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En la habitación de Jaume no se puede grabar la entrevista. Es demasiado pequeña, no da el tiro de cámara y tampoco tiene buena luz. La única ventana da al descansillo de la escalera principal del edificio, por lo que siempre tiene la cortina echada. “¿Grabamos en el pasillo?”, propone el fotógrafo. Esto generará otro problema después, cuando alguno de sus cinco compañeros de piso necesiten pasar hacia la cocina o el baño. Jaume se lo toma con calma. Se ha prestado voluntario para visibilizar su situación e intentar concienciar sobre cómo viven los jóvenes y tampoco es que tenga nada mejor que hacer. Está en el paro y sin mucha perspectiva de encontrar trabajo en el corto plazo, augura: “En nueve meses buscando trabajo solo me han contestado dos veces, tampoco tengo esperanzas de que en el currículum 500 me llamen”. Siendo malo el presente, el futuro no pinta mejor y la amenaza de tener que volver a casa de sus padres está cada día más cerca.
En una incertidumbre similar viven unos seis millones de jóvenes en España, dos de cada tres personas de entre 15 y 34 años, que tienen un trabajo precario, si lo tienen, o muchas dificultades para emanciparse y realizar su propio proyecto vital. “La realidad viene empeorando drásticamente desde la anterior crisis, y España es el país de la UE en el que más ha crecido la pobreza juvenil general”, asegura Julia García, coordinadora de la Iniciativa de Juventud de Oxfam Intermón. “Ya antes de la pandemia, uno de cada cuatro jóvenes estaba en situación de pobreza y exclusión y tras ella se ha duplicado el porcentaje de menores de 30 en carencia material severa, que ya alcanza a uno de cada diez jóvenes”, añade.
Quién más quien menos conoce a un Jaume, que con 21 años emigró a Barcelona buscando un futuro mejor que, por el momento, sigue esperando en su habitación de ocho metros cuadrados. O tiene una sobrina como Verónica, que estudió por encima de sus posibilidades (económicas) para no conseguir jamás un trabajo decente y a los 26 años aún comparte la habitación de su infancia con su hermana y no sabe lo que es una vida independiente.
Quizá le haya caído cerca una Lorena, que se fue de Sevilla a Londres a buscarse la vida y cuando tuvo que volver fue para meterse de nuevo en casa de sus padres a los 34 años, donde sigue, y sin perspectiva de salir. O tiene un vecino como Sadou, inmigrante que se jugó la vida en el Mediterráneo buscando una España que, ahora lo sabe, solo existía en su cabeza y en la que trata de sacar adelante a su familia fregando platos.
Son cuatro caras, cuatro vidas dañadas antes siquiera de entrar en la edad adulta. Sin visos de mejorar su ya precaria situación. Cuatro historias que representan a muchas otras. A cualquiera de ese 33% de jóvenes que es pobre aún trabajando, según el informe Tiempo de Precariedad, de Oxfam Intermón. O a ese casi 90% que ha firmado un contrato en los últimos meses y era temporal. Eso, los que trabajan. Porque el 38% de los que tienen entre 15 y 24 años no lo hace. El 28% para los de 15 a 29. También forman parte del 85,1% de jóvenes que vive con sus padres porque no se puede emancipar, según datos del Observatorio de Emancipación del Consejo de la Juventud de España (CJE). A esa mayoría que lo hace a los 30 o rondándolos, uno de los países de Europa con peores estadísticas en lo que a dejar el hogar paterno y esbozar un proyecto de vida propio se refiere.
También a ese 10% de menores de 30 que vive en pobreza material, dato que se ha duplicado en apenas dos años. A los que están cobrando el paro o ayudados por sus familias para sobrevivir. Al 40% que tiene un trabajo para el que está ampliamente sobrecualificado o a esos cientos de miles que se fueron del país buscando un futuro. No ya uno mejor, muchos han renunciado: uno a secas.