«Consumir es un acto político»

Fuente: Alfa y Omega

Autora: Ester Medina

ENTREVISTA a José Esquinas / Presidente durante 30 años del Comité de Ética de la FAO, este ciudadrealeño reclama que el desperdicio de alimentos siga en el debate público

Ingeniero agrónomo y doctor en gené­tica, presidió durante una década el Comité de Ética de la FAO y trabajó en este organismo durante 30 años sacan­do adelante acuerdos internacionales sobre biodiversidad. Después de que el proyecto de ley sobre prevención del desperdicio alimentario se haya parali­zado en España por el vaivén electoral, el ciudadrealeño José Esquinas reclama que el drama del hambre y el despilfarro alimentario se mantengan en el debate político.

La FAO estima que un tercio de los ali­mentos que se producen en el mundo no llegan al plato del consumidor. ¿Qué falla en el sistema alimentario?

—Cada año mueren como consecuencia del hambre y la malnutrición alrededor de 17 millones de personas. Estamos hablando de unas 35.000 personas al día. Una barbaridad. Si aún no hemos erradicado el hambre es por falta de vo­luntad política. El presupuesto de la FAO de dos años es el equivalente a lo que dos países desarrollados gastan en comida de perros y gatos en una semana. Así que esa prioridad política no existe y no es cierto que se necesite producir más, porque hoy producimos el 60 % más de lo que necesitaríamos para nutrir a toda la humanidad.

¿Por qué despilfarramos alimentos?

—El alimento, que antes era sagrado, ha pasado a ser una mercancía. Lo que antes se producía para nutrir y alimen­tar hoy es un arma política y un motivo de especulación. Producir más y más barato puede tener efectos perversos, tanto sobre el medio ambiente como en la salud humana, además de contribuir a reducir los salarios para aumentar la rentabilidad. Ya lo dice el Papa Fran­cisco en la encíclica Laudato si: «Escu­char tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres». De esto hablo en mi libro Rumbo al ecocidio (Espasa, 2023), porque todo eso nos mete en una disyuntiva muy compleja. Tenemos que competir con grandes corporaciones multinacionales que están producien­do mucho y muy barato en países pau­pérrimos, donde no hay una legislación que esté protegiendo al medio ambiente y donde además están trabajando niños esclavos

¿Quién sale ganando con este modelo de producción?

—Hoy, el número de personas obesas y con sobrepeso se ha más que duplica­do en cuanto al número de hambrien­tos. Cuando analizamos las causas de muertes en Europa o en España, muchas de ellas son las llamadas en­fermedades no transmisibles: proble­mas cardiovasculares, oncológicos, de diabetes… Son la causa de muerte de más de la mitad de las personas en Europa y se podrían reducir con una alimentación saludable. ¿Quiénes son los mayores beneficiarios de esas enfer­medades? Las grandes farmacéuticas. Por eso tienen los lobbies enormes que tienen en Bruselas.

¿Qué valoración hace del proyecto de ley sobre prevención del despilfarro alimenticio, paralizado ahora por el vaivén electoral?

—Lo valoro muy positivamente, pero es insuficiente. Hay elementos buenos, como que implica a todos los sectores afectados de la sociedad: la civil, los agricultores, las empresas… Lo que pasa es que en el proceso ha habido presión y al final se han tenido más en cuenta los intereses de las grandes em­presas. Una de las cosas en las que se ha conseguido un avance es en centrar los esfuerzos para evitar la pérdida y el desperdicio, y no solo la gestión de excedentes. En este sentido sí se han conseguido mejoras para prevenir la producción excesiva. Sin embargo, hay carencias. Es una ley en la que pocas cosas son obligatorias, casi todas son voluntarias. Las sanciones práctica­mente no existen, porque para ello es necesario que la administración tenga un papel en la vigilancia del cumpli­miento de la ley y eso no queda claro en absoluto.

¿Qué alternativas tenemos los ciuda­danos, tanto a nivel individual como a nivel colectivo?

—Para empezar, el alimento está le­jos. Está en los mercados internacio­nales, a veces inaccesible y sometido a la volatilidad de los precios. La única manera de controlarlo es si la produc­ción es cercana. Por lo general, cuan­to más local es la producción, es más sostenible y estable. No se trata solo de si compras más o menos, sino de qué compras. Según lo que compres, estás incentivando o desincentivando ese sistema de producción. Tenemos que replantearnos todo eso porque consumir no es un acto inocuo, con­sumir es un acto político. Debemos transformar pacíficamente el carro de la compra en un carro de combate por un mundo mejor, más sostenible y más justo. Aquí no estamos hablando de izquierdas o de derechas, sino de la supervivencia de la humanidad. Como dice el Papa Francisco en Laudato si: «La problemática social y la problemá­tica medioambiental son las dos caras de la misma moneda».

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