El fordismo fue el principal sistema de producción y organización económica de la primera mitad del siglo XX. Esta lógica productiva hace referencia a
la cadena de montaje implantada por
Henry Ford, dueño de la famosa marca de automóviles norteamericana, siendo este el pionero en la implantación de la producción en cadena de bienes estandarizados a través de la fabricación de automóviles.
Además, la mecanización, la estandarización, el aumento de la producción, la reducción de los costes productivos, el acceso a un salario estable y relativamente decente
produjeron el aumento de los niveles de vida de las clases más bajas, introduciéndolas de lleno en el mercado, provocando el surgimiento de
la sociedad de consumo.
La crisis del fordismo de 1973-2007
El periodo de declive
del fordismo y el surgimiento del
nuevo paradigma productivo/económico actual se deben entender desde que se inicia la
crisis del petróleo en 1973, hasta el inicio de otra crisis, en este caso, la denominada
crisis suprime, perteneciente al año 2007 y que desgraciadamente tanto hemos sufrido en todo el mundo.
De esta manera, los
años anteriores a la crisis de 1973 fueron años convulsos, con un
crecimiento del desempleo y de las desigualdades sociales. A raíz de los acontecimientos de la crisis del petróleo, se iniciaron una serie de medidas comprendidas dentro del periodo
denominado «nueva economía»: una época de prosperidad económica de unas tres décadas. Sin embargo, esto no se tradujo en un aumento de los niveles de vida y fue consolidando las bases del
capitalismo neoliberal, en el cual hoy en día nos encontramos y donde la desigualdad estructural es una característica más.
Transformaciones sociopolíticas
En esta época que transcurre de 1973 hasta 2007, podemos encontrar grandes cambios en las políticas económicas internacionales. Por un lado, el estado fue perdiendo la posición que ocupaba en la primera fase del fordismo, siendo la principal figura reguladora de la vida social.
Asimismo, a partir de
1980 el Estado de Bienestar en Europa cambió hacia otras lógicas, coincidiendo con la subida al poder en EUA e Inglaterra de los partidos liberal-conservadores liderados por
Teatcher y
Reagan.
Las nuevas doctrinas liberales se situaron como el brazo ejecutor que debía hacer frente a la crisis. De este modo, se impuso un programa político/económico que se basaba en la reducción de las funciones del estado como remedio de los males provocados por las recesiones.
Por otra parte, el mercado y la iniciativa privada se presentaban como elementos clave para tomar las riendas sociales y generar riqueza. Así pues, el estado pasaba a tener una función limitada, en la cual, debía alejarse lo máximo posible de la intervención económica y solamente proporcionar un marco adecuado en el que la iniciativa privada pudiera generar sus actividades de manera solvente.
De esta forma, las medidas adoptadas postcrisis (1973) se manifestaron en dos frentes. Por un lado, una ralentización del gasto público y privatización de sectores pertenecientes al Estado del Bienestar (sanidad, educación y servicios sociales).
Por otra parte, la figura del estado desaparecía como
mediador en las relaciones laborales: Anteriormente, el estado se desarrolló como mediador del
conflicto entre el capital y el trabajador. Sin embargo, a través de la implantación del
neoliberalismo, esta mediación ha sido substituida por una posición de sumisión por parte del estado y de los trabajadores al poder económico.
Por tanto, la negociación Estado-Sindicato-Patronal fue perdiendo sentido, perjudicando derechos laborales como la huelga y otras acciones colectivas.
De esta manera, la lógica liberal fue argumentando (y aún lo hace hoy en día) estas acciones a través de la idea de que el mercado no necesita este tipo de regulaciones que perturban el funcionamiento económico/social y perjudican a todos.
Transformaciones económicas y productivas
El cambio de paradigma del fordismo al actual (postfordismo) se presenta en múltiples cambios, uno de los más significativos lo observamos en la descentralización productiva. En el fordismo, todo el proceso productivo (desde que entra la materia prima hasta que sale el producto acabado) se realizaba en su totalidad dentro de la fábrica, es decir, en el mismo lugar. No obstante, en la actualidad, con el postfordismo observamos como el proceso productivo se deslocaliza y las partes de un mismo producto se fabrican en diferentes lugares. Esta descentralización de la producción ha servido para que las grandes empresas se desprendan de las partes del proceso productivo menos rentables, encargándolas a empresas más pequeñas o subcontratadas.
Por otro lado, en el postfordismo nos encontramos con nuevas formas de organizar la producción, donde la gestión de los recursos humanos gira entorno al concepto de flexibilidad, de una manera similar a la que fluye el capital y el dinero por la economía globalizada.
El capital humano de la empresa pasa a ser una pieza más de los costes de producción (anteriormente más rígida y menos maleable) pero actualmente volátil y flexible. Esto se traduce en
plantillas de personal con contratos temporales y despidos baratos, además de una
sindicalización débil que no supone un verdadero obstáculo sobre la gestión empresarial.
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Mapa mundial sobre la deslocalización de la producción |
La flexibilidad sobre los trabajadores: Consecuencias
La desregulación y la flexibilidad sobre los empleados ha sido una de las estrategias principales de las empresas postfordistas para reducir costes y aumentar los beneficios. De esta manera, la flexibilidad neoliberal se traduce en la capacidad del empresario para contratar y despedir.
Asimismo, podemos hablar de un nuevo modelo laboral caracterizado por lo descrito en el párrafo anterior. El fordismo presentaba un modelo de empleo de contratos fijos con sistemas de promoción, mayor peso de los sindicatos y jornadas laborales previsibles y reguladas.
Hoy en día, el modelo de empleo se presenta mucho más diversificado, junto a los empleos estables nos encontramos con una gran variedad de empleos temporales y precarios (contratos temporales, de prácticas, a tiempo parcial…) los cuales se han denominado con mucho acierto «contratos basura». Todas estas nuevas formas de contratación han sido adoptadas por las empresas para enfrentarse a un mercado cada vez más competitivo, desleal y agresivo, paradójicamente un mercado que se ha vuelto de esta manera en gran parte por las medidas neoliberales, las cuales han propiciado que no exista control ni regulación frente a las lógicas del libre mercado.
En conclusión, el modelo actual convierte a los trabajadores en un flujo económico más que es sometido al mercado, un mercado volátil, mundial, impredecible y en constante competencia.
Así pues, los empresarios usan estas nuevas condiciones laborales como una herramienta de reajuste económico, provocando una precariedad laboral que ha llegado para quedarse dentro de nuestro sistema productivo. Además, afectando de lleno a los sectores y empleos más vulnerables (mal pagados o de poca cualificación), sosteniendo estas condiciones laborales a través de la amenaza constante del despido.
Por tanto, nos encontramos en un contexto donde
los empresarios se alejan cada vez más del trato humano que debe recibir un trabajador, pisoteando sus derechos a través de una gestión económica del empleo basada en la precariedad y el abuso.
El empresario como arquetipo cultural de éxito
Los cambios productivos y económicos que dan forma al postfordismo también tienen su repercusión (como todos los fenómenos sociales) en la esfera cultural. A veces es la cultura la que influye en la forma de producir, otras, es la forma de producir la que influye a la cultura, y en múltiples ocasiones, es un proceso de interrelación, la verdad que ni los científicos sociales logramos salir del debate sobre que estructura (económica, política o cultural) domina sobre las demás.
Lo que sí es irrefutable son los
cambios en los imaginarios colectivos sobre las figuras del trabajador y el empresario . De esta manera, el
ámbito de lo empresarial se ha ido situando en una
posición de prestigio en la nueva cultura neoliberal, que, año tras año se ha asentado como hegemónica.
Así pues, durante
1950-60 las figuras heroicas del trabajo procedían de
la clase obrera, la cual, fue la gran protagonista de la reconstrucción europea después de
la 2GM. No obstante, a partir del proceso de liberalización económica iniciado en
los 70, los ideales culturales han ido cambiando, relegando al trabajador a una posición de subordinación frente al empresario. Los
ejecutivos, directivos, grandes dirigentes empresariales y emprendedores pasan a ser el ejemplo máximo de éxito social y económico, y lo más importante, se les atribuye todo el mérito del crecimiento y la creación de riqueza. Junto al asentamiento de estos ejemplos culturales, encontramos la absorción por parte de la sociedad de valores como el
individualismo y la competitividad llevadas al extremo.
De esta forma, a través de los medios de comunicación y las producciones culturales (radio, TV, internet, literatura…) se reproduce la ideología neoliberal. Múltiples relatos discursivos que nos cuentan una y otra vez el sueño americano, que nos indican que el éxito personal va ligado al individualismo más extremo, y que intentan esconder los logros colectivos, quedando relegado el papel de la comunidad a un plano marginal.
De esta manera, toda la vida social queda impregnada por las lógicas del mercado. Además, este discurso se reproduce hoy en día gracias al poder de influencia de
las grandes corporaciones, dueñas de los medios de comunicación y de las principales
instituciones científicas, dominando así
campos de poder hegemónicos como el cultural o el científico.
En conclusión, este proceso que describe el surgimiento de una nueva hegemonía cultural neoliberal, va ligado al desprestigio de la clase obrera y su propio imaginario. Existe una gran pérdida de conciencia en cuanto a la historia real del trabajador, pero es más, actualmente se presenta al trabajador como un estorbo para el crecimiento económico.
El individualismo extremo de la lógica neoliberal, culpabiliza de manera sistemática a cada una de las personas que no logra encontrar trabajo o está en una mala posición en el mercado,
esfuérzate y lo conseguirás, y si no lo consigues esfuérzate aún más, ese es el eslogan, evidentemente falso. Se ignoran dimensiones como
el género, el origen geográfico, la etnia, la edad, la discapacidad o la clase social del hogar en el que naces, se tienen que ignorar, evidentemente si no se hiciera se derrumbaría su castillo de naipes basado en
la meritocracia y el
mito del emprendedor.