Miguel Fernández Taboada, economista
La inflación ha irrumpido hace ya unos meses y gana cada vez más espacio en las redes, los medios de comunicación o las declaraciones de representantes políticos, sindicales y patronales. Unos y otros dan su visión de cómo afecta a los pensionistas, a las empresas o a la “clase media y trabajadora”, y culpan de su presencia a las políticas del BCE, a la escasez energética, al aumento del gasto público, o al de los beneficios empresariales, enfatizando unas u otras causas según sean sus ideas o, con frecuencia, sus intereses. Quien esté tentado de acudir a la “ciencia económica” para hacerse una idea de lo que pasa, y de qué puede hacerse para combatir sus efectos, debe tener en cuenta que la inflación es uno de los conceptos más escurridizos y con mayores discrepancias entre escuelas y autores, por lo que se arriesga a pasar mucho tiempo leyendo sin llegar a una conclusión satisfactoria. A riesgo de simplificar en exceso, queremos aquí centrar la atención en una evidencia que muchos olvidan: la inflación no es un problema para todos, y tampoco afecta a todos por igual, ni mucho menos. La subida del “coste de la vida” afecta con toda su crudeza a las personas cuyos ingresos alcanzan lo justo para cubrir las necesidades básicas y que, además, carecen de mecanismos que les permitan subir sus ingresos. Esto correspondería históricamente con la clase trabajadora, incluidos aquellos parados o jubilados de esta clase social. Además, por supuesto, los inmigrantes en situación irregular y las personas sin hogar que viven de limosnas o de pequeños subsidios. En la más compleja sociedad actual, en la que el poder ha hecho lo imposible por esquivar los derechos laborales mediante la mercantilización del empleo, esta clase trabajadora ha de incluir a los autónomos “a la fuerza”, cuya situación es habitualmente más precaria que la de muchos asalariados. En conjunto, estamos hablando de muchos millones de personas, pues en torno al 20% de los trabajadores en España ganan menos del salario mínimo, a menudo insuficiente para cubrir las necesidades básicas, sobre todo en grandes capitales y cuando se ha de pagar alquiler o hipoteca. Es a estos trabajadores, y a sus equivalentes autónomos, además de a parados e inmigrantes sin permiso, a los que realmente machaca la inflación, abonada por el IVA y los alquileres. En cambio, los trabajadores con rentas altas se ven mucho menos afectados, porque su consumo de bienes básicos supone un porcentaje inferior de sus ingresos y, además, su margen para repercutir la inflación a otros es muy superior: a menudo tienen más facilidades para negociar subidas de sueldo, o disponen de propiedades en alquiler a las que pueden subir el precio, etc. En las empresas, por supuesto, el margen es mayor, y más grande cuanto mayor es su capacidad de repercutir las alzas de precios que les llegan.
Por estos motivos tan evidentes, las políticas de un gobierno de izquierdas deberían ser claramente redistributivas, reduciendo al menos los impuestos regresivos, como el IVA de los productos básicos, interviniendo en los factores que afectan al precio de la vivienda, o simplemente haciendo cumplir la reciente Ley de la cadena alimentaria, que las grandes superficies se saltan sin el menor pudor. No son por contra redistributivas, medidas ya aprobadas, como la revalorización lineal de todas las pensiones, o los 20 céntimos del combustible para todos, que favorecen más a quien más tiene, igual que los viajes gratuitos en tren sin tener en cuenta los ingresos. Estas medidas dan mucha visibilidad al gobierno, pero se pagan con más impuestos regresivos y no alivian el problema a los de abajo, como tampoco lo harán, nos apostamos, los impuestos especiales a los monopolios bancario o energético, que pueden repercutir dichos impuestos a los clientes de mil maneras imposibles de controlar. En el sistema en que vivimos, abriendo el foco, los precios son el reflejo del poder, y mientras el poder resida en el capital, no entra en la lógica de las cosas que este cambie los precios a costa de sus intereses.