La voz de los santos inocentes

Autor: Francisco Rey Alamillo

Hace 30 años el fotógrafo sudafricano Kevin Carter visitó la aldea sudanesa de Ayod en 1993 para denunciar la hambruna y la guerra que sufría el país.  Estuvo una semana y cuando estaba a punto de partir, se encontró a un niño hambriento tendido en la arena. A la distancia merodeaba un buitre. Carter eligió un encuadre en el que el ave y el niño mostraban una terrible historia de la hambruna y la depredación en África.  Carter espantó el buitre y dejó al niño sabiendo que había obtenido una gran fotografía. (Antes de proseguir, cabe aclarar que, años después, se supo que era un niño, no niña, de nombre Kong Nyong que no solamente sobrevivió a la hambruna, sino que murió víctima de la fiebre 14 años después de tomarse la fotográfica)

El periódico  “The New York Times” publicó esta foto el 26 de marzo de 1993. Y un año después, Kevin Carter recibió el Premio Pulitzer por esta imagen. El fotógrafo tuvo un éxito enorme: recibió más aplausos que nadie durante la ceremonia de entrega del premio y recibió una atención inusitada. Fue, al parecer, un momento cumbre en su carrera. A pesar del éxito aparente, Carter no solamente recibió premios y halagos por esta fotografía. La imagen también provocó una gran crítica. Quizá la mejor síntesis de los reclamos que se le echaron en cara al fotógrafo se sintetiza en lo que publicó el periódico St. Petersburg Times de Florida: “El hombre que ajusta su lente para tomar el encuadre correcto del sufrimiento podría ser un depredador, otro buitre en la escena.”

Entonces llegó a su peor momento una cadena de sucesos, que comenzó con el estar expuesto a la miseria humana en su forma más cruda y atroz durante años. Esto llevó a Carter al uso de drogas duras y alcohol. La opinión pública se volvió contra él por no haber hecho nada para salvar a la criatura de las garras de ese buitre amenazante, llegando a acusarle de ser el auténtico carroñero o buitre de la foto. Una serie de acontecimientos fueron generando una espiral depresiva en el fotógrafo: chocó su coche en una casa de los suburbios y estuvo preso bajo sospecha de conducir ebrio; su novia, Kathy Davidson, rompió con él después de un año de relaciones debido a las adicciones de Carter. Su amigo Ken Oosterbroek fue asesinado y Carter sentía que era él y no su amigo Ken quien debió morir. El 27 de julio de 1994 Kevin Carter conectó una manguera al escape de su camioneta y murió por asfixia debido al monóxido de carbono. Tenía 33 años. Dejó una nota que rezaba:  “Estoy obsesionado por los vívidos recuerdos de asesinatos y los cadáveres y la ira y el dolor … de niños hambrientos o heridos, de locos que disparan sin provocación, a menudo policías, de verdugos asesinos” .

La hipocresía de nuestro mundo acusó a Kelvin Carter, pero no a los verdaderos causantes de este genocidio. Mas honesta es esta declaración que recoge mi amigo José Esquinas, en su excelente libro, Rumbo al ecocidio:  “Cada arma que se fabrica, cada buque de guerra lanzado, cada cohete disparado significa, en última instancia, un robo a los que tienen hambre y no se alimentan, a los que tienen frío y no están vestidos”. La frase, pronunciada en abril de 1953 por el presidente norteamericano Dwight D. Eisenhower en su discurso “Una oportunidad para la paz”, sigue vigente pese a las siete décadas transcurridas. “El hambre no solo es un drama, también es la mayor vergüenza de la humanidad porque es totalmente evitable y porque es fruto de nuestras erróneas prioridades.  Y la clase política es bien consciente de ello, aunque no quiera, pueda o sepa tomar medidas para impedirlo.

Desde las antípodas políticas, otro presidente, esta vez el cubano Fidel Castro, clamó en la Asamblea General de Naciones Unidas “que las bombas podrán matar a los hambrientos, a los enfermos, a los ignorantes, pero no pueden matar el hambre, las enfermedades, la ignorancia”.

 En 1963, otro presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy, insistió en la idea del bochorno que debería abatirse sobre las sociedades ante la tragedia que implica morir por falta de comida. Lo hizo durante su discurso en el primer Congreso Mundial de Alimentos: “Tenemos los medios y la capacidad para eliminar el hambre de la faz de la tierra durante nuestra generación. Solo necesitamos la voluntad política para hacerlo”.

El experto,  doctor en genética e ingeniero agrónomo José Esquinas, que durante 30 años trabajó en la FAO añade, “No podemos seguir contemplando el hambre como meros espectadores. Somos actores y corresponsables, por acción u omisión, en este drama.»

«Esta economía mata», dice el Papa Francisco y Juan Pablo II nos recordaba, meditando la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro, lo siguiente:   «Si él (Jesucristo) está hablando de la plena dimensión global de la injusticia y del mal… El Norte cada vez más rico y el Sur cada vez más pobre… A la luz de las palabras de Cristo este Sur pobre juzgará al Norte rico. Y los pueblos pobres y las naciones pobres – pobres bajo diversas formas-, no sólo por falta de alimentos, sino también por falta de libertad y de otros derechos humanos, juzgarán a aquellos pueblos que los privan de estos bienes arrogándose el monopolio imperialista de la economía y de la supremacía política a expensas de los demás.” (Palabras de Juan Pablo II, en 1984, en Edmonton, ciudad canadiense del petróleo)

Nelson Mandela era consciente de lo que supone una vida de opulencia frente a la mayoría de la humanidad hambrienta y dijo: “No podemos vivir como gatos gordos si lo niños pasan hambre”. Esto nos invita a descubrir las verdaderas causas, las raíces de los problemas de nuestro mundo, para así poder responder verdaderamente al problema. Deberíamos preguntarnos por el orden mundial canalla e imperialista en que vivimos y por sus víctimas.

Preguntarnos por las numerosas vidas humanas que descarta esta cultura de muerte. ¿Quiénes son los verdaderos buitres y rapaces que empobrecen y matan a tantas vidas humanas y pueblos enteros?

“La cultura del descarte se sirve de las personas hasta que se convierten en obstáculos. Se trata así a los niños no nacidos, los ancianos, los desfavorecidos. Las personas no se pueden tirar, ¡nunca! Cada uno es un don sagrado y único. Respetemos la vida siempre”[1] , decía el Papa Francisco 

No podemos silenciar este genocidio silencioso, el mayor escándalo que tiene hoy la humanidad. No podemos permitir que «nada sea considerado natural» como decía Bertolt Brecht, y añadía, «en una época de confusión sangrienta, desorden ordenado, capricho planeado y la humanidad deshumanizada, no vaya a ser que todas las cosas sean consideradas inalterables.»

 No podemos conformarnos con un mundo en el que otros seres humanos mueren de hambre, son analfabetos, están sin trabajo, viven la esclavitud. Por eso muchas personas de buena voluntad se han comprometido a defender la vida en cada momento, a hacer que este mundo sea más habitable para todos. «No hay peor esclavitud que la de la mentira, hay que libertar la conciencia del pueblo diciendo la verdad,» gritaba Miguel de Unamuno, y continuaba: «Ahora bien, la verdad que hay que decir no es una verdad cualquiera, sino aquello que se hace necesario proclamar; es preciso decir en cada momento las verdades que los demás callan por no ser racional ni razonable decirlas.» Por vergüenza y solidaridad con los hambrientos de la tierra debemos empezar a decir estas grandes verdades. Jean Ziegler, relator especial de la comisión de derechos humanos de la ONU, afirma: «Hay hambre en el mundo porque impera un sistema asesino”; el capitalismo especulativo mata cada día a 100.000 personas de hambre en el mundo.

Antes del capitalismo también había hambre, pero era una fatalidad: no tenía solución. Hoy sí la tiene. Hoy hay superabundancia de alimentos. ¡el hambre es remediable! Lo dice la FAO: La agricultura mundial permitiría alimentar a 12.000 millones de personas ¡el doble de la actual población del planeta!» Más de 200 premios nobel han declarado lo que nuestros diputados cínicamente no quieren reconocer: «Un holocausto sin antecedentes, cuyo horror abarca en un único año todo el espanto de las matanzas que nuestras generaciones han conocido en la primera mitad de este siglo, está actualmente en proceso de realización y desborda cada día más, a cada instante que pasa, el perímetro de la barbarie y de muerte no solamente en el mundo sino también en nuestras conciencias […]Todos los que contemplan, anuncian y combaten este holocausto están absolutamente de acuerdo en señalar a la POLÍTICA como la causa principal de esta tragedia».

Decía san Juan XXIII que todos éramos responsables de los hambrientos y «por eso es menester educar la conciencia en el sentido de la responsabilidad que pesa sobre todos y cada uno, particularmente sobre los más favorecidos«. Y san Juan Pablo II nos hablará de un mundo imperialista donde los pueblos del Sur juzgaran a los pueblos del Norte. Y el pontífice juzga esta situación de ceguera fratricida con estas palabras: «¿Cómo juzgará la Historia a una generación que cuenta con todos los medios necesarios para alimentar a la población del planeta y que rechaza el hacerlo por una ceguera fratricida ?… ¡ Que desierto sería un mundo en el que la miseria no encontrara la respuesta de un amor que da la vida!».

El hambre ya afecta al 80% de la humanidad; hay más de 400 millones de niños esclavos; 1500 millones de personas están en paro y más de 2000 millones de personas no tienen acceso al agua potable. El hambre tiene solución, pero no hay voluntad política para erradicarlo porque los ciudadanos no lo exigimos. Ninguno de los grandes poderes del mundo quiere acabar con esta canallada. ¡Alcemos nuestra voz en solidaridad con los empobrecidos! Si los ciudadanos lo exigiéramos, se evitarían millones de muertes inocentes. Salgamos a la calle en solidaridad con todas las víctimas de la violencia de todas las guerras y para presionar moralmente a nuestros gobernantes, con el grito de: ¡No matarás!

Las palabras de José Luis Sampedro, Catedrático de Estructura Económica, expresan una gran verdad: «A nuestros abuelos el hambre podía suscitarles solamente compasión y caridad, pero no les creaba angustia puesto que la consideraban natural e inevitable. A nosotros nos la presentan como técnicamente suprimible y por eso ha de llevarnos al asombro, la indignación y la rebeldía.»

Los pobres esperan nuestra lucha solidaria por un mundo más justo y fraterno. Como dice el poeta Pablo Neruda: “¿Quiénes son los que sufren? No sé, pero son míos. Ven conmigo. No sé, pero me llaman y me dicen: «Sufrimos». Ven conmigo. Y me dicen: «Tu pueblo, tu pueblo desdichado, entre el monte y el río, con hambre y con dolores, no quiere luchar solo, te está esperando, amigo».

La miseria del mundo no se combate impidiendo que los pobres puedan venir a este mundo, sino luchando contra la pobreza y sus verdaderas causas. Es especialmente perversa y reprobable la invocación a la “falsa compasión” para justificar el exterminio de los más débiles. Además, lo cierto es que esos desheredados de los países empobrecidos, reflejan con frecuencia un tono vital mucho más optimista y alegre que el que constatamos de ordinario en este Occidente de la opulencia, la indiferencia y el descarte.

Estas navidades el papa Francisco nos recordaba que “desde el pesebre, el Niño nos pide que seamos voz de los que no tienen voz: voz de los inocentes, muertos por falta de agua y de pan; voz de los que no logran encontrar trabajo o lo han perdido; voz de los que se ven obligados a huir de la propia patria en busca de un futuro mejor, arriesgando la vida en viajes extenuantes y a merced de traficantes sin escrúpulos.”

El camino es la solidaridad que remedie las causas estructurales del hambre y la miseria, y el campo de la solidaridad con los empobrecidos de la tierra es hoy el campo de la política.


[1] En el ángelus del 29 de enero de 2023.

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