La mayoría de quienes piden la eutanasia quieren que se acabe con su dolor y que no les traten como una carga

Margarita Saldaña, autora del libro ‘Cuidar’, reflexiona acerca de la importancia de acompañar a los enfermos: “Uno de los aprendizajes de la pandemia es que todas las personas somos susceptibles de enfermar y que también somos capaces de cuidar”.

Fuente: Vida Nueva digital

Margarita Saldaña es una de esas personas que, desde cuidados paliativos, viven cada día con el sufrimiento de muchas personas. Hace unos años vivió, a través de su acompañamiento a Andrea, una auténtica aventura que más tarde reflejaría en el libro ‘Cuidar’ (PPC). Ahora, con la ley de la eutanasia recién aprobada en España, reflexiona con Vida Nueva sobre la importancia de los cuidados y de ayudar al enfermo a devolverle el sentido a su vida, sean cuales sean las circunstancias.

PREGUNTA.- Se cumplen tres años del fallecimiento de Andrea, protagonista de ‘Cuidar’. Supongo que se entremezclan los sentimientos de nostalgia, de paz por haberla podido acompañar en la última etapa de su vida…

RESPUESTA.- Los aniversarios son siempre ocasiones propicias para releer lo vivido. Con el paso del tiempo, se va produciendo un decantado natural de la experiencia. Siempre queda un fondo de nostalgia y de ausencia, pero lo que emerge ahora con gran dinamismo es el agradecimiento por la aventura que vivimos juntas.

P.- En su libro ‘Cuidar’ define los cuidados como una aventura, ¿por qué? ¿En qué consiste exactamente cuidar de alguien?

R.- ¡Cuidar no es una ciencia exacta! Es todo lo contrario: una aventura en la que corremos ciertos riesgos y descubrimos maravillosos paisajes. Es también, me gusta decir, una “buena aventura”, una “bienaventuranza”: felices los que cuidan, porque se adentrarán en las entrañas de lo humano.

P.- El Papa habla muchas veces de no caer en la ‘cultura del descarte’. ¿Qué puede aprender de los ancianos y los enfermos una sociedad que muchas veces les “descarta”?

R.- Efectivamente, estamos construyendo una sociedad tan basada en la eficiencia que niega el valor de todo aquello que “no sirve para nada”, incluidas las personas. Los ancianos y enfermos, con su sola presencia, desenmascaran estas claves que nos deshumanizan gravemente, y nos invitan a descifrar la dignidad humana, grabada de manera inalienable en cuerpos a veces muy quebrados.

Cuidados que dan sentido

P.- ¿Somos conscientes de que todos necesitaremos ser cuidados o vivimos obviando esta realidad?

R.- Hasta ahora, hemos vivido como si no fuéramos a morir, pero un virus que mide una diezmilésima de milímetro ha puesto de manifiesto nuestra realidad vulnerable. Uno de los aprendizajes que nos deja la pandemia es que todas las personas somos susceptibles de enfermar y que también somos capaces de cuidar.

P.- Parece que, como sociedad, tendemos inconscientemente a adjudicar los cuidados a las mujeres de las familias. ¿Es algo que debemos asumir entre todos?

R.- Cuidar ha sido hasta tiempos bien recientes una labor realizada en casa, y el espacio doméstico ha estado tradicionalmente atribuido a la mujer. Sin embargo, todas y todos somos responsables de hacernos cargo de la vida, no solo de transmitirla a nuestros hijos sino también de acompañarla hasta el final. Cuidar no es una cuestión de género, sino de inteligencia, de entrañas y de convicción.

P.- Usted trabaja actualmente en cuidados paliativos. Desde su experiencia, ¿piensa que se puede, a través de los cuidados, ayudar a que el anciano o el enfermo vuelva a encontrar sentido a su vida? 

R.- Todos los días acompaño a personas que, cuando dicen que quieren morir, lo que en realidad dicen es: quiero existir para alguien, quiero seguir siendo útil, quiero que mi dolor físico sea controlado… Es más rápido y más barato para una sociedad legalizar la muerte que acompañar a una persona a descubrir nuevos cauces de sentido para su vida, pero se puede… En eso consiste quizá, finalmente, el arte de cuidar…

P.- ¿Qué ha sentido cuando en estos días ha visto que el Congreso aprobaba la ley de eutanasia?

R.- En primer lugar, un gran enfado por las circunstancias en las que se ha tomado una decisión tan grave: en plena crisis, sin un debate social de calado y en medio de una gran desinformación. Siento que fracasamos como sociedad cuando creemos que legalizar la muerte es un signo de progreso. Lo verdaderamente progresista es apostar por la vida y poner a su servicio todos los recursos necesarios. Trabajando en cuidados paliativos, me sobran los dedos de una sola mano para contar las personas que han llegado pidiendo la eutanasia por motivos filosóficos; la mayoría de la gente que desea “la inyección”, en realidad está pidiendo que controlen sus dolores y que no la traten como una carga para su familia y para la sociedad.

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