Bebés separados de sus madres y otros dolores que no duelen

María del Val

Separar al hijo de la madre nada más pisar tierra después de un viaje en patera resulta cruel e inhumano. Como crueles e inhumanas son las políticas que aplastan la dignidad de las migrantes en origen, tránsito y destino. Es muy común en el tratamiento de las noticias sobre migrantes olvidarnos del contexto en que se producen. Los olvidos pueden ser más o menos involuntarios o más o menos condicionados por intereses económicos, políticos o ideológicos.

Nos olvidamos que los movimientos migratorios se producen en una economía que mata y que explota: que les roba los recursos en origen y por tanto el trabajo. Que les humilla en el viaje con deudas impagables y que las esclavizan de por vida y tránsitos al borde de la muerte. Y finalmente una vez que cruzan fronteras (las mafias aprovechan que las madres con hijos no pueden ser deportadas) les mantenemos en la ilegalidad para ser explotados en la agricultura o en el servicio doméstico cuando no esclavizadas en la prostitución.

El blindaje de fronteras que nunca es absoluto, (porque hay que dejar pasar ese necesario flujo de mano de obra barata, o carne humana para la prostitución) provoca rutas cada vez más lejanas y peligrosas. Se calcula que el 30% de la mujeres que llegan embarazadas o con sus bebes han sido violadas por las propias mafias para traficar con el bebé o para extorsionar a la madre. Otras han sido violadas por las propias fuerzas de seguridad de nuestros países cipayos, a quienes pagamos para que nos vigilen las fronteras. Algunas han perdido a sus bebés en el desierto. Estas mujeres sufren violencia sistemática y continua durante el trayecto. Pueden permanecer meses e incluso años en el bosque a la espera de poder saltar la frontera. Sus bebés han padecido y seguirán padeciendo esos horrores, tanto o más que ellas: “Algunas veces me digo si mi hija no me va a odiar”, dice una de esas madres. Nos escandaliza que separen a las madres de sus bebés, pero nos preocupa mucho menos la vida que les espera….

A las madres que sirven en las casas o limpian los hoteles también hemos permitido que las separen de sus hijos. Una de ellas que me decía que después de 11 años no había dejado de llorar ni una sola noche la ausencia de sus hijos. Cuando al fin algunas logran reunirse con ellos, son completos desconocidos a los que se les ha desarraigado dos veces: primero de sus padres o de su madre, y luego de su tierra. Pero esas madres y esos hijos parece que nos duelen menos.

María del Val

Para saber más:

https://elpais.com/politica/2016/09/02/actualidad/1472836765_371992.html

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