Fuente: Aceprensa
Autor: Diego Peralta
Recomendamos este artículo sobre la influencia de Internet en la salud mental de los jóvenes. Te invitamos a seguir reflexionando sobre este tena, y planteándonos juntos una respuesta, en el curso «Salud mental y jóvenes. Miradas y respuestas creativas«. Juan Cruz Rada, psicólogo educativo y vocal de psicología educativa del Colegio Oficial de Psicólogos de La Rioja planteará esta cuestión en una aportación titulada «Internet, adolescentes y una sociedad irresponsable. ¿Qué podría salir mal?»
A la mayoría de las personas les atrae más lo bello que lo feo, o lo alegre que lo triste. Sin embargo, si ponemos el foco en Internet y las redes sociales, las cosas cambian. En estos lugares tiende a viralizarse el contenido sensacionalista y negativo. Los algoritmos con los que están diseñadas las redes, la actitud de los usuarios y el tono de la conversación pública son algunas de las causas. Los expertos advierten del impacto en la salud mental de jóvenes y adultos, y piden cambios en las plataformas.
Un estudio realizado por psicólogos de la Universidad de Cambridge concluyó, tras analizar casi 3 millones de publicaciones de políticos y medios de comunicación en Facebook y Twitter, que aquellas en las que se insulta o ridiculiza a los oponentes ideológicos son compartidas hasta el doble de veces que las que no lo hacen. El patrón se repite de manera análoga en las dos redes sociales e independientemente de la ideología de quien escriba el mensaje.
La viralidad de este tipo de publicaciones llevó a los autores del estudio a preguntarse hasta qué punto el modelo de negocio de las redes sociales está recompensando a quienes producen contenido divisivo. Y lo mismo se puede aplicar a otras publicaciones con fuerte carga emocional.
El alimento de los algoritmos
Claudia López Madrigal, profesora en la Universidad Internacional de Cataluña, psicóloga e investigadora sobre bienestar emocional relacionado con el uso de tecnología, cree que el problema es real: “Debido al propio diseño de las plataformas digitales, los contenidos sensacionalistas, emocionales y disruptivos llaman más la atención y generan más engagement a través de likes, comentarios o reacciones que alimentan al algoritmo, que a su vez los mostrará más a otros usuarios”.
No hay que olvidar –añade– que las redes no son un servicio desinteresado, sino que son fundamentalmente empresas que basan su negocio millonario en la monetización del número de clics.
En el caso de Facebook, es conocido que realiza experimentos llamados tests A/B para ajustar el contenido que muestra a cada usuario en su interfaz. Con ellos se ha observado que, a más carga emocional en las publicaciones, los usuarios tienden a interactuar más con ellas, comentándolas, compartiéndolas y reaccionando a ellas. En cambio, cuando son más neutras, el engagement decae. De ahí que el propio algoritmo promueva las que más impacto pueden tener. Es lo que se conoce como contagio emocional: estas plataformas influyen en nuestro estado de ánimo y pueden “programarlo” mediante el contenido que eligen mostrarnos.
En opinión de López Madrigal, el auge de lo negativo en Internet también puede verse potenciado por el anonimato que permiten las redes sociales a la hora de publicar determinados contenidos: “Es más fácil engancharse a publicar y consumir estas cosas cuando no está tu identidad de por medio. Las plataformas digitales facilitan una expresión despegada de las consecuencias y la responsabilidad. No es lo mismo insultar a alguien por mensaje que en persona”.
Estas plataformas influyen en nuestro estado de ánimo mediante el contenido que eligen mostrarnos
Seguramente, la red que más polémica ha generado en los últimos años es Twitter. Su algoritmo no está a salvo de las críticas que lo acusan de polarizar y de generar debates tóxicos donde la negatividad es lo que impera. Así lo defiende en conversación con Aceprensa Pedro Herrero, director de Asuntos Públicos en Accenture, y conocido por su cuenta de Twitter @aparachiqui y el podcast Extremo Centro: “Las redes sociales están diseñadas para que estemos constantemente excitados y emocionados cuanto más tiempo posible, y evidentemente tratan de explotar esto. Eso se hace mostrando contenido o que nos gusta o que nos enfada, y que por tanto retiene más nuestra atención. Aquí entran las propias dinámicas de cada red social: en unas como Instagram domina lo bonito y perfecto, y en Twitter lo que nos enfada”.
¿Consumimos contenido negativo porque estamos tristes?
El último informe anual de Gallup sobre emociones globales, que realiza desde 2005, muestra un aumento de la negatividad en los últimos años. En concreto, 2021 fue el año en que más personas declararon sentirse preocupados (un 42% de los casi 127.000 encuestados en 122 países), estresados (41%) o tristes (28%). Aunque pudo haber influido la pandemia, el aumento continuado en el Índice de Emociones Negativas elaborado por Gallup se viene observando desde hace casi una década.
El contagio emocional también puede funcionar de manera inversa: buscamos más contenido que sintonice con nuestro estado de ánimo porque buscamos la empatía o la sensación de pertenencia a un grupo de manera casi instintiva. Un ejemplo de esto se puede ver en TikTok, donde se ha puesto de moda grabarse llorando y compartiendo desamores. Este tipo de fenómenos crean grupos burbuja donde personas con las mismas emociones o que han vivido cosas similares se retroalimentan y viralizan contenidos entre determinado público.
La cultura pop también podría estar contribuyendo al malestar. Así se desprende de un estudio que, tras analizar 150.000 canciones en inglés, concluyó que desde mediados de los años 60 ha ido aumentado el uso de palabras asociadas a experiencias negativas, mientras que las relacionadas con positivas ha disminuido.
La tendencia en los titulares de los medios de comunicación ha seguido una dirección similar: un análisis de 23 millones de titulares de 47 medios de Estados Unidos concluyó que, en los últimos veinte años, sentimientos como la ira, el descontento o la tristeza están significativamente más presentes año a año.
Educación digital y cambios de consumo
En opinión de Aurken Sierra, profesor de Comunicación Política en la Universidad de Navarra y estudioso de la polarización en los medios, una solución frente a este problema pasa por un cambio de actitud en el debate público y la política, ya que en las redes sociales y en los medios de comunicación se vierte lo que ocurre fuera de ellas. “Si el propio tono de la conversación pública está polarizado o es negativo, los medios y las redes reproducirán lo mismo. Hay que dar un paso anterior y hacer un esfuerzo por rebajar el tono”.
Tanto Pedro Herrero como López Madrigal ven necesario insistir más en la educación de patrones de uso de nuevas tecnologías, tanto en adultos como sobre todo en adolescentes a medida que se van conociendo los efectos de una exposición constante a los contenidos negativos y cómo repercuten en la salud mental, incrementando el estrés, la ansiedad o la depresión.
López Madrigal propone tres ejes desde los que actuar: “Por un lado, las instituciones gubernamentales y educativas deben establecer leyes o normativas a favor de la regulación de estos contenidos y con soluciones prácticas. Por otro, las mismas empresas de tecnología deben adaptar el diseño pensando también en el beneficio de los usuarios. Y por último, nosotros mismos como usuarios tenemos que ser agentes activos, no pasivos, de los contenidos que consumimos”.
Herrero afirma que deberían tenerse unos patrones de consumo claros para no caer en el uso descontrolado de estas tecnologías: “Cuando no hay una cultura de saber usar cosas adictivas con control, se tiende a abusar de ellas. Las redes sociales funcionan como una droga a nivel neuronal, y no entiendo por qué un menor puede usarlas libremente. Tenemos niños de 12 años sometidos al estímulo de un algoritmo digital diseñado específicamente para ser adictivo y que cambia la plasticidad de su cerebro”.
Las críticas por parte de los expertos y la sociedad civil han abierto una conversación sobre la regulación de las redes sociales y los algoritmos que emplean, cada vez más cuestionados. Está por ver qué frutos concretos produce este debate.