Fuente: saludineroap.blogspot.com
Hace un año, una crisis global de salud pública sacudió los cimientos de nuestras vidas. ¿Qué ha dejado al descubierto la pandemia del coronavirus? ¿Cuán determinante es la realidad económica y social para nuestra salud? La Covid-19 ha mostrado la gran vulnerabilidad humana y también las deficiencias de un sistema donde quien nace pobre sufrirá las consecuencias también en su salud. Entrevistamos el investigador Joan Benach, que ha publicado el libro La salud es política (Icaria, 2020). Benach es director del Grupo de Investigación en Desigualdades en Salud-Employment Conditions Network, codirector del Johns Hopkins University-UPF Public Policy Center y catedrático del Departamento de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Pompeu Fabra.
Hace un año de la llegada de la pandemia e inicialmente parecía un virus democrático… A menudo oíamos decir que afectaba a todos por igual. ¿Ha sido así? En sí mismo, el virus puede ser democrático pero las condiciones sociales de las personas y grupos sociales que influyen en su transmisión y en su impacto no lo son. La palabra pandemia hace referencia a la extensión masiva de una epidemia, lo que hace pensar que afecta a todos. Y es cierto, pero no en la misma medida. Por tanto, hay que observar el problema de manera diferente a como habitualmente nos lo presentan los medios de comunicación. Estamos ante una pandemia desigual, extendida y ensanchada por la desigualdad social que, como he señalado muchas veces, es la peor de las epidemias que estamos sufriendo. Por lo tanto, hay desigualdades pandémicas o, si lo queremos decir con palabras de Mike Davis, hay una «constelación de epidemias» que viene determinada sobre todo por factores socioeconómicos y sanitarios inequitativos.
Entonces ya apuntabas a las desigualdades en salud como punto clave para unos efectos desiguales de la Covid-19. ¿Qué hace que las personas más pobres sufran más los efectos de la pandemia? Casi todas las enfermedades interactúan dentro de un contexto social caracterizado por la pobreza, las privaciones materiales y desigualdades sociales crecientes. Por ejemplo, el mayor riesgo de contagio que sufren grupos de población precarizados, desahuciados, migrantes, etc. Además, estos grupos sociales tienen más dificultades para protegerse, por ejemplo, al no poder cambiar a menudo las mascarillas, y tienen más factores de riesgo y enfermedades (hipertensión arterial, obesidad, diabetes, enfermedades del corazón…) que los hacen más susceptibles a un más grave impacto del coronavirus. Los estudios científicos muestran con claridad cómo los factores sociales actúan sinérgicamente, aumentando la probabilidad de ser contagiado, de enfermar y de morir. Por eso decimos que la Covid-19, más que una pandemia, es una sindemia. Quizá la pandemia actual se pueda resolver con medidas biomédicas, pero el coronavirus probablemente seguirá con nosotros y aparecerán nuevas infecciones y pandemias. Más tarde o temprano frenaremos esta pandemia, pero si no somos capaces de detener las causas políticas profundas que la han originado y las desigualdades sociales, las sindemias seguirán actuando con nuevas enfermedades y problemas de salud que afectarán mucho más, decíamos en un artículo con Juan M Pericàs, a una población «vulnerada».
Dave Gordon hizo una lista de las recomendaciones que se suelen hacer en salud y que al final culpabilizan a la víctima, como no fumar o hacer ejercicio… ¿Qué capacidad de elección tenemos de nuestras condiciones de vida? No se puede comprender -ni resolver- un problema social y colectivo como la salud pública con una mirada que haga hincapié en los factores personales, por relevantes que estos sean. La ideología liberal nos dice que la libertad es «hacer lo que queremos», pero no hacemos lo que queremos sino lo que podemos o lo que nos dejan. En 1999, Dave Gordon difundió un texto en forma de chiste que me gusta mucho repetir. En su artículo «Consejos alternativos para tener una salud sana» criticó la visión tradicional de los gobiernos que dan consejos «asociales» de los «estilos de vida». El decálogo de su texto decía cosas como: «No sea pobre; pero, si es pobre, procure no serlo por mucho tiempo «, o bien «No trabaje en un trabajo estresante, mal pagado y precario«. Las enfermedades y la muerte prematura se dan en personas, pero determinados grupos sociales las padecen con más frecuencia. Por el hecho de tener menos derechos, recursos, oportunidades o poder, nuestros grados de libertad se reducen. Cuanto más difícil es la vida familiar, laboral, etc., más probable es que se generen sacudidas y problemas de todo tipo. Por ejemplo, las adicciones no son, como muchos creen, una simple elección personal, sino a menudo una respuesta para aliviar algún trauma que padecemos, que nos genera dolor emocional y sufrimiento. Hay que decir que las conductas compulsivas son hoy una verdadera pandemia social, donde nos enganchamos a casi todo (el juego, las compras, el sexo, la comida, el trabajo, los juegos de Internet, etc.), mediante los teléfonos móviles, las redes sociales, Internet y todo tipo de productos y servicios donde, bajo el neoliberalismo, las grandes empresas y la publicidad nos empujan a ser adictos para así conseguir más ganancias.
A menudo atribuimos la buena o mala salud a elementos biológicos o genéticos; pero según explicas a tu libro, hay muchas más causas… ¿Qué factores más relevantes que nuestros genes nos pueden llevar a tener buena o mala salud? Al mencionar las causas de la salud, los medios de comunicación difunden una visión que pone excesivamente el acento en los factores biomédicos y en la genética. Tanto es así, que en los últimos años se ha puesto de moda decir: «Es parte de nuestro ADN«, o expresiones similares, al hablar de temas laborales, deportivos y de todo tipo. Los factores genéticos son relevantes para la salud, pero tienen un papel menor en la producción colectiva de la enfermedad. ¿Por qué? Pues porque hay pocas enfermedades exclusivamente genéticas y porque la biología interactúa constantemente con un ambiente, que puede compensar o no una desventaja biológica o genética determinada. Estar predispuestos no quiere decir que estemos predeterminados. ¿Por qué enfermamos? La salud de la población, la salud colectiva, depende fundamentalmente de los llamados determinantes ecosociales de la salud. Por citar algunos, la precarización laboral, la pobreza, los problemas de vivienda, las injusticias ambientales o la debilidad de la salud pública, la disciplina que tiene por objetivo prevenir la enfermedad y proteger, promover y restaurar la salud de toda la población. A su vez, estos determinantes dependen de las políticas públicas, sociales, laborales, ambientales, etc., que se elijan. Y al mismol tiempo, estas políticas dependen de la distribución del poder político en sentido amplio, es decir, de la política.
En el libro explicas que, desde antes de nacer y hasta la muerte, incorporamos en los cuerpos y en las mentes los determinantes políticos y sociales que más tarde expresamos en forma de salud o de enfermedad … ¿Tan relevante es de dónde venimos y dónde crecemos? Es capital, tanto en el ámbito personal y familiar como en el del grupo social (clase, género, etnia, situación migrante…) al que pertenecemos y del lugar (barrio, región, país…) donde vivimos. Los humanos somos seres totales, todo está integrado, pero el modelo biomédico hegemónico separa la mente del cuerpo, desatando a menudo las emociones de la salud física, y separa al individuo de su entorno, de manera que las personas quedan separadas de sus contextos. Pero la enfermedad y la salud son el resultado de muchas causas interrelacionadas de tipo sistémico e histórico que no deberían separarse. Por ejemplo, si una mujer migrante llega a urgencias de un hospital con un infarto de miocardio, es porque su cuerpo y su mente expresan todos los problemas y factores de riesgo acumulados durante su vida que, finalmente, se reflejan en la su psicología y biología. Su historia personal es también la historia de su clase social, de su género, de su situación migratoria, y del colectivo social, de la comunidad y del país al que pertenece.
La evolución de las ciencias lleva a una superespecialización creciente que, a pesar de ser útil y necesaria, también nos dificulta comprender de manera completa la realidad integrada que va desde los genes hasta la política. Y es que lo político y lo social entra dentro de nuestros cuerpos y se expresa en forma de daño psicobiológico con enfermedades, sufrimiento y muerte prematura. Aunque hay excepciones, los estudios de epigenética muestran que no somos máquinas biológicas aisladas de la sociedad, donde hay efectos genéticos inevitables, sino animales sociales fuertemente condicionados por el entorno. Tenemos un ejemplo ya clásico: durante la hambruna invernal holandesa de 1944 provocada por los nazis al desviar los alimentos hacia Alemania, las mujeres embarazadas no tenían casi alimentos. Los estudios científicos han mostrado como aquellos que aún no habían nacido (especialmente en el primer trimestre del embarazo), al cabo de los años desarrollaron más obesidad y problemas de corazón. ¿Por qué? Pues porque las madres y los fetos aprendieron a ahorrar calorías. El cuerpo de estas personas fue programado, y más tarde recuerda, por decirlo así, la historia sufrida en el seno materno.
¿Cuál es entonces la causa original de esta pandemia? En el libro hablas de «las causas de las causas». Siempre ha habido -y siempre habrá- pandemias, pero los últimos decenios hemos visto un aumento de brotes producidos por enfermedades infecciosas. Por varias razones. Una urbanización masiva, la alteración de ecosistemas, y la deforestación y la pérdida de la biodiversidad que interpone especies entre los patógenos y el ser humano. Además, hay un modelo industrial de agricultura y de producción ganadera mercantil donde hay un gran número de animales amontonados, así como el crecimiento del turismo de masas, con viajes que en pocas horas esparcen virus por todo el mundo, y la mercantilización y precarización de los sistemas de salud pública. Y un factor muy preocupante es el deshielo de glaciares y de permafrost debido a la crisis climática que puede poner en circulación virus hasta ahora desconocidos. Detrás de todo ello está la lógica de acumulación, de crecimiento, de ganancia y de desigualdad de un capitalismo que choca con los límites biofísicos planetarios. De este modo, todo hace pensar que esta no será la última pandemia, sino que vendrán otras y seguramente más virulentas. Es, pues, fundamental que lo sepamos y que nos preparamos.
Hay unos datos en tu libro que impresionan. Por ejemplo: una niña nacida en Suecia puede vivir 43 años más que una niña nacida en Sierra Leona. Es casi inmoral hablar tanto de la Covid-19. ¿Hemos perdido la perspectiva o nunca hemos tenido? Sabemos que la Covid-19 es un problema de salud pública, económico y social muy serio, pero hay muchos efectos que apenas empezamos a conocer. Hay una parte no visible del iceberg que oculta un número de muertos muy superior a la oficial, con muchas enfermedades no atendidas y problemas de salud mental, sufrimiento, violencia y desigualdades. Y, además, la pandemia amplifica las desigualdades de una gran parte de la población mundial que ya sufría una pandemia de desigualdad. ¿Por qué? Pues porque 2.500 millones de personas sobreviven con 5 dólares el día, cientos de millones de personas no tienen agua potable ni electricidad, la mitad de las personas no pueden acceder a medicamentos esenciales, y 5.200 millones no tienen un sistema de seguridad social mínimamente adecuado. Ahora la pandemia también nos ha tocado a nosotros y ha frenado la economía global, pero las olas de crisis postpandémica seguirán enfermando y matando más los pobres, y especialmente a las pobres.
Entre las muchas desigualdades existentes, la desigualdad de salud es la más inhumana de todas: no hay peor desigualdad que saber que enfermarás o morirás prematuramente por ser pobre. Por eso a menudo decimos que la equidad en la salud, en la calidad de vida y en el bienestar es el mejor indicador de justicia social de una sociedad. Aunque han hecho alguna fortuna frases como «Es peor tu código postal que tu código genético«, el tema aún se conoce muy poco, y muy en especial en cuanto a las causas que las provocan, que es un tema capital. Desde el punto de vista moral, lo peor es que son desigualdades cada vez más evitables. Como comenta el filósofo Thomas Pogge, debemos valorar la capacidad de hacer frente a la pobreza en comparación con los medios que tenemos. Por ejemplo, eliminar la pobreza en 1990 habría costado el 10,5% del PIB mundial, mientras que en 2013 solamente habría costado el 3,3%.
Ahora que están las vacunas, también sabemos que los países del primer mundo han acaparado prácticamente toda la producción en detrimento de los países económicamente empobrecidos. ¿Crees que puede haber solidaridad en la «nueva normalidad»? Los medios de comunicación han creado una visión distorsionada de las vacunas, generando la sensación de que la pandemia ya está casi resuelta. A corto plazo, las vacunas disponibles son seguras y efectivas, pero a medio y largo plazo todavía hay muchas incertidumbres y sabemos poco sobre las nuevas variantes de los virus. Además, el ritmo de vacunación todavía es muy lento y desigual, y puede costar mucho tiempo hasta que toda la humanidad esté vacunada. Si dejamos de lado el siempre relevante tema de hacer una buena gestión, una gran parte del problema se debe a las políticas neoliberales. Aunque las inversiones en investigación de vacunas han sido básicamente públicas, la producción y comercialización ha quedado en manos privadas. ¿Por qué? Para la puesta en marcha en 1995 del acuerdo sobre los derechos de propiedad intelectual asociados al comercio por la Organización Mundial del Comercio (OMC). India, Sudáfrica y muchos otros países han tratado de suspender estos derechos durante la pandemia, pero la Unión Europea y Estados Unidos se han opuesto. La exitosa creación de vacunas esconde que la pandemia es un espejo de la geopolítica mundial y del funcionamiento del capitalismo neoliberal. Es necesario que las vacunas sean un bien común para la humanidad, y, para que esto ocurra, será necesaria una respuesta geopolítica que libere las patentes, y una asociación de países del Sur con soberanía para producir y distribuir masivamente vacunas.
Nos sentíamos invulnerables… ¿Podemos sacar algo positivo de este sentimiento de vulnerabilidad? La pandemia deja lecciones importantes: tener más conciencia del trabajo de una clase trabajadora siempre despreciada; que la sanidad pública y los cuidados son cruciales, y que somos una especie frágil y esencialmente dependiente de los demás y de la naturaleza de la que formamos parte. Desafortunadamente, esto no es suficiente para procurar los cambios profundos que necesitamos. Las inercias económicas, políticas y culturales hacen que conseguir cambios profundos sea muy difícil. Vivimos en una sociedad que precariza, que genera alienación, adicciones y muerte, que nos roba el tiempo, que no deja reflexionar sobre el mundo en que vivimos. Durante la pandemia han muerto millones de personas de hambre, han muerto cientos de miles de niños por enfermedades diarreicas… fácilmente evitables. ¿Estamos dormidos? ¿Por qué no hablamos más sobre ello? Paulo Freire decía que la ideología dominante enmascara la realidad y nos hace miopes. El neoliberalismo no sólo destruye la vida sino que infecta nuestras mentes y nos dificulta comprender la realidad y sus causas.
Este trastorno que ha supuesto la pandemia en todo el mundo, ¿no puede ser bueno para despertar masivamente? Si no crece la conciencia social sobre las causas y los efectos profundos de la pandemia, sobre la posibilidad de que haya nuevas pandemias, o sobre la crisis ecosocial sistémica que padecemos, será muy difícil cambiar la realidad. Olvidamos y olvidamos rápidamente. El historiador Jacques Le Goff decía que una de las máximas preocupaciones de las clases dominantes es «apoderarse de la memoria y del olvido». La pandemia ha sido un trasiego general que ha cambiado la sociedad, pero eso no quiere decir que el mundo cambie a mejor. Habrá que intentarlo, habrá que cambiar radicalmente mediante una lucha organizada, inteligente y persistente, donde sepamos juntar muchas fuerzas locales y globales. Margaret Thatcher hablaba de la TINA [ «There Is No Alternative»], que no había alternativa. La paradoja es que ahora sí que no hay alternativa: o cambiamos o vamos camino del ecocidio y del genocidio.
Habrá una transformación ambiciosa para que la humanidad no acabe colapsando… ¿Cuáles serán las claves? La pandemia es un baño de humildad que nos debería hacer comprender que somos naturaleza y que, si la dañamos, también nos dañamos a nosotros. Hay que resolver la emergencia climática generada por los países, por empresas y por los grupos más ricos, y hacer frente a la crisis ecológica que hace que gastemos 1,7 planetas y una próxima crisis de energía. Todo esto es infinitamente peor que la pandemia. El peor virus que tenemos es un capitalismo fosilista que necesita una acumulación constante, un crecimiento ilimitado y de desposeer los bienes comunes, lo que significa que la vacuna más efectiva es un cambio político profundo. Por ello, además de hacer frente a la crisis pandémica y pospandémica, frenando la precarización laboral y vital, y la desigualdad, y fortaleciendo los servicios de salud y sociales golpeados por las políticas neoliberales, hay que salir de la lógica económica y cultural de un capitalismo «tecnofeudal» -como dice Iannis Varufakis– en guerra con la vida. Las reformas son importantes e imprescindibles, pero muy pronto nos enfrentaremos con situaciones límite que nos obligarán a hacer cambios sistémicos muy profundos para evitar el colapso.
¿Vienen tiempos convulsos, pues? El escritor Carl Amery planteó que la lucha por los recursos escasos en una tierra finita era el tema crucial del siglo, y que un grupo superior neofascista trataría de imponer una sociedad autoritaria, represora y racista para defender su forma de vida ante los grupos inferiores. En un tiempo lleno de inseguridades, de miedos y de desigualdades donde, como ya ha anunciado el Fondo Monetario Internacional, aumentarán las revueltas sociales, los movimientos populistas y neofascistas tienen un campo abonado. La alternativa es luchar por una sociedad más democrática y fraterna que cuide la vida en todos sus niveles, con una economía homeostática y un decrecimiento selectivo y justo adaptado a los límites biofísicos de la Tierra. Tenemos que aprender a vivir mejor con muchos menos recursos y bienes, y esto significa crear una sociedad no capitalista, ecofeminista y anticolonial. No será fácil. Habrá una sociedad consciente y organizada que aprenda a hacer políticas sistémicas complejas y a hacer frente a quienes no quieran renunciar a sus privilegios aunque el mundo se acabe. Menciono cuatro puntos que me parecen clave. Primero, que mucha gente tome conciencia de la dimensión de la crisis actual y que es posible vivir bien de otra manera, con mucho menos consumo, de forma más saludable, humana y realmente sostenible. Esto significa una reeducación ciudadana política y cultural muy profunda. Segundo, hay que seguir experimentando vivir de una manera diferente, con cooperativas de producción y de consumo, nuevas formas de vida y relaciones. Tercero, hay que disponer de grupos de análisis (think tanks ) potentes que hagan análisis y propuestas para arrinconar las fuerzas reaccionarias y neofascistas. Y, cuarto, hay que juntarse, ganar fuerzas, y movilizarse sostenidamente con movimientos a la vez locales y globales, descentralizados y coordinados, ágiles, resistentes y capaces de adaptarse a los cambios y de presionar a los gobiernos.