Ana Sánchez
Mamut de Lukas Moodysson, una coproducción europea de 2009.
Nos muestra la interrelación que tienen todas nuestras vidas, cómo todo lo que hacemos tiene que ver con los demás, para lo bueno y para lo malo. La película está jalonada de multitud de pequeños símbolos y diálogos en los que se refleja el hastío y la sumisión de la sociedad, las contradicciones en las que vivimos o que padecemos, la ternura y el amor que todos tenemos y debemos entregar a los demás.
A lo largo de casi dos horas se van tratando temas tan cercanos como familia o la inmigración, la soledad y la responsabilidad de educar y sacar adelante a los hijos.
En esta historia se nos va desgranando la interrelación de una pareja neoyorquina de éxito cuya hija es cuidada por una niñera filipina, que ha dejado a sus hijos para intentar darles una vida mejor, una vida que les aparte de la miseria en la que vive la mayor parte del planeta.
El dolor de la separación es el precio que se ven obligados a pagar por esta perspectiva de huir de la pobreza; un amor en la distancia, una necesidad de contar con el otro, de la familia unida, del cuidado cercano, la entrega del propio sacrificio para evitar el de aquellos a los que queremos, la fortaleza para sobrellevar una vida que cobra su pleno sentido en el otro, en aquel al que sentimos como una parte fundamental de nosotros mismos, forme o no parte de nuestro círculo cercano, en este mundo cada vez más globalizado e interconectado, por el que muchas veces queremos pasar de puntillas, como si no formáramos parte de él ni fuéramos responsables de lo que en él sucede.
Un padre de familia que viaja a Tailandia para firmar un contrato millonario y que también encuentra allí un mundo de contrastes entre su privilegiado mundo laboral y la búsqueda de supervivencia que lleva a muchas mujeres a prostituirse, simulando una vida alegre, realmente bastante alejada de su realidad cotidiana. El mundo de la pobreza y el del placer se entrecruzan: la diversión y el lujo de unos gracias a la explotación de otros, de la mayoría.
Es precisamente este lujo desmedido el que da título a esta película… el valor de una pluma fabricada con el marfil de un mamut, una ostentación que pocos se pueden «permitir» y que muchos habrán de pagar con su vida.
Una concatenación de encuentros y encontronazos entre el mundo enriquecido del norte y el empobrecimiento del sur, quizá idénticos en lo esencial, pero en polos opuestos del desarrollo y de las formas de vida.
Tampoco la pareja protagonista está exenta de contradicciones: una madre que trabaja como médico, cuidando también a los hijos de otros mientras su hija pasa más tiempo con la niñera que con ella.
Al tomar conciencia de la cantidad de horas que está lejos de su niña, se va replanteando y cuestionando sus prioridades, su trabajo fuera del hogar y la necesidad de la relación con su hija, que parece alejarse de ella.
Un mundo de ilusiones y desilusiones, de esperanzas en un futuro mejor, más prometedor y esperanzador que esa vida en el basurero, perspectiva que queda para tantos niños filipinos y de otras partes del globo y que en esta película la abuela muestra de manera cruda y realista a su nieto, tratando de hacerle valorar el sacrificio que está haciendo su madre para que él no sea uno de tantos niños que han de sobrevivir rebuscando en la basura.
Agridulce historia en la que queda patente que nuestra vida se sustenta en el sudor y la sangre de los empobrecidos, como esos niños que cosen balones para que otros niños jueguen con ellos.