Diego Velicia, psicólogo del COF Diocesano de Valladolid
Desesperado tras la enésima discusión sobre lo mismo con mi mujer, me acerqué a ver a mi abuelo. El barrio en el que vivía seguía igual que siempre. Su casa era la misma de mi infancia. Aquel era mi refugio en los días de tormenta familiar. El único cambio fue el del plato de ducha por la bañera cuando la abuela estuvo enferma y el abuelo la cuidó hasta que murió. Cuando llegué me miró, cerró el periódico que estaba leyendo y me ofreció un café.
-Cuéntame- me dijo.
-Acabo de discutir otra vez con ella de lo mismo, siempre de lo mismo- le dije abatido-. Y sólo llevamos dos años casados.
-Vaya ¿cómo ha sido?
-No sé, empezamos hablando normal, como otras veces, pero cuando me quiero dar cuenta, ya están los reproches, las críticas, las voces…
-Y acabáis como el rosario de la aurora ¿no?
-Pues algo así.
-Y ahora estás agotado y triste.
-La verdad es que sí.
-Ya te veo, ya. Oye, cuando empezáis a hablar, ¿tú qué haces?
-¡Qué voy a hacer! ¡Escucharla! Y decirle lo que pienso.
-Pero cuando la escuchas ¿qué haces?
-¿Cómo que qué hago?, pues nada, cuando escucho no hago nada. Estoy quieto y la miro. ¿Por qué lo preguntas? ¿Es que tendría que hacer algo mientras la escucho?
-Hombre, depende, si lo que quieres es que la discusión acabe como siempre, seguir haciendo lo que haces es una buena manera de conseguirlo.
-¡Cómo voy a querer eso! Me gustaría que pudiéramos hablar sin acabar así. Pero no hay manera. ¿Qué pasa? ¿Que tú tienes algún truco?
-Bueno, no es que yo sea muy listo, pero alguna cosa aprendí en los 55 años que tu abuela y yo estuvimos casados. Si quieres, te explico.
-A ver, dime.
-Mira, lo primero que tienes que saber es que lo más importante no es el tema de discusión.
-Ah, ¿no?
-No, lo más importante, a lo que más atención tienes que prestar, es a cómo se siente ella.
-Eso es fácil, ella empieza tranquila, pero se va cabreando según va hablando y, de repente, estalla.
-Cuando ella empieza tranquila, tú, en vez de no hacer nada, o de estar pensando en qué le vas a contestar, o incluso en vez de estar pensando “ya estamos otra vez”, intenta concentrarte en cómo se siente ella. Trata de entender el sentimiento que ella tiene en ese momento. Normalmente, en ese tipo de conversaciones, a ti te parece que escuchar cómo se siente ella es una pérdida de tiempo y tratas de encontrar una solución que arregle el problema y termine la conversación rápidamente.
-¡Eso es verdad! ¿Cómo lo sabes?
-Porque a mí también me pasaba. La solución que ofrezcas, por buena que te parezca, será inútil. Y lo normal es que ella se enfade, puesto que no se ve escuchada ni comprendida. El mensaje implícito que tú le lanzas cuando ofreces una solución rápida, es algo así como “esto es muy fácil de solucionar, si estás así es porque quieres”. Lo dicho, cuando te asalte la idea de ofrecer una solución rápida, apártala de tu cabeza y sigue concentrándote en cómo se siente ella. Puede que, en un momento determinado, percibas que sus sentimientos te aplastan, que te desbordan, que no vas a poder con ellos. No te preocupes, si te mantienes tranquilo y firme, verás cómo esos sentimientos van pesando cada vez menos y se hacen un poco más manejables. Si te sientes sobrepasado por la emoción negativa, tu intento de solución será que ella se calme para dejar de sentirte mal tú. Buscarás la solución para tu emoción. Y eso no suele funcionar porque te centras en tu propio malestar, no en el de ella, y ella no se siente escuchada.
-Mira, abuelo, me lo estás poniendo muy complicado.
-¡Qué complicado ni qué niño muerto! Cosas más difíciles sabes hacer, ¿no me enseñaste tú a manejar el guasap ese y las teleconferencias? Pues esto es más sencillo, ¡y más importante! así que atento a lo que te voy a explicar, porque aquí reside el núcleo de la cuestión…
(Continuará)