Dirigida por Charles Chaplin en 1939, cuando el cine hablado estaba ya prácticamente en su máximo esplendor. Sin embargo, con «Tiempos modernos» optó por hacer una película muda en la que se refleja con gran expresividad el auge de una industria en la que los trabajadores son considerados como auténticas máquinas, instrumentos de producción sin más valoración que el rendimiento en medio de un trabajo mecánico y repetitivo.
Toda la fábrica se sitúa bajo la atenta mirada del director, del dueño de la empresa, que observa lo que pasa en todos y cada uno de los rincones de su feudo particular, como el ojo del Gran Hermano en la novela 1984, presente siempre en todas partes, observándolo todo, controlándolo todo, dirigiéndolo todo.
Ésta es la última aparición del personaje de Charlot en la gran pantalla, un clásico de las comedias de las primeras épocas del cine, tierno y entrañable, un hombre sencillo, con un matiz ingenuo que le hace más cercano a los que nos vamos adentrando en la historia que se narra. En «Tiempos modernos» encarna a un empleado de una cadena de montaje en la época de la segunda revolución industrial, atrapado en el maquinismo y que enloquecerá por el ritmo febril de este tipo de producción, un trabajo rutinario que deshumaniza a la persona, convirtiéndola en un objeto más, en otra pieza del engranaje
Tras una imprescindible cura hospitalaria vuelve al frenético mundo de los años treinta, al barullo de una gran ciudad en la que se manifiestan ya con crudeza las consecuencias del hundimiento de la bolsa de Nueva York en el crack de 1929: empresas cerradas, millones de obreros en paro, la miseria de las familias y también, cómo no, las reivindicaciones de los trabajadores, de las que Charlot parece verse convertido en cabecilla al recoger por casualidad una bandera caída y ser seguido por toda una manifestación de obreros. Una parodia de la vida real, en la que muchas veces nos sorprendemos a nosotros mismos tomando las riendas, sin ser verdaderamente conscientes de ellos, asumiendo el protagonismo personal y colectivo que exige la condición humana.
En medio de esta situación conocerá a una joven con la que compartir la vida y las aspiraciones por un mundo y un futuro mejores. Desde su precaria condición verán abrirse nuevamente las puertas a la esperanza con los atisbos de recuperación económica y la posibilidad de acceder a un empleo, un bien anhelado y necesario, realmente imprescindible para todos, esperado por muchos y lamentablemente conseguido sólo por algunos, nuevamente una lucha por la supervivencia en la que muchos quedarán fuera del camino, pero los que consigan llegar, contarán con la posibilidad de un futuro cargado de esperanza: un final feliz como culmen de una historia cómica y dramática al mismo tiempo.