Luis Argüello
Desde que se produjo la escisión entre pensamiento y realidad (Ockham, Descartes, Lutero, Kant…) la filosofía, hasta entonces realista y fundada en la metafísica, fue dejando paso a una sucesión de “nuevas ideologías” con una pretensión cada vez más manifiesta de transformar la realidad o de construirla desde la imagen que ofrecen sus nuevos planteamientos. Es conveniente recordar que todas las ideologías tienen un punto de apoyo en algo valioso, que es preciso descubrir, y el riesgo de absolutizarlo excluyendo otras perspectivas de conocimiento y acción. También es bueno considerar que muchas de las “novedades” tienen antecedentes en la historia del pensamiento. A grandes brochazos, sin ninguna pretensión de sentar cátedra, voy a describir el que, a mi juicio es el marco ideológico dominante.
Creo que la gran novedad ideológica, desde el siglo XIX, y permanente manantial de novedades en la feria de las ideologías es el nihilismo. Negación de origen, fundamento y sentido, como de todo horizonte de plenitud. También, negación de la verdad o de la posibilidad de ser conocida o comunicada. Si en un tiempo el nihilismo fue vivido de forma dramática, incluso angustiosa, hoy es acogido de forma festiva y reivindicado como ámbito de libertad: nada nos vincula, ni determina, ningún dios, ni la naturaleza, ni siquiera la propia corporalidad, nada. El relativismo vive un camino de permanente ida y vuelta con el nihilismo. Si no existe la verdad, todo depende de los contextos y de la opinión de sujetos o grupos. En realidad, todo depende del poder.
Así, la autodeterminación, autonomía o “derecho a decidir” son propuestas ideológicas promovidas con la clave común del “empoderamiento” de individuos y grupos diversos, normalmente minorías que reclaman no solo reconocimiento y respeto, sino una situación institucional frente a terceros. Es una propuesta seductora de poder, que hace juego con el Poder que se esconde en el imperialismo económico y cultural emergente en el mundo globalizado. Esta propuesta que elogia el individualismo y disuelve los vínculos básicos de las personas, deja al sujeto, reducido a individuo, solo ante los grupos de poder. Sí los grandes sueños ideológicos totalitarios del siglo XX pensaron que el cambio de instituciones y estructuras políticas y económicas haría surgir el “hombre nuevo”, ahora es la construcción de “un nuevo individuo” el que puede hacer posible el sueño de una existencia sin dependencias ni límites.
El paradigma tecnocrático dominante en el mundo de la economía globalizada precisa de una antropología y una cultura que haga juego con sus proyectos. Por ello, se van extendiendo, en una singular alianza entre las nuevas formas de capitalismo y el progresismo cultural en parte heredero de “mayo del 68”, propuestas antropológicas y de estilos de vida convergentes con las necesidades de producción y consumo, pero, sobre todo, con los grandes desafíos que supone la 4ª Revolución Industrial y sus asombrosas novedades tecnológicas.
La pandemia COVID-19 ha acelerado estos procesos. Es necesario “resetear”, un nuevo inicio. La iniciativa, ya trabajada en el Foro de Davos de años anteriores, encuentra en el “constructivismo”, otra de las nuevas ideologías un estupendo aliado. Construir el sujeto, para lo cual el cuerpo es solo material de trabajo, construir la historia desde los intereses del presente y construir también nuevas identidades sociales y políticas. Para lo cual es necesario “deconstruir” la persona, el matrimonio y la familia, la historia de los pueblos e incluso su identidad nacional. Las ideologías de género son una referencia clave en este proceso de destrucción y construcción, sobre todo sus últimas expresiones “queer” o de “sexo y género fluido, “no normativo”. El cuerpo tiene que dejar de ser referencia o límite en propuestas ideológicas que han llegado a los Parlamentos para convertirse en nuevas y exigentes normas. Ideologías que seducen en nombre de una libertad ilimitada aterrizan en propuestas asfixiantes que quieren regular todos los aspectos de la vida y de la conciencia.
En el campo de las identidades grupales o de las diversidades, tiene hoy especial fuerza las corrientes ideológicas que podríamos resumir con la expresión “woke”, “estar despierto” para salir al paso de cualquier agresión a las minorías. El indigenismo, Black Lives Matter, los grupos “antifa”, nacionalismos identitarios, mezclan reivindicaciones legítimas, con propuestas emotivistas y de deconstrucción histórica para construir relatos marcados por el enfrentamiento y luchas de poder que debilitan el orden institucional vigente y le hacen cada vez más débil ante los enormes poderes económicos. Éstos, con su enorme capacidad tecnológica para generar opiniones y sentimientos, favorecen el proceso.
Desaparecido Dios del centro de la vida, el hombre no logra mantenerse en ese lugar al que ha sido invitado por la más vieja de las propuestas: “seréis como dioses”. Lucha con otras especies, pues el animalismo y especismo le ha reducido a uno más entre la lista de los animales, y quiere encontrar una nueva alianza con las máquinas inteligentes a las que ve como amenaza y oportunidad. Aparecen así las corrientes transhumanistas, que en su expresión última quieren ofrecer una propuesta de salvación secularizada: “la muerte de la muerte” y el “hombre exponencial”, ciborg, fruto de la alianza entre hombre y máquina. Nueva especie cada vez más sujeto espiritual (pleno de información) cuyo cuerpo es sustituido progresivamente por implantes y trasplantes de nuevos artilugios tecnológicos. La ideología de género, en realidad no hace otra cosa que preparar el terreno a este verdadero “nuevo hombre” indispensable para el “nuevo orden” que asegure la felicidad y la convivencia.
Una cierta nostalgia de lo divino atraviesa todo este camino de las nuevas ideologías. Primero para negar la existencia de Dios y de todo fundamento no mecanicista de lo creado, para después aparecer como propuesta de nueva humanidad. Es una iniciativa que enlaza con el Evangelio –la humano-divinidad que la Trinidad nos ofrece– al mismo tiempo que le niega, pues afirma la posibilidad de “ser dioses sin Dios”.
Finalmente quiero resaltar el puritarismo cátaro que manifiestan los defensores de muchas de estas ideologías, pues no admiten discrepancias. Si éstas se producen aparece el castigo social y la acusación de algún tipo de odio o de fobia.