Esther Mateo
No sé la de veces que habré visto este cuadro en miles de reproducciones, pero la verdad es que no me atraía demasiado. La parábola del hijo pródigo no es de las que más me gusta, porque me incomoda. Yo soy el hijo mayor que no entiende por qué el padre perdona tan rápido a ese hijo derrochador, que se fue de esas maneras cerrando la puerta, para irse a vivir la vida loca y dejando atrás a su familia.
Pero estos días he leído «El regreso del hijo pródigo» de Henri Nouwen, donde el autor nos cuenta el camino espiritual que hizo después de encontrarse con una reproducción de este cuadro en un momento de incertidumbre en su vida. Y ahora además de ver en ella a Rembrandt en las distintas épocas de la vida, entiendo más lo que la parábola nos dice.
Igual que Rembrandt, podemos ser los tres personajes en las distintas épocas de nuestra vida. Como bien dice el autor, «soy el hijo pródigo cada vez que busco el amor incondicional donde no puede hallarse.» El resentimiento y el enfado del hijo mayor que puede convertirse en confianza y en gratitud. Siempre se puede elegir entre el resentimiento o la gratitud.
Os dejo dos fragmentos del libro.
«La gente que ha llegado a conocer la alegría de Dios no rechaza la oscuridad, pero elige no vivir dentro de ella. Creen que la luz que brilla en la oscuridad puede dar más esperanza que la oscuridad, y que un poco de luz puede disipar mucha oscuridad. Apuntan hacia los destellos de luz aquí y allí y recuerdan que esos destellos revelan la presencia de Dios oculta pero auténtica. Descubren que hay personas que se curan las heridas unos a otros, que se perdonan las ofensas, que comparten lo que tienen, que fomentan el espíritu de comunidad, que celebran los dones que han recibido, y que viven con anticipación constante la plena manifestación de la gloria de Dios.»
«Rembrandt retrata al padre como el hombre que ha trascendido los caminos de sus hijos. Su soledad y su ira podían haber estado allí, pero han sido transformadas por el sufrimiento y las lágrimas. Su soledad se ha convertido en una soledad infinita, su ira se ha convertido en una gratitud sin fronteras.»
Ahora veo un cuadro y una parábola que nos animan al cambio, a no quedarnos en la oscuridad, ni a que la amargura, ni la ira, ni el resentimiento avancen sin control.