Lo que realmente necesitaba saber lo aprendí de mi abuelo (y II)

Diego Velicia, psicólogo del COF Diocesano de Valladolid

-Como te decía, presta atención, que aquí reside el núcleo de la cuestión.

    Mi abuelo hizo un silencio y me miró con la ternura con que se mira a los niños en su primer día de colegio. Yo había ido a verle tras mi última discusión con mi mujer. Y él empezó a explicarme, como si pudiera mirar dentro de mí, lo que me pasaba cuando mi mujer y yo acabábamos discutiendo.

-La clave de la cuestión -insistió- está no sólo en concentrarte en sus sentimientos y que los comprendas, sino en que ella perciba que la comprendes. Que ella se sienta entendida.

-Y eso ¿cómo se hace? ¿Cómo sé yo que ella siente que yo la entiendo? ¿Qué hago? ¿Se lo pregunto? Quedaría ridículo…

-Anda, pelele –me dijo con cariño-, más ridículo es llevar los pantalones rotos y así vas tú por la calle. Preguntárselo es una buena forma de asegurarse. Puedes decirle algo así como ¿te parece que te he entendido? De todos modos, una pista que te permite ver si la has entendido, es si ella, en vez de ir encendiéndose según habla, va estando más tranquila. Ése es un efecto de sentirse comprendido, que uno se relaja.

-Me cabrea cuando ella empieza a encenderse, es como que me contagiara de su enfado.

-Claro, porque piensas que su enfado es una forma de presionarte para que cambies de postura y entonces te cierras a comprenderla.

-¡Vaya! ¿y es que no es así? ¿No se enfada para que yo cambie de opinión y ceda a su punto de vista?

-No. Ella no se enfada para presionarte. Su enfado no es una forma de chantaje, ni de presión. Cuando tú interpretas que ella se enfada para presionarte, normalmente reaccionas enfadándote y poniéndote a la defensiva y eso lo único que hace es incrementar la espiral del enfado.

-¿Entonces para qué se enfada?

-Eres más mendrugo de lo que pareces. Su enfado es simplemente una expresión de su frustración por no sentirse entendida.

-Simplemente, dices. Si tú la vieras enfadada no dirías “simplemente”. 

-Prueba a hacer lo que te digo. La próxima vez que vayáis a hablar del mismo tema, no intentes tranquilizarla, ni tranquilizarte, ofreciéndole una solución. Intenta concentrarte en cómo se siente, muéstrale que la comprendes, que entiendes su punto de vista, que comprendes sus razones para reaccionar así.

-Pero una cosa, abuelo, si hago eso que me dices, la comprendo, le expreso que la comprendo y ella se siente comprendida por mí, va a pensar que estoy de acuerdo con ella, que voy a hacer lo que me pide.

-Voy a intentar explicártelo despacio para que lo entiendas. ¿Te acuerdas cuando los domingos venías a comer a nuestra casa y de camino pasábamos por delante del kiosco y me pedías una bolsa de gusanitos? Tú te ponías a llorar y a patalear porque yo no te la compraba. La abuela había preparado la comida y si te comías la bolsa de gusanitos, tú no ibas a comer y yo iba a llevarme una bronca de tu abuela por habértelos comprado. Pues bien, yo podía comprender que tú lloraras por no tener tu bolsa de gusanitos y a la vez no comprártela. La expresión de sentimientos (el enfado, la tristeza, etc…) la mayoría de las veces son intentos de conexión en el marco de una relación de cierta seguridad. Tú no te ponías a llorar y a patalear si era tu profesora la que no te compraba los gusanitos. Eso lo que indica es que conmigo tenías más confianza, que te sentías más seguro. Con todo este rollo lo que quiero decir es que podemos aceptar los sentimientos del otro, al tiempo que conservas tu propia postura. 

-No sé abuelo, según lo cuentas suena como si fuera fácil, pero me gustaría verte allí, en ese momento.

-Si yo pude aprenderlo, tú también podrás. No pienses que te saldrá bien a la primera. Plantéatelo como un camino.

Me marché a casa más tranquilo. Me hizo bien la conversación con él. No sé, por qué. Quizás fue porque me sentí entendido.

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