Pastillas para la precariedad: la situación de las personas psiquiatrizadas en Extremadura, abandonadas frente al médico

Fuente: elsaltodiario.com

Autor: Alberto Cordero Martín

Goya es, quizás, el retratista más grande de las carnes viciadas y los humores mórbidos, de La romería de San Isidro a los cuadernos de dibujos donde se pueden ver obras tan espeluznantes como Qué horror, por venganza;  es, sin duda, uno de los pintores más espléndidos de lo grotesco, de la crueldad, el horror y lo marginal. Es por esto que me resulta una coincidencia chocante que en el monasterio de Guadalupe se encuentre una de sus pinturas oscuras, llena de tenebrismo y desesperación: Confesiones en la cárcel. Resulta paradigmático para mí, como habitante de un pueblo y persona psiquiatrizada, por ser, sin duda, mucho más amplio que un retrato de presos a nivel semiótico [por psiquiatrizados no se entiende solo a las personas encerradas en psiquiátricos sino a las personas que pasan por un proceso propio de la psiquiatría, como es la toma de psicofármacos (antidepresivos, tranquilizantes, pastillas para dormir, neurolépticos,etc)]. Podemos ver en él a los excluidos, es una pintura de la marginación y, a día de hoy, un perfecto retrato de la alienación en el medio rural. En las sombras oscuras del cuadro advertimos la despersonalización, la precariedad y el vertiginoso desequilibrio de poder que brota entre y dentro de los cuerpos del sacerdote y los presos. Un espacio de aislamiento y un entorno constrictor. El medio rural en la era del neoliberalismo se comporta como una bestia voraz que se come al loco.

En nuestro colectivo [Orgullo Loco Extremadura] solemos pensar con cierta frecuencia en cómo la precariedad te lleva a la psiquiatrización y, en una cadena perfecta, esa psiquiatrización se vuelve un terreno absolutamente precario y violento. Y sabemos de lo que hablamos, estamos en las tierras de la falta de infraestructuras, de una apicultura que se deshace día a día en una crisis por el cambio climático, un entorno en constante riesgo de “explosión’’ medioambiental y, ante todo, en la España empobrecida.

Es inimaginable desligar el sufrimiento psíquico de las personas en el medio rural de estas carencias, de ese abandono constante. En un momento donde las esperanzas de la mayoría de personas psiquiatrizadas son la exclusión y habitar las casa de sus padres hasta estar totalmente desamparados, podemos imaginar que en un mundo rural completamente abandonado a la desesperanza esto se convierte en un tortuoso y desolador camino que ata y fija tus condiciones materiales en el origen de ese sufrimiento. Hay una falta de oportunidades cruel que puede cercenar nuestro futuro.

El malestar de la región es asfixiante, no es difícil recordar en ese sentido los datos que el Consejo de la Juventud de Extremadura dio con respecto al año pasado y no resulta fácil resistirse a un cierto escalofrío: el 44,4% de la juventud extremeña con trabajo se encontraba, aún a pesar de la actividad laboral, en situación de pobreza. Unas cifras difíciles de tragar, y ello sin siquiera detenernos a hablar de la economía informal en la región. Extremadura, y sobre todo su medio rural, bate récords en cuanto a precariedad constantemente. El espacio constrictor y desesperante en que se encuentra la comunidad, y más aún el medio rural, puede ser fulminante para las personas psiquiatrizadas en una región donde faltan medios y donde el envejecimiento demográfico deshace cualquier posibilidad de crear redes, sobre todo en torno a la salud mental.

El espacio constrictor y desesperante en que se encuentra la comunidad, y más aún el medio rural, puede ser fulminante para las personas psiquiatrizadas en una región donde faltan medios y donde el envejecimiento demográfico deshace cualquier posibilidad de crear redes, sobre todo en torno a la salud mental.

Aún recuerdo un estudio del Club Senior de Extremadura titulado Extremadura, un futuro sin jóvenes sin futuro del que se deduce un próximo saldo vegetativo negativo y una futura región prácticamente despoblada de jóvenes y con una edad media desorbitada. Además, sólo el 19% de las personas jóvenes de Extremadura está emancipado con una residencia, sea de propiedad o de arriendo. Ante esto, quería recordar unas palabras del inicio de este artículo: “las esperanzas de la mayoría de personas psiquiatrizadas son la exclusión y habitar las casa de sus padres hasta estar totalmente desamparados’’.  Podemos imaginar que la cifra de emancipación juvenil es asfixiantemente reducida para las personas con sufrimiento psíquico. Las personas locas de la región se ven sometidas a la individualización y a las consecuencias de una vertiginosa violencia.

Parafraseando a Paul B. Preciado, el farmacopoder hace residir su potencia en el deseo, en convertirse en deseable al consumidor. Es necesario recordar esto porque resulta paradigmático de la situación de nuestro territorio. Dicho farmacopoder deviene completamente inexorable en las zonas donde, a falta de una buena comunicación y la posibilidad de crear lazos y comunidad, la sangre de la precariedad se intenta limpiar con los psicofármacos.

En el Programa para el buen uso de psicofármacos del Servicio Extremeño de Salud (SES) de 2012 se hace mención a una situación significativa: “Los datos que nos aportan las encuestas indican que, después del alcohol, el tabaco y el cánnabis, los tranquilizantes e hipnóticos son las sustancias más consumidas. Del mismo modo, es más elevado el consumo de tranquilizantes e hipnóticos en Extremadura en comparación con la media nacional’’. Y podemos añadir a esto otros datos del mismo programa: “En 2009-10 en Extremadura un 15,8% de la población de 15-64 años había consumido hipnosedantes alguna vez en la vida (13% media nacional)  un 13% tranquilizantes y un 2,8% somníferos, en los últimos 12 meses, un 8,7% consumió hipnosedantes (7% media nacional), un 7,2% tranquilizantes y un 1,4% somníferos; en los últimos 30 días los porcentajes fueron de un 7,2% para hipnosedantes (5,2% media nacional), un 5,9% tranquilizantes y un 1,31% somníferos. Además el 5% había consumido hipnosedantes diariamente en los últimos 30 días (2,7% media nacional), un 4% tranquilizantes y un 0,9% somníferos’’. Podemos hacernos una idea de la dimensión de la tragedia considerando que el consumo de psicofármacos no ha parado de aumentar en los últimos años,  convirtiéndose en el auténtico best-seller de las farmacéuticas. Todo ello sin posibilidad de tejer redes en las que apoyarse y sobre las que construir un suelo en el que apoyarse y poder sostener el sufrimiento.

El envejecimiento demográfico genera soledad y desasosiego entre jóvenes y mayores, y no solamente por una falta de contactos, sino también porque el cruel espacio neoliberal abandona estas regiones y destruye los vínculos entre jóvenes, criados en un ambiente sumamente precario. Pero es aún más grave su consecuencia: la única salida a esa desesperanza es la consulta del médico, donde se fraguan desequilibrios de poder. Las “soluciones” (psicofármacos, etc) que nos ofrece el farmacopoder se vuelve aún más deseables para la gente en un entorno donde estas se nos ofreces como única salida, donde se extiende el mito de que la deshumanización a la que el sistema sanitario te somete compensa, donde la individualización de las personas, lejos de ser un problema puntual es un mal endémico de nuestra zona en cuanto a las personas psiquiatrizadas.

En un país donde la herencia histórica de la psiquiatría está tan marcada por personajes como Vallejo-Nágera y Juan José López Ibor, el caldo de cultivo del medio rural convierte a la locura en un ámbito privado sometido al médico. Aún recuerdo las palabras de mis familiares o incluso de mi psicóloga y psiquiatra al ponerme la etiqueta diagnóstica del “no se lo digas a nadie’’ o “eso es un asunto privado’’,  dinámicas que en un ambiente cruel y desamparador producen un efecto tremendamente aislante, terrorífico. Estamos abandonados en  las manos de los médicos, inmersos en un sistema violento que tortura y filtra esa información a las familias, estamos huérfanos de un discurso de apoyo mutuo o, más que de un discurso, de una acción colectiva en salud mental. En Extremadura esto es un aliciente para la tortura de la locura, los únicos discursos que se filtran a las familias, los profesionales y al propio loco son aquellos que vienen verticalmente dirigidos de la deshumanización y la individualización del sistema sanitario.

Todo esto provoca una situación que podríamos llamar de “despersonalización’’ del loco. Rafael Huertas, en su libro Locuras en primera persona define la enfermedad mental como una “paratopía’’, un lugar paradójico en el que la persona no tiene un verdadero sentimiento de pertenencia. Esta sensación en las zonas rurales la podríamos asemejar a aquello que mencionábamos antes: despersonalización. Mientras la enfermedad mental como constructo te hace sentirte extraño a tu propio cuerpo y a ti mismo, el aislamiento y la individualización que se hace presente en las zonas con falta de redes solidarias, con escasez de relación entre iguales y desamparados de apoyo mutuo en primera persona, te hacen  sentirte fuera del espacio público.

Conversaba con gente antes de que formáramos el colectivo y siempre llegaba a la misma conclusión: Extremadura está absorbida por familias y profesionales, abandonada por parte de los discursos en primera persona que podían ayudar a combatir la hegemonía de aquellos. Un retrato de un colectivo desprovisto de su lucha y abandonado, a pesar de lo que pueda parecer, al neoliberalismo. La única solución del loco extremeño ha sido dejarse someter a torturas y resignarse al capitalismo de las farmacéuticas. Por esto afirmamos que, en el terreno de la salud mental, Extremadura ha estado sometida a las fuerzas neoliberales.

Podríamos decir que en Extremadura se ha centrado la acción en torno a la salud mental, en lo que Mark Fisher ha dado en llamar “la privatización del estrés’’, un sistema brutal en su eficacia. El capitalismo enferma al trabajador y luego las compañías farmacéuticas internacionales le venden drogas para que se sienta mejor. Las causas sociales y políticas del estrés quedan de lado mientras que, inversamente, el descontento se individualiza y se interioriza. Hemos vivido pastillas para la político. Son, también, las consecuencias de una región despoblada de la primera persona.

Precariedad, terapia para la soledad y la pobreza y una falta de acción política preocupante. Esas son las consecuencias de que los profesionales y familiares copen el espacio público, que las personas que sufren malestar psíquico se conforman, como pasa en nuestra región. 

Hace poco nos preguntábamos cómo deberíamos ayudar al sufrimiento de los extremeños, cómo solucionar el dolor que aqueja las zonas rurales y que en gran parte de las ocasiones permanece privatizado y aislado. En otoño, Más País, PSOE y Unidas Podemos quieren librar una batalla encarnizada por disputarse la hegemonía en el terreno de la salud mental y si algo tenemos claro en nuestro colectivo es que a la población rural no le ayudará reforzar el papel de los profesionales, a la juventud en riesgo de pobreza no le ayudará la psicoterapia, la precariedad extremeña no se resuelve con más psicoanálisis o terapias cognitivo-conductuales. Tenemos claro que la solución al sufrimiento de la España rural es dotarla de infraestructuras, abandonar la precariedad, luchar contra la pobreza; en definitiva, mejorar las condiciones materiales de Extremadura y dotar a la juventud extremeña de un futuro. En adición  debemos superar el reto del envejecimiento demográfico, porque luchar en favor de redes de apoyo mutuo y en primera persona es crear posibilidades de que se establezcan lazos en Extremadura. Necesitamos comunidades consistentes y fuertes, son el mejor remedio para el sufrimiento psíquico.

No necesitas un psiquiatra, necesitas un sindicato. Hagamos a Extremadura abandonar el capitalismo terapéutico y médico, el neoliberalismo de las farmacéuticas. Lucha, apoya y organízate.

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