Por Javier Marijuán, abogado laboralista
Cuando era líder de la oposición Pedro Sánchez prometió que lo primero que haría nada más llegar al gobierno sería derogar la reforma laboral del Partido Popular. Al igual que ocurrió con las promesas sobre inmigración, en materia laboral, la llegada al gobierno de la coalición formada por PSOE y Unidas Podemos solo ha supuesto un continuo bombardeo de propaganda que no ha ayudado en nada a los trabajadores de este país. El discurso actual es el de la derogación parcial de los aspectos más lesivos de dicha reforma que no deja de ser un eufemismo que trata de encubrir la mentira de aquella promesa electoral. Nos ocultan que una reforma laboral no es una norma aislada que se pueda derogar sin más sino algo que abarca muchos aspectos con múltiples desarrollos en diferentes ámbitos de las relaciones laborales y de la Seguridad Social y se inserta en el sistema haciéndolo evolucionar de forma constante. Además, aquella reforma laboral del PP no hubiera sido posible sin las más de veinte reformas anteriores en idéntico sentido, muchas de ellas impulsadas por el PSOE.
Si una persona recibe una transfusión de sangre infectada que le hace enfermar más de lo que estaba no se puede decir diez años después que va a derogar esa transfusión. Aquella sangre se diluyó en el cuerpo enfermo y no se puede identificar su contenido. Ese cuerpo puede necesitar un trasplante u otro tipo de terapia, pero no se puede seguir engañando al enfermo.
La comedia se avivó cuando para conseguir una prórroga del estado de alarma, Unidas Podemos firmó con EH-Bildu un documento acordando la derogación “íntegra” de aquella reforma laboral. Pero cada vez que se pregunta a la ministra del ramo sobre aquello, responde con evasivas. Todos saben que es imposible. Yolanda Díaz se ha entregado sin límites a una estrategia de concertación en la que son imposibles los cambios prometidos por lo que ha impulsado únicamente reformas cosméticas.
La avalancha de cambios tecnológicos y el acelerón que ha provocado la Pandemia del COVID-19 nos debe hacer caer en la cuenta del nuevo escenario que se abre al mundo del trabajo al que ya no le valen las recetas socialdemócratas.
El avance del salvaje modelo asiático, la robotización, la externalización de los servicios, la tiranía del “just in time”, la devaluación salarial, los nuevos modelos de prestación laboral a través de plataformas digitales son fruto del creciente divorcio entre economía productiva y economía financiera. Los mecanismos financieros, comerciales y políticos determinan las condiciones de trabajo y las legislaciones laborales de los trabajadores del mundo. El que la mitad de los trabajadores del mundo, unos 1.500 millones de trabajadores, no perciban por su trabajo un salario superior a dos dólares al día, pone en tela de juicio la legitimidad de todas las instituciones económicas y políticas así como todo el pensamiento económico que las legitiman. El 16 % de la Humanidad en edad adulta se quiere ir de su país. Son 700 millones de personas, más que todo el continente americano. Los movimientos migratorios internacionales obedecen a la nueva división internacional del trabajo que da al capital la posibilidad de obtener una mano de obra dócil y más fácilmente sometible.
Si cada día mueren en el mundo cinco mil personas víctimas de accidentes de trabajo o alguna enfermedad profesional, tres veces más que el número de vidas humanas que se pierden por causa de las guerras, nos resulta difícil aceptar la senda evolutiva de reformas y contrarreformas parciales que no hacen sino afianzar el paradigma dominante.
El día del trabajo de 2021 (1 de mayo), en plena campaña electoral, los candidatos prefieren agitar las emociones antes que pararse a pensar cómo afrontar la robotización, la digitalización y el impacto que las tecnologías de la información y las nuevas formas de prestación laboral tienen en nuestra sociedad haciendo que sectores enteros caminen al paro en unos pocos años y su trabajo sea sustituido por más trabajo precario y peor pagado. Y esto no se resuelve con los ERTEs que no son más que instrumentos paliativos temporales que mitigan el impacto temporal del movimiento de placas tectónicas que vivimos.
El teletrabajo del siglo XXI convive con los zero-hours-contracts (contratos de cero horas del reino Unido), modalidad típica del liberalismo industrial del siglo XIX. Esta es una forma privilegiada de los contratos que ocupa a un millón de británicos y que se utilizan para trabajar tanto en el Parlamento Británico como el Palacio de Buckingham, los hospitales y el sector del ocio. Son contratos sin salario garantizado ni carga de trabajo mínima, pero con obligación de estar disponible las 24 horas del día y, por tanto, no permite compatibilizar con otro puesto de trabajo. Además, el sueldo de estos trabajadores también es menor al de la media: 236 libras (270 euros), lejos de los 557 de la media británica. Hasta se exige firmar cláusulas de exclusividad. Y podríamos seguir con los Mini Jobs alemanes y sucesivamente por todo el mapa europeo y mundial.
Recientemente ha saltado a la opinión pública una realidad que, si bien ya existía, nos estaba pasando desapercibida que es la tiranía de la nueva esclavitud del algoritmo y el crecimiento de los riesgos psicosociales en el trabajo. El capitalismo carece de sentido del límite y hoy vemos como la vida privada se ha visto afectada con intromisiones laborales que han hecho aumentar de forma desmedida el riesgo psicosocial de los trabajadores. Crece el trabajo disponible 24 horas al día y desaparecen las fronteras entre vida privada y de trabajo. Las TICs hacen involucionar el ejercicio del derecho a la privacidad potenciando la cultura de la disponibilidad total sin sentido del límite por la adaptación total del tiempo de vida de las personas al trabajo.
Hoy se firman contratos con cláusulas que permiten enviar mensajes o correos las 24 h. del día. Existen prácticas de localización y vigilancia del trabajador para evitar tiempos muertos o tiempos de microdescansos. Instalando acelerómetros en los teléfonos móviles GPS se permite captar sus movimientos o sus ausencias en una determinada frecuencia. Y si no hay movimientos en dos minutos se activa alarma acústica en una central de emergencias y se moviliza todo un entramado de intervención. El tecno-estrés está asegurado y se traduce en el vertiginoso aumento de enfermedades mentales y jubilaciones prematuras.
La inteligencia artificial el gran reto del futuro
La Inteligencia Artificial se ha convertido en el nuevo empresario. En la crisis financiera de 2008 descubrimos que colosales operaciones financieras eran actos cometidos sin atisbo de intervención humana más allá del diseño inicial. Millones de transacciones eran realizadas por supercomputadores en milisegundos, usando algoritmos jurídicamente inatacables. Lo mismo ocurre hoy con el trabajo. El problema que se plantea es: ¿cómo reaccionar a operaciones diseñadas en nanosegundos por el algoritmo si está diseñado para escapar al control de la reacción humana aunque en sus decisiones siempre haya un humano al timón?.
La colonización algorítmico-digital del trabajo es ya una realidad. Una sentencia de nuestro Tribunal Supremo de 2018 legitima el algoritmo Still Competency Matrix para seleccionar personas afectadas por un despido colectivo pues se cree que los sistemas de decisión algorítmica valoran sin sesgos al margen de valoraciones y estereotipos discriminatorios.
En sentido contrario, una sentencia de un Tribunal de Bolonia de diciembre de 2020 estableció que un algoritmo management de gestión de personal puede reforzar la discriminación y la intromisión en la vida de los trabajadores. El sindicato denunciando logró demostrar que el algoritmo de Deliveroo tenía una lógica discriminatoria pues organizaba el trabajo de los riders en función de un ranking reputacional que obstaculizaba la participación sindical y penalizaba la conciliación de la vida familiar y laboral. Con una programación diseñada con dicha intención el algortimo Frank iba excluyendo de forma sigilosa a los trabajadores que no mostraban total disponibilidad mediante su sistema de reservas y asignación semanal de trabajo. Si un sistema informático es capaz de construir perfiles completos de los trabajadores en la empresa puede usar esa información en las múltiples decisiones discrecionales que puede llevar a cabo: ascensos, despidos, movilidad geográfica o funcional, ritmo de trabajo, asignación de tareas, formación, abono de primas e incentivos…. y arruinar impunemente una carrera profesional.
IBM recibe al día más de 8.000 currículos y cuenta con un sistema de inteligencia artificial que predice con un 95% de precisión los empleados que abandonarán la empresa. Los trabajadores del gigante Amazon trabajan al ritmo que les marca la inteligencia artificial y un estudio realizado sobre la plantilla demostró que la mayoría tenía lesiones debido a la velocidad del trabajo. El uso de la pistola de lectura de códigos proporciona una información que, debidamente procesada, ofrece datos sobre la productividad de cada operario y permite su despido fulminante si no cumple el objetivo asignado. Una fría comunicación telemática extingue la relación laboral sin intervención de un rostro humano visible que asuma la responsabilidad de tal decisión.
Ya hay empresas especialistas en crear sistemas de contratación de personal a través de la cámara del móvil o del ordenador que analiza los movimientos faciales y el lenguaje corporal para aceptar o rechazar al candidato. Los sistemas de control llegan a estimular el rendimiento de los trabajadores hasta límites insospechados. Por ejemplo, las aplicaciones de Uber lanzan atractivos mensajes acompañados por un icono de aumento de precio cuando detectan los descansos de los conductores.
La creciente implantación del teletrabajo está poniendo en peligro la privacidad del trabajador. El ordenador de trabajo se convierte en un libro abierto a disposición de la empresa y sus dispositivos de vigilancia electrónica. En nuestro país hay sectores enteros cuyo trabajo está permanentemente monitorizado y las consecuencias en la salud están todavía por calibrar pero los niveles de ansiedad necesitada de medicación aumenta de forma alarmante.
Lamentablemente, las iniciativas normativas y sindicales para hacer frente a este capitalismo matemático caminan con una velocidad de tortuga mientras la Inteligencia Artificial no tiene señales de limitación de velocidad. Por ello, mientras los durmientes se lo están pensando, otros están acelerando el paso. La gestión algorítmica está llegando a todas partes y si no ponemos límites de inmediato, se desarrollará la inteligencia artificial al límite de los derechos humanos.
La regulación del algoritmo va a encontrar fuertes resistencias pues forma parte de la organización digital del trabajo y formar parte del secreto industrial blindado por la propiedad intelectual. Si triunfa esta postura y se niega el derecho a un acceso transparente e inteligible al algoritmo, éste será un nuevo elemento de imposición de cadenas mediante decisiones automatizadas sin control.
1 de mayo, un grito por la Autogestión
En los años sesenta nació en España la Editorial ZYX. El primer libro llevaba la firma de Guillermo Rovirosa y se titulaba ¿De quién es la empresa?”. Hace más de cincuenta años, un ingeniero militante advertía de las falsas salidas a la cuestión social y apostaba por la única posible que no era otra que la construcción de una empresa a la medida del hombre y propiedad de sus trabajadores. Los cantos de sirena del empleo amparado por el Estado o los altos salarios temporales eran el señuelo del capitalismo para anestesiar el deseo de protagonizar la vida económica. Hoy el estado y los grandes capitanes de industria han bajado los salarios y destruyen empleo y ha desaparecido del imaginario colectivo el impulso autogestionario.
Nuestro momento histórico debe dar vigor a este impulso. No es el momento de reformas laborales que juegan al gato y al ratón en medio de un proceso generalizado de degradación del trabajo. La técnica es hija del trabajo y debe ser aliada del trabajo. Que la Inteligencia Artificial, que es fruto del esfuerzo y el conocimiento de trabajadores mayoritariamente pobres, sea usada contra el trabajo es uno de los grandes dramas de nuestro tiempo.
El trabajo no puede abdicar de buscar caminos económicos de paz fuera de las prácticas agresivas de una economía salvaje. El sindicato no debe conformarse con la defensa de leyes protectoras del trabajador en el seno de la empresa sino luchar por no dejarse robar la gestión de la riqueza creada exclusivamente por el trabajo.
Por eso, el 1 de Mayo de 2021, debe de ser un grito por la Autogestión y el protagonismo del trabajo por encima del capital.