Creed a las madres: a los adolescentes trans les pasan otras cosas

Fuente: tribunafeminista.elplural.com

Autora: Donna M.

Empezaré con una advertencia: soy apasionada. Lo soy. Y tengo un profundo y fuerte instinto para defender a la gente a la que creo se ignora o trata mal. Soy la típica progre algo sensiblera. Ya sabéis, pongo pegatinas con mensaje humanitario en el coche y me llevo una bolsa de tela a la compra. Siento vuestro dolor, de verdad.

Así que os aseguro que me encantan esos jóvenes activistas increíblemente seguros de sí mismos, atrevidos y honestos, que gritan por los derechos de las personas trans. Os veo. Yo también he sido una de vosotros, lo creáis o no. De vez en cuando sigo saliendo con mi pancarta de protesta y mis zapatillas más cómodas para hacer algo de ruido en nombre de los que no tienen voz o no reciben un trato adecuado. Todo eso está muy bien; es bueno y necesario.

Pero hoy me gustaría que respiráramos todos profundamente y nos centremos en algunas voces que se pretenden silenciar o a las que no se presta atención: las madres del mundo. Porque nosotras, las madres, podríamos contaros las cosas que hemos aprendido por el camino, y os podríais ahorrar la voz ronca y algo de vergüenza si os paráis un minuto a escucharnos. A lo mejor hasta cambiáis de idea sobre quién necesita nuestra protección ahora mismo.

Hace unas semanas publiqué una carta abierta sobre Mi hijo raro y su repentino y muy improbable autodiagnóstico de chica transgénero. Para mi sorpresa, Medium la bloqueó alegando «discurso de odio». Al parecer, reconocer que alguien es raro (en la forma en que todos lo somos) es algo demasiado fuerte para que nuestra sociedad lo escuche. Fue recogido por New Discourses (¡gracias James!), donde ha tenido una buena recepción.

Entre los muchos comentarios, destaco estos: «Su hijo es probablemente trans y ella ni se entera. No se da cuenta. Seguro que pasa de las señales. Debería creerle. Es una mala madre».

Además de la irrisoria idea de que un extraño en Internet pueda diagnosticar adecuadamente a un adolescente a distancia leyendo una descripción de él escrita por su madre, me molestó que se descartaran las observaciones y percepciones de una madre. Como si de alguna forma no se pudiera confiar en lo que las madres observan, apuntan e infieren, ni valorarlo si quiera. Hay una reacción instintiva contra las madres del mundo. Vamos a llamarlo «misomatria», el odio a la madre. (Mis disculpas a los filólogos clásicos del mundo).

Es hora de dejar de despreciar a las madres. Porque estas mujeres son las expertas en sus hijos.

Y sí, nadie puede leer los pensamientos que tiene en la cabeza otra persona, ni medir perfectamente cada emoción que sienta, pero las madres son las que más se acercan a lograrlo. La supervivencia de nuestra especie ha dependido de que las madres sean capaces de «leer» a sus hijos con precisión. ¿Ese llanto del recién nacido es hambre o el pañal sucio? ¿Esa tos rara y esa fiebre están dentro de lo normal, o hay que salir corriendo al médico? ¿Estás tan malito que no puedes ir al colegio? Hay incluso un término elegante para esto: «intuición materna».

Pero, sorprendentemente, en el contexto de la política y la medicina transgénero, estas ideas se descartan. La extendida actitud “misomátrica” dentro de esta cultura les dice a los adolescentes: si tus padres cuestionan tu disforia de género autodiagnosticada y se muestran escépticos sobre tu identidad trans, son tránsfobos y debes pasar de ellos. Los activistas trans rechazan las encuestas a los padres por considerarlas inexactas o irrelevantes (a diferencia, por ejemplo, de los informes de los progenitores sobre depresión o tics infantiles). Los colegios empiezan a hacer la transición social de niños y niñas sin la aprobación de los padres porque creen que los conocen mejor que estos.

Y por increíble que parezca, hasta en las propias madres, surge a veces la “misomatria interiorizada”. Empezamos a dudar de nosotras mismas. ¿Será que llevamos años y años pasando por alto la evidencia acerca de la verdadera naturaleza de nuestros hijos? ¿Somos realmente esas malas madres que han estado ciegas ante años y años de profunda angustia en nuestros hijos? Pues os digo que es posible, pero no probable. Somos demasiadas las que vemos lo mismo.

En los últimos meses, me he unido a una comunidad de familias que trabajan para ayudar a nuestros hijos autoidentificados trans. Ya somos unos setenta, y nos hemos coordinado para descubrir estudios de investigación, localizar expertos, elaborar encuestas y recopilar datos, compartir ideas y puntos de vista, y lidiar con las posibles ramificaciones de las distintas opciones de tratamiento.

Esto es lo que vemos: hay algo más en este pico de chicos adolescentes transgénero. Se trata de niños que eran «típicos» en la primera infancia. No se travestían, no exigían ni mostraban mucho interés por los juguetes del otro sexo. Eran completamente «normales y corrientes» hasta su repentino anuncio entre los 14 y 16 años.

Bueno, no normales del todo. El 100 % de los chicos de nuestro grupo son lo que se dice “socialmente torpes”. El 64 % tiene ansiedad, el 52 % tiene depresión, el 40 % tiene TDAH y alrededor del 50 % tiene autismo o comportamientos similares al autismo (el total de nuestra encuesta es de 67). Sorprendentemente, más del 85 % de estos niños son superdotados (coeficiente intelectual superior a 130). Lamentablemente, el 20 % ha sufrido hace poco un trauma importante, como la muerte o la enfermedad crónica de un progenitor o un hermano. Pero, por lo general, se trata de chicos empollones y torpes, casi al margen de sus círculos sociales. Algunos no tienen ningún amigo. A pesar de lo que dicen ser, estos chicos se inclinan claramente hacia lo «masculino»: tenemos muchos videojugadores, ajedrecistas, programadores informáticos, apasionados de Dungeons and Dragons, chicos del club de debate y del club de matemáticas. Algunos de estos chavales podrían ser homosexuales, y unos cuantos dicen ser heterosexuales, pero en su mayoría no han tenido ninguna experiencia sexual y/o se han desarrollado más tarde que sus compañeros.

Esto no es la transexualidad de antaño. Esto no tiene nada que ver con Caitlyn Jenner. Esto no es Jazz Jennings. Estos no son chicos con un extraño fetiche sexual. Estos no son adictos al porno. Se trata de chicos que reconocen que nunca se habían cuestionado su género hasta hace bien poco. La mayoría no ha cambiado su comportamiento público ni ha pedido que se dirijan a ellos con pronombres femeninos. Son chicos solitarios, aislados y confundidos que intentan entender por qué se sienten tan distintos.

Necesitan nuestra ayuda y nuestra comprensión, pero no necesitan vuestra «afirmación».

Porque todos tendríamos que estar de acuerdo en que los niños con problemas de salud mental deben optar a tratamientos que sean seguros y eficaces. Y el modelo de «afirmación» es un desastre absoluto. No hay ningún «escáner cerebral» que te confirme ser trans; no hay ningún marcador biológico. Esto solo se basa en un «sentimiento». La terapia de afirmación no disminuye realmente la tasa de suicidios. Las hormonas que bloquean la pubertad se utilizan más allá de las indicaciones previstas para tratar a niños con disforia de género, y el último estudio de Tavistock demuestra que no mejoran la salud mental. Las terapias de reemplazo hormonal y las cirugías de reasignación de sexo alteran permanentemente el cuerpo de un niño, al retrasar el crecimiento (siempre) y debilitar los huesos (a menudo), y al disminuir el coeficiente intelectual (probablemente), aumentar los riesgos cardiovasculares (probablemente), y esterilizar y eliminar la función sexual. Y aun así, no siempre funcionan. ¡No hay más que preguntar a las más de 17 000 personas en Reddit que desisten y detransicionan cuando llegan a los veinte!

Sin embargo, el antiguo modelo de espera vigilante parecía funcionar. Sabemos que la mayoría (60-85 %) de los niños con disforia de género en los que no se intervino aceptaron su sexo de nacimiento hacia los 18 años. Sabemos que la psicoterapia tiene una larga trayectoria como ayuda a las personas para afrontar su angustia mental.

Y estos niños sufren. Se sienten solos, están tristes y son vulnerables. La mayoría está tiene problemas de salud mental subyacentes. Bastantes de ellos son «raros». Todos ellos tienen que hacer frente al malestar creciente que supone la adolescencia. Tal vez algunos de ellos persistan. Pero una buena parte de ellos no lo hará.

Pero sí que sabemos que los niños y los adolescentes no tienen la capacidad emocional o cognitiva para tomar estas decisiones por sí mismos. Nuestros hijos adolescentes ni siquiera se acuerdan de guardar el helado en el congelador, y mucho menos de pasarse el hilo dental o ponerse el abrigo cuando hace frío. Sus cerebros no son capaces, literalmente, de evaluar con precisión los riesgos o predecir las consecuencias. ¡Por eso tienen madres (y padres)!

Así que aquí va mi idea: empecemos a escuchar a las madres. Vamos a centrarnos en sus voces. Derribemos la idea errónea de que lo que las madres piensan y observan no importa. Creamos a las madres y confiemos en ellas. Cuando una madre diga: «Oye, mi hijo no es trans, solo es raro, y está bien», diremos que sí, te creemos. Porque eres madre.

Así que dejad un rato vuestros carteles de «las mujeres trans son mujeres». Dejad de gritarme TERF. Dejad de hacer afirmaciones sin saber. Y apartad vuestros fármacos y cirugías y patología y mensajes sectarios de mi chico vulnerable. Parad y escuchad de verdad. Hay algunas voces que tienen que ser escuchadas —y no son las vuestras.

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