillas, fábricas, prostitución y un largo etcétera de actividades más o menos agresivas; en este sentido, todas lo son, todas suponen una esclavitud de un grupo de población (los niños) que deberían ser especialmente protegidos, no especialmente explotados.