Mª Isabel Rodriguez
Si aprender a leer es un segundo nacimiento, enseñar desde la pasión la lectura profunda es un privilegio al que todos los estudiantes deberían tener derecho.
Descubrí la metodología de la lectura profunda (close Reading) de una manera muy práctica, durante mi estancia en la Universidad de Humbolt, Berlin; en un seminario de lectura sobre el libro ‘Das implizites Wissen’ (1958) de Michael Polanyi (1891-1976), reconocido químico y filósofo húngaro, un autor del que no tenía conocimiento hasta ese momento. De manera que pude aproximarme a sus planteamientos en el ámbito de la filosofía de la ciencia por medio de la lectura profunda desde una perspectiva pedagógica de la mano del profesor Brinkmann, persona que me introdujo en el ‘close Reading’. ¡Fue apasionante! Me enganché desde el principio hasta el final, descubriendo en cada palabra, en cada expresión, en cada línea las conexiones que se establecen en la profundidad del conocimiento tácito del que partimos todos. Pero este episodio lo dejaré para otra entrada más adelante.
Me quiero centrar en la lectura lenta. Sin duda experiencias como la que acabo de indicar van forjando el deseo de avanzar en la pedagogía de la lentitud, porque la lectura profunda implica leer sin prisas, con detenimiento, siempre en diálogo con el autor.
Son cada vez más los sectores de la sociedad que demandan poner freno al desenfreno trepidante en el que estamos sometidos, en aras a una eficiencia del mercado e impuesto por las nuevas tecnologías. Hay una relación entre la crisis de lectura y el impulso global hacia la productividad. Descubrir el valor de la lentitud como una forma de avanzar con mayor eficacia, es sólo una paradoja aparente, recordemos el refrán ‘vísteme despacio que tengo prisa’, o quién no conoce la fábula de ‘la liebre y la tortuga’.
Los hábitos de lectura lenta, profunda, cercana son diferentes experiencias que apuntan, sin ir más lejos, a una forma cualitativamente superior de lectura y ponen en valor la importancia del tiempo; su cadencia y ritmos contrastan de forma superadora con la lectura rápida y acelerada.
La lectura lenta es la reducción intencional en la velocidad, que nos permite aumentar la comprensión y el placer; nos permite imaginar y soñar, disfrutar, desarrollar un pensamiento racional, oír palabras pasadas, escuchar y discutir con el autor como si de una batalla se tratara, trasladarnos en el tiempo, leer entre líneas, pero sobretodo vivir en intensidad, en definitiva tomar el control del tiempo y marcar el ritmo en la lectura también forma parte de la libertad personal.
El filósofo Han Byung-Chul, autor coreano del ensayo Duft der Zeit (El aroma del tiempo, 2015), comenta que al final de sus estudios (de metalurgia) se sentía como un idiota. Se marchó de Corea a Alemania para estudiar literatura pese a que apenas podía expresarse en ese idioma. Leía demasiado despacio, de modo que, finalmente se pasó a Filosofía porque descubrió que “para estudiar a Hegel la velocidad no es importante. Basta con poder leer un página por día”.
La velocidad, las prisas y las precipitaciones marcadas por la vida cotidiana se convierten en una dificultad objetiva para adentrarnos en un enfoque que nos ayude a desacelerar el ritmo de la vida moderna, y ello también en las escuelas y universidades. Así por ejemplo Gianfranco Zavalloni propone en su libro ‘Pedagogía del caracol: por una escuela lenta y no violenta’, perder tiempo para ganarlo, perder tiempo para conversar, para caminar, para aprender, para vivir y compartir.
La lectura profunda significa leer para descubrir, como en una cebolla, las capas de significados que conducen a una mayor comprensión. Son técnicas para apreciar y percibir en un texto toda su hondura y complejidad por muy simple que sea. Una metodología para conocer la lectura atenta, verdaderamente atenta, sin agotar las posibilidades de observación, interpretación e intuición.
Nietzsche elogia la lectura lenta en su obra Morgenröte (Vorrede 5, 1881) cuando afirma:
“(…) Este prefacio llega tarde, pero no demasiado ¿qué más da cinco años que seis? Un libro como éste, un problema como éste no tiene ninguna prisa. Ambos somos amigos de lo lento, tanto yo como mi libro.
No en vano he sido filólogo y siga siéndolo, lo que quiere decir que soy un maestro de la lectura lenta y finalmente también de la escritura lenta.
Ahora la lentitud no sólo forma parte de mis costumbres sino también de mis gustos, para ¿quizás por malicioso? no escribir y hacer desesperar a los que siempre tienen prisa.
Pues la filología es un arte venerable, sus admiradores la persiguen, le dejan paso, se toman tiempo, callan y ralentizan, cómo en el arte de orfebrería, conocedores de las palabras, esculpen con tal delicadeza y esmero al que no se puede llegar más que con lentitud.
Precisamente ahora es más necesario que nunca en esta era del ‘trabajo’ inmersos en las prisas indecentes y angustiosas por querer terminarlo todo con rapidez, incluso cada libro viejo y nuevo; razón por la que nos cautiva y nos sentimos atraídos con fuerza.
Ni siquiera las prisas consiguen terminar con la lentitud, ella nos enseña a leer bien, es decir, despacio, con profundidad, con consideración y cuidado, con pensamientos profundos que dejan las puertas abiertas de par en par, con dedos y ojos delicados”
(Traducción propia del original: Friedrich Nietzsche: Werke in drei Bänden. München 1954, Band 1, S. 1011-1017, http://www.zeno.org/nid/20009244018)
Introducir tiempo de lectura lenta en nuestras aulas tiene muchos beneficios cuando transmitimos como maestros la pasión por leer como acto de rebeldía ante los imperativos de una sociedad acelerada. Es más, quizás comenzando por una lectura lenta, cambiemos otros hábitos marcados por el estrés y el agobio de querer hacerlo todo y no hacer nada.
¿Cuál es tu experiencia lectora?