Javier Marijuán
Oímos frecuentemente que los políticos de antes tenían un mayor nivel que los actuales. Y no hay razones para negar el progresivo deterioro de nuestra vida social. El cortoplacismo que se ha instalado en la vida pública ha convertido a los partidos en máquinas electorales que solo piensan en la próxima votación. La división social aboca a legislaturas cortas y éstas provocan una acción política que se asemeja a una competición liguera de partido a partido. Cuando la siguiente votación en el parlamento puede ser la última, se desatan todas las estrategias posibles para arañar votos aunque para ello haya que sacrificar los ideales. Y para sortear el juicio moral sobre estos bandazos, los partidos y gobiernos se entregan de lleno a las estrategias comunicativas en una lucha encarnizada por lo que ahora se llama el relato.
Esta espiral de descenso ha provocado que el protagonismo de los medios lo ocupen ahora los llamados pseudomedios; que el socialismo sea un pseudoscialismo que gobierna gracias a derechas regionales; que el patriotismo se identifique con la cerrazón al inmigrante le convierte en un pseudopatriotismo, y suma y sigue hasta correr el peligro de que la frágil democracia en la que vivimos camine a la pseudodemocracia en la que solo se reconozcan derechos a los fuertes.
Pero no hay que instalarse en el pesimismo pues podemos coger otra senda. Seamos conscientes de que nuestros representantes son parte de la sociedad y sus comportamientos no son muy diferentes del comportamiento de la ciudadanía. Por ello conviene pensar en qué medida nuestra inacción contribuye al deterioro de la vida pública y en lo que podemos hacer nosotros.
No vale decir que nos merecemos mejores gobernantes desde el sofá de nuestro salón. Es más, en esta espiral de bajada deberíamos dar gracias por vivir este tiempo con tan claros desafíos. Cuando las corrientes antidemocráticas y las guerras avanzan en el mundo, los cristianos debemos acudir prestos a la llamada de arrimar el hombro para construir un mundo mejor con las armas de la gratuidad, la no violencia y la opción preferencial por los pobres. Principios rectores llamados a dar mucho juego si los echamos a rodar en la vida pública.
La vida institucional es algo que nos incumbe y en la que debemos aportar ideas y prácticas valiosas. Eso o instalarnos en un pseudocristianismo que haga juego con este vetusto mobiliario.