El 29 de abril se conmemora el 76º aniversario de la liberación del campo de concentración de Dachau.
Por Isabel Rodríguez
Hay veces que sin proponérselo uno se encuentra ante situaciones inesperadas. Eso me sucedió hace tiempo. La primera vez que escuché de la existencia del campo de concentración de Dachau fue en la película El noveno día, dirigida por el alemán Volker Schlöndorff en 2004 basada en hechos reales y centrada en el Barracón de los Sacerdotes ‘Pfarrerblock’.
En ella plantea de manera extraordinaria el diálogo de conciencia entre un sacerdote católico y un oficial nazi. El protagonista de la película, Jean Bernard, un sacerdote de Luxemburgo. Hermann Scheipers coincidió con él ante las puertas de la cámara de gas y en aquella ocasión ambos se libraron milagrosamente de la muerte. Pero esa historia la contaré otro día.
Dachau es un pueblo situado cerca de Múnich. El 22 de marzo de 1933, pocas semanas después de llegar Hitler al poder, se terminaron las instalaciones principales y se inauguró allí el primer campo de concentración. Se convirtió en una gigantesca estructura del sistema de terror del nacionalsocialismo. Junto a este complejo se construyó la ‘escuela de violencia’ para adoctrinar a los oficiales de la SS. Fue el inicio de una red de confinamiento forzoso que tomaría unas dimensiones inimaginables transformándose en un complejo sistema de la maquinaria asesina que invadió toda Europa.
El campo de concentración de Dachau comenzó siendo un campo reservado sólo para presos políticos, presos de conciencia y judíos. Entre los presos políticos se incluyeron posteriormente a todos los ciudadanos de los países sometidos por el nazismo y sobre todo a los que lucharon en la resistencia que se negaban arrodillarse ante los nazis. También los sacerdotes, obispos y religiosos católicos, así como algunos protestantes y ortodoxos eran considerados presos políticos. Eran identificados con un triángulo rojo cosido al traje junto a su número de preso. El verde identificaba a los criminales, el negro a los gitanos y pobres, la estrella amarilla (doble triángulo) a los judíos.
Por allí pasaron muchas personas que sufrieron vejaciones de todo tipo, trabajando en condiciones infrahumanas. El número de personas que allí murieron asesinadas o deportadas a los campos de exterminio nunca se sabrá con exactitud. Dachau recibió aproximadamente 206.000 internos, procedentes de más de 30 nacionalidades y se asesinaron al menos a 41.500 personas durante los 12 años que estuvo funcionando. Murieron de hambre, de un trato brutal, ejecuciones, experimentos médicos, en las cámaras de gas y epidemias de fiebre tifoidea. Según Scheipers de los 3000 sacerdotes en Dachau murieron cerca de 1000, de ellos 336 en las cámaras de gas.
Continúo este breve relato de la mano de Hermann Scheipers quien, con 24 años fue ordenado sacerdote. En verano de 1938 tuvo su primer encontronazo con la Gestapo. Scheipers dirá: “nunca pensé en ejercer resistencia política pero desde el inicio tenía la profunda convicción de que ser cristiano pasaba por el deber de ejercer una resistencia espiritual y que la manera más eficaz era el sacerdocio”. Pronto se convirtió en enemigo del estado para el régimen nazi. Scheipers recibió la misma acusación que Dietrich Bonhöffer, que fue ejecutado el 9 de abril de 1945, pocos días antes de la liberación del campo de concentración de Flossenbürg.
Para los nazis, los polacos eran considerados infrapersonas, condenadas a trabajos forzados y se les prohibió recibir cualquier tipo de atención religiosa y espiritual, así como asistir a las misas. Scheipers tomó la decisión de celebrar con ellos la Eucaristía ayudado de un traductor porque no sabía polaco. Él siempre sorteó las dificultades con astucia porque la necesidad y el amor a los demás agudiza el ingenio.
Desobedecer las prohibiciones oficiales del régimen nazi para atender a los inmigrantes polacos le costó la libertad. Esto le llevó a la prisión de Leipzig en 1940 acusado de ser un peligro para la estabilidad y seguridad del pueblo alemán y del estado, se le declaró enemigo del estado y pasó varios meses en la cárcel.
A finales de marzo de 1941 fue trasladado hasta la estación de trenes de Dachau, atado con grilletes como un criminal y paseado por los andenes atiborrados de gente, entre golpes y patadas lo subieron allí a un camión hasta llegar a su destino; el campo de concentración y se convirtió en el preso numero 24255.
El campo de concentración de Dachau fue el último territorio liberado por los aliados. Unos meses antes, cuando los nazis veían que iban perdiendo la guerra, Himmler ordenó que ningún prisionero debía caer con vida en las manos de los aliados. A partir de ese momento todas las deportaciones procedentes de otros campos de concentración tenía por destino el de Dachau. El desenlace final fue cruel.
A partir de enero de 1945 el campo se desbordó de presos llegando a 32.000 presos en condiciones de extremos insoportables de inhumanidad. Los presos nuevos que llegaban tenían que pasar por encima de cadáveres y moribundos para entrar a los barracones ya atestados. Muchos de ellos llegaban en camiones al descubierto, de manera que la mayoría morían congelados de frío o de hambre durante el trayecto. El 24 de abril se inició la operación conocida como la marcha de la muerte.
Estas marchas de la muerte se dirigían a la frontera austriaca para que no quedara evidencia de los crímenes contra la humanidad cometidos en los campos de concentración. Se organizaban de forma escalonada por las noches para que no fuera demasiado visible y llamaran mucho la atención; durante el día se descansaba. Cuando pasaban por los pueblos sus habitantes abrían los ojos horrorizados ante el espectáculo dantesco del que eran testigos. Entre los vecinos todavía quedaban personas que no querían saber de la gravedad de lo que estaba sucediendo, preferían vivir engañados.
Finalmente este campo de concentración fue liberado por los aliados el 29 de abril de 1945. La guerra llegará a su fin, pero se presentía que el sufrimiento y la angustia se iban a prolongar en el pueblo alemán durante la postguerra.
Personalmente me acerqué al drama humano del campo de concentración de Dachau por la amistad con Hermann Scheipers. No sólo fue un superviviente de las dos guerras mundiales, sino que también se jugó la vida bajo los totalitarismos nazi y soviético. Cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial decidió volverse a la zona de la República Democrática Alemana para asistir a los católicos y acompañarlos bajo la persecución de la Stasi del régimen soviético a los que vivían sometidos.
A Scheipers lo conocí en 2011 cuando lo invité a España con sus 97 años a dar unas conferencias. Son muchas las cosas que me impresionaron de él pero me quedo con su gran vitalidad y alegría. Estar cerca de él me transmitía fortaleza en la debilidad. Le mantenía una fe inquebrantable ante la adversidad que fue madurando en el sufrimiento. Cuenta en sus memorias que tenía miedo: “claro que tuve miedo muchas veces, pero nunca fue un miedo paralizante, desesperado. Me entregué a Dios y ahora era su amor el que tenía que responder por mi. He podido experimentar en prisión cómo las angustiosas preguntas por la incertidumbre se transformaban en preguntas de asombro ante la presencia de un Dios cercano”. Falleció en 2016 a los 102 años, ocasión que aproveché para viajar a su pueblo natal Ochtrup, cerca de Münster en Westfalia y poder darle el último adiós. Perdonó a sus enemigos y supo vivir hasta el final sin resentimiento.
Hay amistades que marcan para siempre, dejando una profunda huella en tu ser y ese milagro me sucedió con la amistad de Hermann Scheipers. Pudimos hablar en muchas ocasiones y su entusiasmo siempre me cautivó como si fuera la primera vez que me contaba sus historias. Me siento con la responsabilidad de darlo a conocer como testimonio de lucha y esperanza.
Estoy escribiendo un libro titulado Flores que salvan vidas sobre la desconocida experiencia de solidaridad en los campos de trabajo de Dachau y en el que llevo tiempo trabajando para seguir compartiendo testimonios de amor y entrega a los demás.