inmigración y migrantes

José Ramón Peláez: «Roma tiene hoy como Papa a un inmigrante»

Fuente: revistaecclesia.com

«Roma tiene hoy como Papa a un inmigrante. A un inmigrante del Sur. A un inmigrante de esos que por aquí llamamos con bastante desprecio “un panchito” o “un sudaca”. Hace siglos, san Dámaso, un esclavo, fue Papa de Roma. Pues bien, hoy el Papa es un inmigrante argentino». Este aspecto de la biografía del Santo Padre ha sido subrayado en la mañana del pasado sábado 17 de abril por el sacerdote José Ramón Peláez, uno de los intervinientes en las Jornadas de Delegados y Agentes de Pastoral de Migraciones que se han celebrado online este fin de semana. La ponencia de este profesor del Estudio Teológico Agustiniano de Valladolid ha girado en torno a «Las claves de Fratelli tutti sobre migraciones y novedades que aporta a la sociedad y a la Iglesia». Las jornadas, las cuadragésimas, tienen por tema «La integración en tiempos de pandemia», y su hilo conductor es el cuarto de los verbos del Pontífice: integrar.

Durante la misma jornada intervinieron el secretario general de la CEE y obispo auxiliar de Valladolid Luis Argüello, que habló sobre «Las migraciones en la sociedad y en la Iglesia en tiempos de pandemia: retos y oportunidades», y la responsable del Departamento de Migrantes y Refugiados de Cáritas Barcelona, Elizabeth Ureña, que lo hizo sobre «Los efectos de la pandemia en la población de origen marroquí». Los trabajos fueron inaugurados por los obispos Juan Carlos Elizalde (Vitoria, presidente de la Subcomisión Episcopal para las Migraciones y la Movilidad Humana) y José Cobo, auxiliar de Madrid y responsable del Departamento de Migraciones.

Francisco, hijo de la inmigración italiana en Argentina

El Padre Peláez, párroco en Olmedo (Valladolid), ha enfatizado en su intervención la condición migrante del Pontífice y de su familia. Lo ha definido como un pastor venido del sur que es hijo de la inmigración italiana en Argentina. Así, ha recordado cómo su abuela Rosa llegó a Buenos Aires en 1929 y que pese al calor que hacía ella no se quitaba el abrigo porque allí llevaba todos sus ahorros; cómo la familia conservó el dialecto que traía de Italia… Y ha comentado, asimismo, las dos experiencias que el propio Pontífice tuvo como emigrante, una de ellas en Alemania para hacer su tesis, donde pasó un par de meses añorando su tierra hasta el punto de que acudía a un cementerio desde el que veía despegar los aviones que partían rumbo a su querida Argentina.

Desde esta condición y experiencia migratoria se comprenden mejor todas las iniciativas que han puesto a los migrantes en el foco mediático en el pontificado: la visita a Lampedusa, el viaje a Lesbos, el apoyo a los rohingyas en su viaje a Miammar y Bangladesh, etc.

Triple sufrimiento de los migrantes

Peláez, doctor en Teología y especialista en Doctrina Social de la Iglesia, se ha vuelto a referir también —ya lo hizo ayer monseñor Argüello— al triple sufrimiento que experimentan los inmigrantes: el de tener que salir de su tierra, el que conlleva su viaje, lleno de peligros, y el que se produce a la llegada a los países de destino, donde en el mejor de los casos son tratados como diferentes.

El sacerdote del Prado se ha referido a la fraternidad y la amistad social de las que habla la Fratelli tutti. El otro, ha dicho, es como yo, el otro es mi hermano, hay un Padre común. Y esto ha de traducirse en la práctica en que lo que quiero para mí lo tengo que querer también para los demás, y viceversa. En este sentido, ha citado el punto 39 de la encíclica, que denuncia que en «algunos países de llegada», y aunque no se dice expresamente, en la práctica se considera a los inmigrantes «menos valiosos, menos importantes, menos humanos», siendo «inaceptable que los cristianos compartan esta mentalidad».

Dos tentaciones a superar: la de aceptarlos solo si los necesitamos y contemplarlos desde una óptica de miedo

El Papa, ha señalado también el Padre Peláez, nos pide que superemos «dos tentaciones». La primera, la de tratar a los inmigrantes desde una óptica mercantilista, que es la que pide el mercado: «aceptarlos en la medida en que son la mano de obra que necesitamos y solo para eso». Y la segunda, «la tentación de las identidades». Los nacionalismos cerrados, denuncia, definen quiénes somos «en exclusión de los demás, con una lectura del pasado que inventa muchas veces enemigos, y en una visión desde el miedo y la enemistad hacia los otros». Y eso hay que superarlo.

Para el Papa, para la Iglesia, toda persona esté donde esté es nuestro hermano. Y la acogida del diferente nos cura de dos enfermedades que están muy presentes hoy en nuestras sociedades: el virus del individualismo (intensificado por las redes sociales) y el nacionalismo cerrado.

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