Ana Sánchez
“La esperanza de un pueblo”. Ése es el subtítulo que lleva la película que el cineasta polaco Andrzej Wajda ha rodado sobre Lech Walesa, el histórico líder político y sindical, también polaco.
El propio director tomó parte activa en el movimiento de los astilleros de Gdansk con los que arrancan tanto la película como el movimiento libertario y sindical que culminaría diez años después, ya en 1980, con la formación de “Solidaridad”, un sindicato caracterizado por su gran militancia obrera católica y su lucha contra el gobierno comunista, en los años previos a la caída del muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética. La película se desarrolla en torno a la entrevista que realizó la periodista italiana Oriana Fallaci a Lech Walesa. A través de ella se va desgranando la historia de esta turbulenta época polaca y de la no menos turbulenta personalidad de Walesa, al que se retrata con sus sombras y luces, no como un héroe perfecto, ni mucho menos; más bien como un auténtico ser humano, con sus virtudes y defectos.
A lo largo de la historia vamos viendo cómo es este terco electricista que llegó a conseguir un premio Nobel de la Paz y que incluso alcanzó la presidencia de su país; un trabajador manual y un padre de familia, un idealista con los pies en la tierra, convencido de que él era necesario en ese momento histórico de su país, con un cierto toque narcisista y ególatra, pero un elevado grado de entrega a los demás.
En esta película se van entretejiendo los momentos históricos con otros tantos episodios cotidianos, desde el momento en el que Walesa se convirtió, casi sin pensarlo, en líder de los astilleros de Gdansk.
En esta semblanza de la figura cotidiana y humana de Walesa destaca muy especialmente la de Danuta, su infatigable esposa y madre de sus hijos, un apoyo en todo momento, sin la que sería incomprensible la actividad de Lech, como la de tantos otros militantes a lo largo de la historia; una suma de inocencia y empeño, temor y coraje, resignación y orgullo; un auténtico símbolo de temperamento en este choque entre las esferas pública y privada de la vida de Lech Walesa, que en ocasiones queda escondida por la lucha social, pero que es la que verdaderamente importa a escala más pequeña, puesto que es la que hace posible y sustenta el compromiso político.
El gran desafío del director es unir todas las piezas en esta película: el contexto social de Polonia y Europa, la carrera sindical y política de Walesa, su vida personal y la importancia de su esposa Danuta en toda su lucha. Esto lo hace intercalando tramos de ficción con imágenes reales de la época, una época en la que él mismo estuvo también muy implicado: Walesa reconoció que las películas de su compatriota les ayudaron a seguir luchando y el propio Wajda llegó a ser senador en la década de los noventa.
Las autoridades sabían que eran los obreros los únicos que podían poner en peligro el sistema: sin su trabajo no podrían cumplir los compromisos adquiridos con la Unión Soviética y esto queda también patente en la película con la figura de políticos e intelectuales en el desarrollo del movimiento de “Solidaridad”, cómo la fuerza del trabajo es la que auténticamente puede ser transformadora y generadora de cambios que hagan avanzar la sociedad.