Ayer, hoy y, desgraciadamente, mañana, nuestros productos cotidianos son fabricados por millones de niños: extraen las materias primas que requiere nuestro consumo, satisfacen nuestros instintos sexuales, guerrean en nuestras disputas bélicas,… Nuestros cosméticos están hechos con mica regada con el sudor de los niños, nuestra basura es seleccionada por brazos infantiles, nuestros móviles reciben su energía de las manos encallecidas de los niños mineros, nuestra comida es producida por los hijos de agricultores y ganaderos,… y así hasta 400 millones de niños obligados a trabajar, a menudo en condiciones mucho más cercanas a la esclavitud de lo que podamos imaginar. La esclavitud infantil la tenemos muy cerca.
Uno de estos niños esclavos, Iqbal Masih, fue asesinado un 16 de abril por luchar contra esta lacra y por eso se conmemora esta fecha en todo el mundo, en recuerdo de este niño que quiso ser abogado para acabar contra todas las formas de esclavitud.
El pasado mes de agosto la Organización Internacional del Trabajo destacaba cómo, por primera vez en su historia, todos los estados miembros habían ratificado una convención internacional del trabajo: el convenio número 182, sobre las peores formas de trabajo infantil. Quizá este año sea más importante y necesario que nunca por una doble razón.
La primera, formal, por ser el año que ya en 2019 la Organización de las Naciones Unidas quiso declarar como “Año internacional para la eliminación del trabajo infantil” y que enmarca en la meta 8.7 de sus Objetivos de desarrollo sostenible, como un compromiso de poner fin al trabajo infantil en todas sus formas para el año 2025.
La segunda, coyuntural, puesto que este último año hemos visto como la pandemia ha agravado las ya de por sí preocupantes cifras oficiales de trabajo infantil. En este contexto, más si cabe que en años anteriores se intensifica la necesidad de emplear la mano de obra de los hijos como instrumento de supervivencia para muchas familias, a la par de los cierres de escuelas donde muchos de ellos tenían la oportunidad de realizar el que debe ser su verdadero trabajo: estudiar, formarse, convertirse en adultos que construyan la sociedad que necesitamos. Como dice el Papa Francisco, “muchos niños en el mundo no tienen la libertad de jugar, de ir a la escuela y terminan siendo explotados como mano de obra”.
Las causas de la esclavitud infantil
Entre ambas razones se encuentran las cifras reales (estimadas en más de 400 millones de niños esclavos, algo muy superior a lo reconocido oficialmente) y las causas de fondo que permiten la canallada de la esclavitud infantil, con una clara dimensión económica, la que sostiene este sistema internacional dominado por la economía financiera, a la medida de las grandes compañías multinacionales que se desgranan en una larga cadena de contratas, subcontratas de contratas, sub-subcontratas de subcontratas,…hasta que alejan de la vista la responsabilidad que les compete en esta cadena, responsabilidad de la que tampoco nosotros estamos exentos como consumidores y, por lo tanto, no podemos cerrar los ojos o pretender que no sabemos que nuestro bienestar se sustenta en este entramado.
Ullah Khan, un referente
Ehsan Ullah Khan, activista pakistaní que lleva más de 50 años en esta lucha contra la esclavitud de niños y adultos y que fue una de las piezas clave en la liberación de Iqbal Masih y de su formación en el Frente de Liberación del Trabajo Forzado en Pakistán lo tiene claro: “Es fácil ponerle fin. El consumidor debe saber que los productos que consume están hechos con esclavitud infantil. Entonces, antes de comprar tiene que pensar en sus propios hijos”.
Merece la pena conocer la vida de Iqbal Masih y continuar su lucha con nuestras vidas.