Catherine L’Ecuyer: «La ignorancia se está convirtiendo en un valor social»

Fuente: El Mundo

Autora: Olga R. Sanmartín

La investigadora canadiense afincada en Barcelona Catherine L’Ecuyer (Quebec, 1974) publicó hace casi un año su libro, Conversaciones con mi maestra. Dudas y certezas sobre la educación (Espasa), donde desmonta muchos tópicos actuales sobre la escuela. Esta experta en infancia y en el uso de las nuevas tecnologías entre menores (ha asesorado al Gobierno de España, entre otros, y ha sido ponente ante la Comisión de Educación del Congreso de los Diputados, la CE, la Unesco…) alerta contra la moda de lo que ella llama «homeopatía educativa», que vienen a ser «ocurrencias sin evidencia científica» que seducen a una parte de los maestros.

Es ahí donde enmarca el borrador de currículo de Primaria, que, apunta, puede caer en el riesgo de plantearse como «una cruzada política». «Para cuidar el planeta hay que tener conocimientos rigurosos», advierte. «Nivelar por la base no ayuda a alcanzar la igualdad».

¿La tendencia dominante en la educación actual persigue transformar al que aprende o transformar el mundo?

La tendencia dominante es una corriente romántico-idealista, inspirada principalmente en el Emilio de Rousseau, por la que la educación está al servicio del proyecto político, no al revés; por tanto, el aula asume una función principalmente social y política. Todo indica que la actual reforma educativa española se ubica en esta corriente. Hay una segunda visión, mecanicista, de «la letra con sangre entra». Y existe una tercera visión, realista-clásica, que considera que el fin de la educación es el niño mismo y la obra maestra de la educación no es externa, sino interna. Conocer es crecer: transforma al que hace suyo lo aprendido.

Da la sensación, tras leer el borrador del currículo de Primaria, que lo que se pretende no es tanto enseñar contenidos de ecología sino convertir a los niños en ecologistas.

El cuidado del medio ambiente es importante, el problema surge cuando se plantea como una cruzada política o inculcando una actitud militante. Para cuidar el planeta hay que tener conocimientos rigurosos.

¿A qué le suena el sentido socioemocional en las Matemáticas?

Está presente en todas las asignaturas del borrador. Antes los niños iban al parque, jugaban, socializaban entre ellos y aprendían a resolver conflictos por sí mismos sin la mediación de los adultos. Ahora pasan más tiempo ante la pantalla que en la calle. Si la escuela asume el papel de compensar carencias socioemocionales, ¿quién va a encargarse de transmitir el conocimiento?

El currículo ya no dice que hay que aprender la regla de tres o los números romanos…

La tendencia actual es quitar importancia a todo lo que suene a educación clásica. No es sólo por afán de rebajar las exigencias, sino también porque los intereses educativos están cada vez más alineados con aquello que los poderes económicos consideran útil.

Ahora lo que suele decirse -y es uno de los temas que se aborda en su libro- es que lo más importante es saber aplicar a la vida cotidiana el conocimiento y que no tiene sentido aprender tantas cosas de memoria porque están en Google.

Para encontrar información relevante en internet, hay que saber lo que se busca. Confundimos información con conocimiento, e internet es un mar de información descontextualizada. El que proporciona el contexto es el educador y por ello es insustituible. El dispositivo tecnológico es un vehículo que casa perfectamente con la corriente romántico-idealista. Si decimos que el niño «construye su aprendizaje», internet es un lugar idóneo para llevar a cabo esa tarea. La industria tecnológica se ha convertido en el altavoz de las nuevas pedagogías. Si no fuese por ellas, las empresas tecnológicas no habrían conseguido tanta cuota de mercado en el ámbito educativo en los últimos años.

¿Cómo y por qué ha ocurrido eso?

Una cantidad enorme de congresos que forman a los maestros en las pedagogías romántico-idealistas están patrocinados por esa industria, y varias empresas tecnológicas dan títulos (Apple Distinguished Educators o Google Certified Innovators) a los docentes que usan sus productos en las aulas en combinación con las nuevas pedagogías (la clase invertida, por ejemplo). La idea de que un niño necesita de una pantalla para aprender activamente viene de la actitud negativa hacia el esfuerzo que caracteriza a la corriente romántica. La llamada Educación Nueva asocia el placer de aprender con la facilidad y la rebaja de las exigencias. Si pensamos que es imposible que un alumno encuentre placer en la actividad intelectual y en el esfuerzo, entonces nos rendimos a los estímulos frecuentes e intermitentes de las tecnologías para sostener artificialmente su atención. Esos estímulos generan descargas de dopamina en el cerebro del niño, que producen un placer efímero al que el niño se acostumbra. Crean un bucle vicioso que acaba matando la labor de los maestros, que se dejan la piel a diario para captar la atención mermada de sus alumnos.

¿Qué opina de que ahora los alumnos vayan a poder conseguir el título de Bachillerato con un suspenso?

Cuando rebajamos las exigencias, el mensaje que damos es que los alumnos no son capaces de aspirar a más. Esa postura es una sentencia de muerte para los alumnos culturalmente más necesitados, que nacen en ambientes socioeconómicamente desfavorecidos y para los que la escuela es tabla de salvación. Nivelar por la base no ayuda a alcanzar la igualdad, sino todo lo contrario. Contribuye a engrandecer aún más la brecha cultural, social y económica. Es más, siento vergüenza cuando unas personas con un cierto bagaje cultural rebajan las exigencias a los que carecen de él, impidiéndoles tener acceso a su mismo nivel cultural.

Manuel Castells dice que condenar a un alumno por un suspenso es elitista. ¿Por qué palabras como esfuerzo o excelencia están tan mal vistas?

El antiintelectualismo vuelve a estar de moda. La cultura, la sed de saber, el conocimiento, el arte, la historia, la literatura, la filosofía… parece que todo eso es aburrido, teórico, inútil. La ignorancia se está convirtiendo en un valor social, incluso en una pose con aires de superioridad moral. ¿Qué hacer en una clase de 30 alumnos en la cual hay cinco niños con más dificultad? ¿Hacer que 25 aprendan menos, para que todos sean iguales y tengan las mismas notas? ¿Eliminar las evaluaciones para que los cinco no se frustren? ¿Y decir a los que saben más que han de purgar su privilegio a base de ignorancia? Yo creo en la igualdad de oportunidades, no de resultados. Por lo tanto, daría apoyo y oportunidades a los cinco que tienen más dificultad; lo que pasa es que para hacerlo hay que reconocer la diferencia, medirla y atenderla de forma distinta y eso no es políticamente correcto.

En su libro da a entender que los alumnos de Magisterio no están suficientemente preparados. ¿Es así?

En mi libro hago hincapié en la importancia de formar a los alumnos de Magisterio en la mentalidad científica para que puedan leer e interpretar los estudios, sabiendo, por ejemplo, lo que es un grupo de control, una muestra significativa… Sólo así conseguiremos erradicar la homeopatía educativa, tan de moda. La educación ha de estar basada en las evidencias, no en ocurrencias. Debido a una carencia en su formación, más del 90% de de los maestros se cree los neuromitos o adopta unas creencias respecto al rol de las tecnologías en las aulas que no están respaldadas por las evidencias.

Hace un año firmó junto a otros 100 expertos internacionales un manifiesto en el que advertían de los daños del uso masivo de las pantallas en los menores, tanto en términos de aprendizaje como de salud pública. 

¿Tiene datos sobre los efectos que han causado durante la pandemia?

Common Sense, organización de EEUU conocida por sus estudios sobre las tecnologías en menores, publicó recientemente un trabajo muy esperado sobre el consumo de redes sociales durante la pandemia entre los 14 y los 22 años, y concluye que hay casi tres veces más de probabilidades de padecer síntomas de depresión en los que usan redes respecto a los que no las usan nunca. Las redes interfieren en el buen desarrollo de la personalidad de nuestros hijos y de cualidades necesarias para convivir en el mundo real, como la discreción, la fortaleza, la templanza, la empatía… Su sentido de identidad personal se reduce a su frágil y vulnerable huella digital; se vuelven pendientes de la aprobación de los demás, y desconocen las limitaciones biológicas y físicas que existen en el mundo real. Con la pandemia nos hemos dado cuenta de que las relaciones interpersonales en directo eran un lujo del que no podíamos prescindir.

Potenciar el esfuerzo a través de la música

Catherine L’ Ecuyer pone como ejemplo la escuela pública Les Compagnons-De-Cartier de Quebec, donde una profesora de Música se empeñó en montar una orquesta en la que los estudiantes -buena parte de ellos, de entornos desfavorecidos- estuvieron practicando sin descanso día y noche. «Había muchos problemas de drogas, ‘bullying’, violencia y abandono», cuenta, «pero a final de curso dieron un concierto que dejó maravillados al director y a los padres; los alumnos estaban orgullosísimos de su trabajo y perdieron su miedo al esfuerzo. ¿Quién era esa profesora? Mi madre».

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