Javier Marijuán
El declive del chavismo ha consumado su última escena con el fraude electoral de las elecciones del 28 de julio. Nicolás Maduro, designado a dedo por Hugo Chávez, nunca dejó de ser un títere. En las elecciones a las que se presentó y supuestamente salió elegido nunca obtuvo victorias claras. El único trabajo que tuvo que hacer fue dejar fuera del juego electoral a la oposición, consolidar el aparato burocrático del régimen y agitar la propaganda gubernamental hasta la náusea.
La gestión económica del gobierno venezolano ha sido propia de un atajo de ineptos corrompidos que han arruinado un país con inmensas riquezas. Su nefasta gestión ha provocado el mayor éxodo de su historia pues más de siete millones de venezolanos se han visto obligados a salir de su país para poder sobrevivir. El patético presidente se ha empeñado en esconder la realidad a través de larguísimos y tediosos programas de propaganda en la televisión pública con un público de fieles que aplaudían con cada vez menos entusiasmo.
Con una inflación galopante y una población con unos índices de pobreza nunca vistos estas elecciones eran imposibles de ganar. Bastó que la oposición presentara una candidatura unida para que el régimen cayera en la cuenta de que sin trampa era imposible ganar. La inhabilitación de la líder opositora tampoco le funcionó por lo que Maduro puso todas las instituciones del estado a trabajar mientras en la calle crecía el convencimiento de que estas elecciones iban a ser la puntilla del régimen.
Mientras un presidente candidato que solo sabía vociferar de forma amenazante en mítines repletos de leales traídos en autobuses pagados, la oposición tuvo la inteligencia de lanzar un mensaje que evitaba la crispación y la revancha, lo que disparaba sus posibilidades de victoria. El pueblo ya estaba cansado de arengas y amenazas y votó por el cambio.
La respuesta del régimen ha sido grotesca. El que dicen que es el mejor sistema electoral del mundo no ha sido capaz de publicar, a fecha de hoy, las actas electorales y dar prueba fehaciente de su triunfo. La oposición, sabedora de lo que se preparaba, ha sido capaz de ofrecer una versión más documentada y fiable que el propio gobierno. Los expertos ya indican que las cifras de voto oficiales tienen todos los indicios de haber sido cocinadas y no reflejan las actas electorales. La respuesta del régimen ha sido la de movilizar todas las instituciones para dar cobertura al fraude. El mismo tribunal de justicia que inhabilitó a su contrincante ya tiene el encargo de validar el pucherazo. Y el Ejército y la Policía tienen la encomienda de reprimir al pueblo que quiere hacer valer en la calles su voto.
La comunidad internacional ya ha pedido transparencia. Solo los países con regímenes no democráticos han reconocido el triunfo de Maduro. Los países vecinos temen otro éxodo de venezolanos y tampoco han dado validez a la propaganda gubernamental.
Dos reflexiones finales:
1.- ¿Está Maduro negociando su salida o, por el contrario, va a llevar su farsa hasta el final?. La segunda opción va a costar muchas vidas. Pensemos en qué podemos colaborar para que esto no ocurra. Los vínculos de nuestro país con Venezuela nos hace, en parte, responsables. Máxime cuando el expresidente Zapatero, observador oficial de esas elecciones, guarda silencio lo que le hace cómplice y desata todo tipo de sospechas sobre el papel que ha jugado.
2.- El que llamaban régimen socialista no era tal. Repetir muchas veces “socialismo del siglo XXI” no te hace más socialista. Chavez aprovechó los ingresos del petróleo cuando el precio era alto para montar un gigantesco aparato asistencial con el nombre de “Misiones” que le permitió comprar muchas voluntades. La figura de este presidente se convirtió en un símbolo cuasi religioso de obligada veneración. Pero el modelo de la asistencia estatal no dejó nunca de ser una práctica humillante que derivó en compra de voluntades y una absoluta ruina que impidió el desarrollo de las fuerzas productivas del país.
El pueblo cayó en la cuenta y ya ha derribado las estatuas de quien fuera su amado líder. Como las de Franco, Stalin o Sadam Hussein. Y, para mas Inri, el día de su cumpleaños.