Rodrigo Lastra
La huelga fue la principal herramienta de lucha del movimiento obrero. Frente a la fuerza del capital, los pobres descubrieron colectiva e institucionalmente que su fuerza era el trabajo, y que sin su trabajo el mundo se paraba. Fueron conscientes colectiva e institucionalmente que sólo el trabajo genera riqueza, y que el capital no es más que trabajo acumulado. Por eso aquella generación militante tenía como arma de lucha la huelga. Huelga para reivindicar mejoras laborales, pero también huelgas de solidaridad. Huelgas que se producían ante el atropello en los derechos laborales de obreros de otras fábricas o cuando tos trabajadores se negaban a hacer productos que consideraban nocivos, adulterados o requerían trabajos inhumanos o degradantes. El derecho a la huelga que conquistaron estos hombres y mujeres era el método pacífico de hacer ver a los poderosos que sin el concurso del trabajo aportado por el proletariado es imposible la subsistencia. Era la manera práctica de hacer evidente que sólo el trabajo genera riqueza.
La huelga no es un instrumento nuevo por parte de los trabajadores. Hacia el 1156 a.C. los obreros que construían la tumba del faraón Ramsés III se declaran en huelga para mejorar sus condiciones laborales. Curiosamente el 1 de mayo de 1539, reinando en Francia Francisco I, está documentada una huelga de operarios tipógrafos de Lyon contra sus patronos. Pero estos acontecimientos fueron hechos aislados y no será hasta el siglo XIX, con la plena toma de conciencia de la clase trabajadora, cómo la huelga se convertirá en el método eficaz para las conquistas laborales. Los que iniciaron el sistema de huelgas moderno fueron los obreros del textil británicos en el primer tercio del siglo XIX. Como la registrada por los hilanderos e hilanderas de algodón de Notthingham. Desde entonces hasta nuestros días son incontables las huelgas protagonizadas por los hombres y mujeres del trabajo, habiéndose convertido el derecho a la huelga como uno de los derechos humanos fundamentales. Huelgas locales, huelgas generales, huelgas sectoriales, huelgas internacionales… Muchas con estrepitosos fracasos y sufrimientos, y muchas con incuestionables éxitos. De tal manera que podemos decir que buena parte de las conquistas laborales que se fueron consiguiendo en los siglos XIX y XX se hicieron a golpe de huelga. Podríamos relatar multitud de ellas, pero por su relevancia destacaremos aquellas protagonizadas por las mujeres.
En nuestros días, el 8 de marzo se ha convertido en otra fecha emblemática. Se conmemora el día internacional de la mujer trabajadora. Y esta historia se la debemos también al movimiento obrero. Especialmente a las mujeres del sector textil. El 8 de marzo de 1857, las mujeres de Nueva York que trabajaban en la industria textil, que eran llamadas garment workers (costureras), organizaron una huelga. Luchaban para por salarios más justos y condiciones laborales más humanas. Miles de trabajadoras salieron a las calles de Nueva York para protestar por las míseras condiciones laborales y reivindicar un recorte del horario y el fin del trabajo infantil.
Fue una de las primeras huelgas para luchar por sus derechos. Distintos movimientos, sucesos y movilizaciones (como la huelga de las camiseras de 1909) se sucedieron a partir de entonces. Uno de los episodios más cruentos de la lucha por los derechos de la mujer obrera se produjo el 25 de marzo de 1911 cuando se incendió la fábrica de camisas Triangle Shirtwaist de Nueva York. Un total de 123 mujeres y 23 hombres murieron. La mayoría eran jóvenes inmigrantes de entre 14 y 20 años. Las trabajadoras no pudieron escapar porque los responsables de la fábrica habían cerrado todas las puertas de escaleras y de las salidas, una práctica habitual entonces para evitar robos. En Europa, fue en 1910 cuando durante la 2ª Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, celebrada en Copenhague, se decidió proclamar el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Detrás de esta iniciativa estaban defensoras de los derechos de las mujeres como Clara Zetkin y Rosa Luxemburgo. Como consecuencia de esa cumbre, el mes de marzo de 1911 se celebró por primera vez el Día de la Mujer en Alemania, Austria, Dinamarca y Suiza. Se organizaron mítines en los que las mujeres reclamaron el derecho a votar, a ocupar cargos públicos, a trabajar, a la formación profesional, a la no discriminación laboral y a cosas tan elementales como el derecho de las madres a amamantar a sus hijos durante las 10 horas de trabajo
El color morado es el color representativo del Día de la Mujer, y el que adoptan las mujeres o los edificios como signo de la reivindicación. Fue el color que en 1908 utilizaban las sufragistas inglesas. En los 60 y los 70 las mujeres socialistas escogieron este color como símbolo de la lucha feminista y posteriormente se le asoció a la jornada que se celebra cada 8 de marzo.
El 8 de marzo es una buena fecha para reivindicar el trabajo de la mujer. Y especialmente de miles de mujeres sindicalistas, mujeres luchadoras del textil y la confección de todo el mundo. Sindicalistas que han escrito páginas heroicas del movimiento obrero que, en la mayoría de las ocasiones, injustamente, no consta en los libros. Luchadoras de ayer en los talleres e industrias europeas y de EEUU, que hoy siguen escribiendo sus luchas en el norte de África, en Asia, en las maquilas de Centro América, mujeres que son la principal riqueza de sus países, que tejen y cosen para las grandes marcas de la moda, que crean sindicatos y luchan por unas condiciones dignas de trabajo y de vida. Más allá de los actos institucionales que se celebran cada 8 de marzo, más allá de debates estériles, sería bueno no olvidar qué empezó siendo el Día de la Mujer Trabajadora. Y con ello poner luz a las miles de luchas y al sacrificio de millones de mujeres trabajadoras de todo el mundo, protagonistas de la historia del movimiento sindical, que han quedado ocultas en demasiadas ocasiones.