En mi país creen que vivo mejor que ellos

Fuente: africaye.org

Texto y fotografía: Helena Cardona

Amadou Lô es un aspirante a matemático reconvertido a vendedor ambulante. Como sus colegas,
arriesgó su vida pensando que en Europa encontraría un futuro mejor, pero 4 años después reconoce que nunca pensó que vivir en la ilegalidad sería tan duro.

Su historia es la de centenares de jóvenes que sobreviven a una vida invisible, porque sin papeles uno no existe.

“Vine aquí desde Marruecos. Llegué a Tánger el 23 de octubre de 2016 y estuve allí hasta el 4 de noviembre, día en que nos embarcamos en una patera hacia Tarifa. Era la primera vez que me subía a una embarcación, tenía mucho miedo porqueni siquiera sé nadar.”

Nacido en el seno de una familia numerosa de la región de Kaolack, Amadou empezó a estudiar matemáticas en la Universidad Cheikh Anta Diop de Dakar. No tenía la intención de marcharse de Senegal, su objetivo era servir a su país y ser alguien de éxito. Pero la situación económica era insostenible y siguió el consejo de un hermano mayor que le recomendó buscarse la vida en Europa.

Como muchos jóvenes, Amadou planeó este viaje sin saber qué le esperaría al cruzar el Mediterráneo. No tenía ni idea de que las autoridades le trasladarían a un CIE nada más llegar, no tenía ni idea del frío que podía llegar a hacer en pleno noviembre y aún menos cómo podría ganarse la vida.

Ahora vive en Vilanova i la Geltrú, una ciudad costera entre Barcelona y Tarragona. Como él, son muchos los que venden sus mercancías en las calles principales de la ciudad y recorren las playas de la zona. “No me gusta lo que hago, no me gusta ser vendedor ambulante. En verano trabajamos mucho, unas 10 u 11 horas, en invierno hacemos lo que podemos en función del día. Cada día es diferente y no se puede predecir cuánto ganaré o si ganaré algo”.

Estar aquí es para Amadou mejor que estar en Francia, porque asegura que la población de aquí es más tolerante. Sin embargo, él y sus compañeros han sufrido el racismo tanto institucional como el  de ciudadanos anónimos. Lo que le llama más la atención, dice, es cuando la gente les saca fotos sin permiso y las cuelga en las redes sociales. “El otro día vimos en Facebook una foto nuestra y de nuestras mercancías criticando que las tiendas no pudieran abrir por las restricciones sanitarias pero nosotros podíamos seguir vendiendo.”

Amadou y sus compañeros tienen un sistema de ayuda mutua en el que colaboran cuando a uno de ellos le falta dinero. Viven en grupo, pagan el alquiler y las facturas y lo que sobra lo envían a la familia en Senegal. Ser capaz de enviar dinero, por poco que sea, es un motivo de orgullo tanto para ellos como para las familias que lo reciben. Es una muestra de que las cosas les van bien, de que no han hecho el viaje en balde, aunque en muchos casos es un espejismo. “Mi familia piensa que tengo unas buenas condiciones de vida, que tengo muchas más cosas de las que tienen ellos. En realidad no es así, no vivo mejor que ellos y hay días que no vendo nada. Aunque intento decirles la verdad, muchos no me creen.”

Senegal, como otros países vecinos, es un país que se va quedando sin población joven, un fenómeno que recuerda dolorosamente al pasado colonial cuando el comercio esclavo secuestró a millones de jóvenes en África del Oeste. Sin un futuro ni un trabajo, muchos jóvenes sienten la necesidad de ayudar a sus familias emigrando a Europa. A veces es por presión familiar, otras veces es por presión entre los mismos jóvenes que les empuja a arriesgarse con tal de parecer hombres valientes que pueden sostener a sus familias. En estos casos, el viaje lo emprenden de escondidas a la familia, que en algunos casos conocen la notícia cuando ya es demasiado tarde.

Poco a poco, las zonas rurales y costeras se van vaciando de brazos jóvenes para trabajar y solo van quedando niños y mayores. Además, la migración es mayoritariamente un fenómeno masculino, por lo que deja a muchas esposas, hermanas, madres, e hijas solas en el país.

Amadou confirma que es más dificil para las mujeres venir hasta aquí. A menudo, explica, es por el hecho de que viajan solas con sus hijos y entonces se les hace complicado trabajar y mantener a sus pequeños. De hecho, en su patera solo había hombres y se ha cruzado con pocas mujeres a lo largo de esta periplo.

Amadou conoce algunos jóvenes que, hartos de vivir en la precariedad, deciden volver al Senegal. Son los que han perseguido un sueño inalcanzable pero que al final han visto como ganaban menos dinero que en su país. Le pregunto si él se encuentra en este punto, pero él siente que puede aguantar unos años más. Quiere formar una familia, pero sin papeles no lo ve viable.

Tener papeles lo es todo. Significa tener una situación regularizada, no sentirse perseguido y sentirse igual que los demás. Significa cursar unos estudios, obtener un contrato de trabajo, poder visitar a su familia en Senegal y fundar una familia. Pero la ley española es implacable y deja poca esperanza a los que aspiran a sentirse uno más en la sociedad.

A pesar de todo, Amadou no se arrepiente de haber venido. Cuando le pregunto qué le aconsejaría a un joven dispuesto a migrar, responde “Le diría que no hay nada asegurado en esta aventura, que es muy arriesgado y peligroso, que no tendrá papeles ni trabajo, pero que si aun así lo quiere intentar, que evite cruzar el mar en patera. Le diría que intentara venir por otros medios.” 

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