Mª Isabel Rodríguez Peralta
Educar la mirada exige educar la sensibilidad y cultivar la capacidad de asombro o dicho de otro modo, educar la imaginación exige cultivar la sensibilidad pedagógica. Nuestro cuerpo es una puerta de entrada al mundo y nuestros cinco sentidos ventanales para dejar pasar la luz, pero es menester querer dejarla pasar.
Vivimos aún con el asombro pendiente por llegar porque la desgana y rutina nunca invitan al asombro, más bien al contrario, nos entristecen y nos encogen el corazón. A fuerza de egoísmos colectivos el neo-individualismo postmoderno atrofia el alma y seca la vida.
No descansar hasta descubrir la integralidad del ser humano en su radicalidad es iniciar un camino sin retorno para el que no necesitamos mucho equipaje, más bien poco y de ese poco poco. En el prólogo de ‘El Fenómeno humano’ Teilhard de Chardin habla de ver o perecer. Se trata de adquirir una visión profunda y aprender a ver lo inmaterial, aquello que no se ve pero si existe, como el amor que se manifiesta allí dónde no reposamos nuestra mirada porque le volvemos la cara.
Rovirosa describe la importancia del asombro ante lo pequeño y la mirada siempre nueva ante lo cotidiano cuando afirma que ‘la persona humana para ver ha de ser un poeta, aunque no escriba versos, y sentir su alma estremecida e impresionada al sentirse en armonía con el conjunto maravilloso de la creación’.
No olvidemos que la verdadera pedagogía es la iniciación a una vida más amplia, y ésta no podrá ser nunca el destino de los que cada vez más estrechan sus horizontes.
Guillermo Rovirosa falleció el 27 de febrero de 1964, fue un militante cristiano pobre y gran formador de militantes obreros que encarnó e hizo vida su principio pedagógico de contemplación y lucha abriendo camino a las nuevas generaciones.