Javier Marijuán
Ortega y Gasset dijo que la palabra es un sacramento de muy delicada administración. Estos días estamos comprobando cómo nuestros dirigentes políticos se están comiendo con patatas fritas aquello que dijeron cuando estaban en la oposición contra los gobernantes de entonces, especialmente contra su corrupción. Y cuando llega la suya, son prisioneros de los excesos verbales de entonces.
Si a la facilidad con la que se critica al adversario le unimos la nula capacidad autocrítica, el resultado es que solo se afrontan los problemas desde una dinámica del enfrentamiento.
Cuando un gobernante dice que su gobierno y su partido son inmunes a la corrupción, ha caído en el triunfalismo desvergonzado que es el mejor fertilizante para que florezcan los modos corruptos de actuar y pensar.
Nuestro país vive una situación que hace unos años era impensable. Los famosos audios de la trama corrupta han mostrado la facilidad con la que los codiciosos logran parasitar las instituciones. Algo normal si quien capitanea el barco dijo que eso no le iba a pasar nunca pues los malos eran los otros.
El diablo entra por los bolsillos pero también por la buena conciencia. El Cardenal Newman la llamó la obra maestra de Satanás. Es cierto que en nuestro país hace falta un profundo cambio en las instituciones pero también tiene que ver con una concepción antropológica. La dinámica política polarizada es el caldo de cultivo para que surjan los políticos aventureros y vociferantes incapaces de debatir con argumentos.
Tenemos que aprender a no dejarnos arrastrar por los fanfarrones y propiciar que en la vida pública empiece a estar bien vista una rara avis: el político humilde. Santa Teresa decía que la humildad era como la dama del ajedrez, la pieza más poderosa.
¿Cuántos humildes conocemos en política? Hay que recordar que la humildad no es tibieza ni mediocridad. El humilde es conocedor de sus debilidades y no alardea de ninguna perfección. La perfección no es de este mundo. Esa sinceridad con uno mismo posibilita vivir en un estado de alerta capaz de detectar a los corruptos fácilmente. El fanfarrón que se cree inmune al pecado es capaz de convivir con la corrupción durante años; y se lleva una sorpresa y se rasga las vestiduras cuando un informe policial le dice lo que ha pasado delante de sus narices durante años.





