Esther Mateo
Eran los años 20, en algunas localidades de EE.UU se implantaron pequeñas fábricas dedicadas a crear relojes luminiscentes, que a los soldados en la guerra les ayudaban a ver por la noche. Para pintar esas esferas contrataron a cientos de mujeres, muchas de ellas muy jóvenes que no llegaban a los 20 años, muchas comenzaron con apenas 15 años. Además de ser un trabajo que les aportaba un sueldo, sentían que estaban ayudando a los soldados.
Pintaban las esferas con radio, recién descubierto por Marie Curie unos años antes. Pintar esferas era un buen trabajo para las chicas, a las que pagaban por unidad, por lo que la técnica que debían usar tenía que ser sobre todo rápida. Y lo más rápido que se les ocurrió a sus jefes era que chuparan el pincel para poderlos afinar. De esta forma las mujeres, que pintaban unos doscientos relojes al día, estaban tragando radio continuamente. Su salario era mucho más alto que en una fábrica normal, en una época de creciente independencia femenina, estas chicas se sentían afortunadas. Ellas ignoraban el peligo e incluso se divertían pintándose las uñas para brillar en la oscuridad.
A los pocos años de haber empezado a trabajar, comenzaron a tener problemas dentales, infecciones y dientes que se caían solos. Los dolores pronto se expandían por el resto del cuerpo. A muchas de ellas se les acababa desintegrando la mandíbula.
Nadie las había advertido nunca del peligro que corrían. Para la empresa, eran simplemente personas desechables.
Las primeras que murieron no supieron por qué habían muerto, y en sus informes ponían otras causas nada que ver con lo que se fue sabiendo poco tiempo después. Los médicos de las empresas callaban la realidad, y ocultaron los niveles de radio que salían de aquellos cuerpos.
En 1927 llegaron las primeras demandas. Algunas de estas chicas se unieron y comenzaron su guerra. La valentía de estas mujeres hizo que lucharan, literalmente desde su lecho de muerte. Muchas no llegaron a ver su victoría. Las empresas tuvieron que pagar indemnizaciones y los costes médicos.
En una época en la que la información no corría tan deprisa como ahora, mientras en uno de los estados una empresa era obligada a pagar estas indemnizaciones, otra en otro estado pagaba publicidad en los periódicos diciendo que el radio no era peligroso. Y mantenía a sus trabajadoras, ajenas a la información trabajando de la misma manera, chupando los pinceles. Personas de la empresa llegaron a robar huesos agujereados de sus trabajadoras muertas durante las autopsias.
La historia de las chicas del radio, es digna de ser recordada. Kate Moore es la autora de un libro sobre ello, «Las chicas del radio», que es realmente un homenaje a estas mujeres, gracias a su lucha consiguieron que por primera vez una empresa fuese declarada responsable de la salud de sus empleados. Fue gracias a su fuerza, sufrimiento y sacrificio por lo que se consiguieron derechos de los trabajadores. Su lucha llevó a la creación de normas que salvaron vidas. Y todos nos hemos beneficiado de ello.
La vida de estas chicas sigue brillando, en sus huesos porque el radio tiene una vida de miles de años y sobre todo en la historia, porque con sus vidas consiguieron muchas mejoras para los trabajadores.
La mayor parte de estas indemnizaciones no se llegaron a cobrar. No sé sabe cuántas mujeres murieron debido al radio, pero sí se sabe que las empresas contrataron a más de 4000 personas y que a día de hoy las instalaciones siguen sin estar descontaminadas. Probablemente, el número de muertos sea una catástrofe.
En el año 2006, Madeline Piller, una estudiante de Ottawa (Illinois), uno de estos lugares donde hubo una fábrica de esferas, leyó un libro sobre esta historia y donde se lamentaban que no se había hecho ningún monumento a estas chicas. Madeline decidió cambiar eso y gracias al resto de vecinos y a su padre que fue el escultor, hoy ya existe un monumento a estas chicas.
«Las chicas del radio merecen todo nuestro respeto y admiración, porque lucharon contra una empresa deshonesta, una industria indiferente, unos juzgados que no las tomaron en serio y hasta contra la comunidad médica cuando se enfrentaban a la muerte. Yo proclamo el 2 de septiembre de 2011 el Día de las Chicas del Radio en Illinois, en reconocimiento por su perseverancia, su dedicación y el sentido de la justicia que estas muchachas demostraron en su lucha.»