¡Nos vemos en Canarias!

Autor texto y fotografía: Xavier Aldekoa

Fuente: lavanguardia.com

Si se observara desde el cielo, el pueblo pesquero de Kayar tendría mil índices de colores señalando al mar. Y no es buena señal. Son casi las once de la mañana y en la playa de esta ciudad de 28.000 habitantes al norte de Dakar, una lengua de arena blanca que se pierde en el horizonte, más de 1.300 cayucos duermen sobre la arena con la proa apuntando al océano. Algo va mal. A Abdou Fall, de 42 años y que nació pescador, se lo llevan los demonios. “Esta mañana han salido 800 barcas y hemos vuelto con un puñado de peces. ¡Nada! Entre el viento y que los barcos extranjeros nos roban el pescado, es desesperante”. En la orilla, una veintena de jóvenes estira de una cuerda atada a una gran barca para hacerla girar. Abodu se acerca resuelto. “Ya verás”, dice y se dirige a ellos. “¿Sabéis de dónde es él? (me señala)… ¡de España!”. La palabra provoca un revuelo. “¡Yo iré para allí el primero!”, dice un chico con la camiseta marrón y el símbolo de Nike en el pecho. “¡Yo el segundo”, se anima otro. “¡Yo el tercero”, gritan dos a la vez. Todos chillan festivos, levantan la mano y saltan. Cuando termina el jaleo, otro chico con un gorro de lana rojo y negro que se presenta como Ibrahima Diallo me aparta, más serio. “Yo iré el primero, te lo aseguro, Senegal no va bien. ¡Nos vemos en Canarias!, cuando llegue te llamo y me ayudas, ¿vale?”.

Aunque la Organización Internacional de las Migraciones ha registrado 511 fallecidos en lo que va de año, la cifra real es probablemente muy superior: a causa del viento y las corrientes, el riesgo de morir en la ruta canaria es seis veces más alta que en la ruta por el Mediterráneo. “Sé que es arriesgado –acepta Ibrahima– pero aquí no hay nada”.

“Esta mañana 800 barcas han capturado un puñado de peces; los barcos extranjeros nos roban el pescado”

Fuente: La Vanguardia

Kayar es uno de la docenas de puntos de salida del este de África hacia Canarias. Por toda la costa africana miles de jóvenes sueñan con sumarse a los casi 20.000 africanos que han llegado por mar este año a las islas españolas mayoritariamente desde Senegal, Mauritania, el Sáhara Occidental y Marruecos. La cifra marca un récord histórico y confirma una crisis migratoria provocada en buena parte por el brutal impacto en las economías locales de la pandemia de la Covid y por el expolio de los recursos del mar por parte de barcos industriales chinos, turcos, coreanos y europeos. Para el senegalés Abdoulaye Ndiaye, responsable de océanos de Greenpeace, a los casi 200 barcos con bandera internacional que pescan de forma masiva en el litoral africano y decenas más “senegalizados”, es decir de propiedad extranjera pero que han conseguido permisos como si fueran locales, hay que sumar nuevas fábricas de harina y aceite de pescado. “En la última década se han construido 50 industrias de este tipo que vacían las costas todavía más y que además se exportan hacia Asia o Europa como alimento de peces de piscifactorías, de ganado o incluso de mascotas o peces de acuario”.

Los números de las llegadas a Canarias desde verano han hecho saltar todas las costuras en una de las fronteras más desiguales del mundo. Si en enero del 2019 la media de migrantes que llegaban al archipiélago desde el este africano era de dos al día, en la primera quincena de este mes fue de 360 personas diarias. El canario Txema Santana, de la Comisión de Ayuda al Refugiado, cree que la pandemia está detrás de la situación actual. “Desde septiembre del año pasado hasta agosto vimos un aumento de las llegadas de desplazados por motivos económicos o ligada al conflicto del Sahel; desde verano son más quienes se han visto afectados por el golpe económico de la Covid, el cierre de fronteras y la caída del turismo, especialmente marroquíes”. La reactivación de la ruta Canaria también es producto de un efecto dominó. Al aumento de la vigilancia en la ruta central del Mediterráneo, unida a la peligrosidad del desierto y la crueldad de las mafias libias, se ha sumado al cierre de la frontera norte de Marruecos, que ha disparado los precios de las rutas clandestinas: ahora cruzar el estrecho cuesta hasta 3.000 euros. La alternativa para muchos ha sido volver la vista hacia Canarias.

Casi 20.000 africanos han llegado por mar este año a Canarias, empujados por la falta de oportunidades

En su despacho del consejo local de pesca artesanal de Kayar, un edificio color crema donde la arena se cuela por los pasillos, el coordinador Mor Mbengue habla de un empujón hacia el precipicio a miles de familias sin red. Aunque oficialmente Senegal ha sufrido 16.000 positivos y apenas 333 fallecidos desde el inicio de la pandemia, el bloqueo comercial durante el confinamiento ha sido una condena. “La prohibición de moverse paró el comercio de pescado y otros alimentos, por supuesto que esto ha llevado a muchos a migrar”. Según sus datos, al menos 200 vecinos de la localidad han llegado a Canarias este año, pero con el aumento de las patrullas policiales muchos prefieren salir desde otras playas como Mbour o Saint Louis, todavía más extensas y más difíciles de controlar. Según Mbengue, la ola migratoria va para largo. “No vas a encontrar aquí a ningún pescador que no se quiera ir”, avisa.

Los informes económicos de organismos internacionales también advierten de que aumenta la desigualdad. La semana pasada, un estudio de Unicef señaló que la recesión económica del continente derivada de la Covid-19 dejará en la extrema pobreza a 50 millones de africanos. Además, la crisis económica en Europa causada por el virus también ha eliminado en buena parte el envío de salvavidas desde lejos: según el Banco Mundial, las remesas hacia África descendieron durante la pandemia un 21%.

El tío de un náufrago dice que la causa de que tantos jóvenes se quieran marchar “es la desesperanza”

Para quienes han regresado, no es fácil convencer a sus amigos de no intentar el salto. Khoy Lo, que llegó a España durante la crisis de los cayucos del 2006, regresó en el 2014 con un recuerdo amargo. “No me volvería a subir en una patera –explica en español con acento sevillano– ni de coña, es muy peligroso. Yo pensaba que me moría allí”. Pero su mensaje no cala entre los pescadores más jóvenes de Kayar. “Les digo que no vale la pena, pero no me quieren escuchar. La verdad es que últimamente me preguntan más. Noto que muchos sueñan con ir”.

En un extremo de la playa, junto a la fábrica artesanal de cayucos y sentado en el borde de una embarcación, de cara al mar, Abdu Koly es de los pocos que lleva mascarilla en todo el pueblo. Tiene 60 años, dice, y ha de cuidarse. Habla con tono reposado pero enseguida asoma la tristeza. El año pasado, su sobrino Bubackar Dio murió en el mar. “Sabía que quería ir a España y le insistí para que no lo hiciera, le dije que no era buena idea, pero no me hizo caso”. Para Koly, la causa de que los jóvenes se quieran ir no es la Covid. Es la desesperanza. “Nosotros ya estábamos en crisis antes, el problema principal es que los jóvenes no tienen esperanza, esa es la raíz de todo. Porque la falta de esperanza es peor que morir”.

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