Por Eugenio Alberto Rodríguez
Autoritarismo y paternalismo. Lo pongo junto porque el autoritarismo suele contener alguna dosis de paternalismo. Toda la gestión española del covid ha estado marcada por el autoritarismo. El grado de “Estado de alarma” que se decretó ya ha sido declarado inconstitucional. El poder sin embargo sigue alardeando de haber salvado vidas. Si la experiencia nos ha dicho que la ventilación ha sido esencial y la vida al aire libre no favorece la extensión del virus hay que reconocer que el confinamiento no fue lo más efectivo. Quizá en aquel momento no se sabía y no se puede criticar que eso no se supiera antes, pero sí se debe criticar la tardanza en abrir los parques muy posterior a las terrazas. Toda la gestión de la crisis puede criticarse por paternalista. En todo momento se ha tratado a la población como si no fuéramos adultos capaces de entender el problema. Hace tiempo que en educación se valora el diálogo, la asamblea, pero desde Moncloa no salían más que normas, algunas con esa estética militar tan discutible como amedrentante.
¿Todos juntos?“Todos juntos” ha sido uno de los mensajes más perversos durante la gestión de la pandemia. ¿”Juntos” el del chalet con jardín y el de la habitación realquilada a una familia entera? ¿Van “juntos” en el mismo barco los inquilinos de la Moncloa que quienes viven en los 5 millones de vivienda de menos de 60 metros cuadrados que hay en España? ¿”Juntos” el repartidor y el del teletrabajo desde un hotel turístico? ¿”Juntos” el poderoso que tomaba la decisión y el multado porque debe salir por razón de salud? ¿”Juntos” el periodista opinador considerado esencial y el del medio de comunicación discrepante que colabora como voluntario? ¿”Juntos” el que tiene dificultades económicas para pagar aquellas primeras mascarillas y el alto ejecutivo de la empresa que se las arregló para intermediar en la adquisición de material sanitario? ¿”Juntos” el parado porque no hay trabajo y el jefe de la empresa de aviación que se llevó una suculenta subvención?
Víctimas. Residencias pobres. Cualquier valoración moral y la DSI entre ellas, no puede dejar de ver el mundo desde las víctimas. Si atendiendo a los hechos resulta que, en números redondos, en España el 5% de las personas viven en residencias, y la mitad de los ancianos fallecidos por Covid lo han hecho en residencias, resulta que aproximadamente los ancianos en residencias tenían diez veces más posibilidades de fallecer. Y si esto ocurre porque su estado de salud previo es peor, porque hay sobremedicalización etc etc, el juicio moral de esta situación no debe ser suave. Lo ocurrido en las residencias fue un auténtico infierno. ¿estaban todos los hospitales desbordados? Lo normal es que una región, en un momento de desborde, cuente con los recursos de otras regiones pero esto apenas se dio durante la pandemia. El tren medicalizado que podía hacer esto no llegó a utilizarse como se hizo en otros países. Se dejó morir ancianos y se hizo malvivir a los residentes en general. Pude entrevistar a la primera vacunada de Gran Canaria y manifestaba haber vivido con perplejidad que no podía salir al jardín de “El Pino”. “Sobrevivimos por las auxiliares” declaraba a la emisora diocesana. De más de un fallecido he oído decir a sus familiares: “No ha muerto de covid pero ha muerto de soledad”.
Clases. La sindemia ha sido una nueva ocasión de potenciar la estratificación social. El virus resulta que entendía de clases. Los contagios tenían que ver con el estado de salud que se tuviera, con las viviendas, con el distrito de la ciudad en que se viviera, con el uso del transporte público, con todo el entramado económico y social Llegaba la noticia de que así eran también en Nueva York. Los trabajadores precarios o los pequeños autónomos no podían dejar de trabajar mientras que para los funcionarios todo era más sencillo. Se ha sabido poco de las consecuencias de los ritmos de trabajo para los “esenciales”. Por poner un ejemplo ¿qué se sabe de los horarios laborales de los trabajadores de funerarias que hacían viajes y viajes de Madrid ¡a Huelva! porque era uno de los tanatorios con capacidad de incinerar? ¿no había otra posibilidad? ¿su vivencia tuvo apoyo psicológico? Sus relatos silenciados son estremecedores. Y se ha dado la situación bochornosa de que durante el confinamiento se movían de un lado para otro y hacían kilómetros los “esenciales” (clases bajas en general) y al acabar el confinamiento con la llegada del verano hacían más kilómetros los anteriormente confinados ¡porque tenían que descansar!
Morir solos. La frialdad del poder estableció protocolos inmorales que obligaban a morir solos. La familia recibía, sin más, información telefónica. Pero no todos obedecieron. Por ejemplo en el hospital de Gran Canaria, tras un largo historial de compasión paliativa pionera en España, un grupo de profesionales decidía saltarse el protocolo, y tomando las medidas prudenciales lógicas, y permitir que los familiares pudieran despedirse. Así habilitaron dos habitaciones, las primeras en cada lado de la planta para no añadir más dolor al dolor. Seguramente otros profesionales han actuado así pero las medidas disparadas desde la burocracia deben ser criticadas. Obligar a morir solo es una tortura para el paciente y deja huellas dolorosas en los familiares cuyo duelo será mucho más difícil. La falta de compasión de un protocolo no es algo limpio.
Escuela. Es más que discutible que en España se retrasara el reinicio escolar hasta el curso siguiente. El confinamiento es negativo para todos los niños pero es peor aún para los que tienen padres con menos cualificación, menos biblioteca, menos medios digitales. La escuela debe servir a la justicia; no siempre la escuela sirve a la justicia pero es peor todavía si manda a los niños a casa. Al principio de la pandemia pudo ser una medida necesaria pero según pasaba el tiempo y se tenían datos de otros países cada vez era menos explicable. Tampoco son explicables las diferencias entre comunidades autónomas. La limitación de la interactuación entre niños debe contrastarse científicamente. Hacerles creer que pueden convertirse en los asesinos de los abuelos es perverso. Darles el nombre de “vectores” y “bombas víricas” es muy feo. Mantener los parques cerrados cuando se sabía que el contagio no era por superficies fue una cabezonería autoritaria. A día de hoy siguen en muchos coles sin dejar jugar a los niños con la pelota por miedo al contagio (contagio por contacto zapato-pelota-zapato… ¿en serio se lo creen los que mantienen esta norma?). Obligar a los pequeños a llevar mascarilla cuando no se hacía en otros países es algo inexplicable.
Confinar vulnerables y contagiados. Desde el principio hubo quien propuso que más que confinamiento de toda la población (que además era complicada porque el numero de “esenciales” seguía haciendo que la circulación fuera enorme) se hubiera protegido a los vulnerables en hoteles o espacios similares pero permitiendo la interacción entre ellos y con medidas adecuadas con sus personas queridas, en vez de meterlos en su habitación de manera carcelaria. Estos lugares además suelen estar dotados de espacios al aire libre. Esto nos habría parecido mucho más ético.
Violencia obstétrica. Afirmada por la OMS respecto de España y negada cínicamente por el Colegio de médicos es un cruel rescoldo del peor machismo cuyos últimos coletazos ya podemos ver en nuestro entorno. Violencia obstétrica se refiere a las prácticas y conductas realizadas por profesionales de la salud a las madres durante el embarazo, el parto y el puerperio, en el ámbito público o privado, que por acción u omisión son o pueden ser percibidas como violentas. Asociaciones del mundo entero como en España “El parto es nuestro” han logrado cambios significativos aunque muy desiguales entre comunidades autónomas. Aspiran a que el embarazo no se trate como enfermedad porque no lo es y desean un parto respetado protagonizado por quienes realmente lo protagonizan: el que nace, la que pare, la pareja que acompaña. Es decir: autogestión. Durante la pandemia los protocolos han sido variadísimos y se ha privado de formas de parto y lactancia con beneficios seguros en nombre de riesgos que no se conocían. La pandemia ha sido ocasión para que ganaran terreno prácticas autoritarias como impedir que la pareja esté en un acto del que forma parte, separar al bebé de la madre sin causa determinante e impedir la lactancia sin datos científicos que avalen tal decisión. Téngase en cuenta que -por ejemplo- esto se ha hecho mientras se esperaba el resultado de un pcr aunque no había síntomas de covid. Que las decisiones no han sido científicas es algo evidente si pensamos en que las prácticas han sido muy diferentes.
Mascotas mejor tratadas que niños y ancianos. En la crisis las mascotas han sido mejor tratadas que los niños. Salir a pasear con el perro era tolerado mientras los niños no podían salir ni un minuto a la calle. Hasta los niños con serios problemas tipo asperger eran obligados a sufrir la humillación de ponerse un pañuelo azul que recordaba la estrella que los nazis obligaban a poner a los judíos. No es humano maltratar animales pero tratar animales mejor que a niños recuerda el “animalismo” de “Rebelión en la Granja”. También se trató mejor a las mascotas que a los ancianos. Mientras las residencias recibían la norma de no llevar al hospital a personas mayores de 80 años para evitar el colapso dado el número -por ejemplo- de respiradores, otros respiradores estaban a la espera de uso en las clínicas veterinarias que seguían siendo “actividad esencial”. La oferta del colegio de veterinarios recibió un silencio clamoroso.