Por Jorge Lara
Sin caer en mitificaciones, historiadores serios como Joseph Pérez o José Antonio Maravall o Julio Valdeón nos aportan claves que merece la pena conocer y tener en cuenta en la actualidad. No fue un planteamiento nacionalista al uso actual, y por eso resulta chocante cuando se apela a los comuneros para justificar posturas nacionalistas o por el contrario cuando se ve a Castilla como cuna y beneficiaria del centralismo estatal, cuando Castilla es la que más sufrió ese centralismo. Y tampoco es fundamental el apartado bélico militar. Sin embargo, sí merece la pena profundizar en el aspecto revolucionario que supuso ese acontecimiento histórico.
Los historiadores constatan que aunque hubo ese componente militar, esto fue forzado por la situación cambiante, pero se había tratado de hacer un levantamiento legitimado y pacífico. Hubo por ejemplo un fuerte intercambio de cartas entre las ciudades movilizadas con el bando real, (en concreto con el Cardenal y el Almirante) tratando de razonar y buscar soluciones negociadas, que incluso fueron entendidas en parte por el propio bando real. Se llegó a afirmar por parte del condestable su sorpresa porque “se lucha con tinta y papel”. Además de la labor agitadora de muchos frailes con esa preocupación de formar una opinión pública y grupos de militantes que se entregaran a la causa.
Las reivindicaciones evolucionaron de algunas quejas concretas, hacia un auténtico programa político administrativo y económico. Tendían a reforzar el papel del reino –a través de las Cortes- frente al poder creciente del rey, así como a ampliar la representatividad social en los municipios y Cortes. Deseaban establecer un cierto control sobre los cargos y oficios públicos y beneficios eclesiásticos. Mejorar la administración de justicia. Preocupación por los intereses económicos de Castilla (mercantilismo), impedir la salida de oro y plata (fuga de capitales), protección a la industria textil, oposición a nuevas cargas fiscales, defensa del patrimonio real frente a su entrega a los nobles. A medida que las reivindicaciones fueron más serias y profundas se causó la deserción de los elementos más moderados que no querían cambios tan profundos sólo algunas reformas.
El programa político del movimiento comunero
Fue importante la práctica política que se llevó a cabo, la comunidad era un movimiento de democratización: el pueblo llegó a intervenir muchas veces de forma tumultuosa, pero también hubo asambleas de barrio etc. tanto para las pequeñas cuestiones como las grandes, y se participaba en el gobierno de la ciudad y en la elaboración de las orientaciones políticas. Pero también se fue decantando una estructura representativa. En Tordesillas, la asamblea se proclamó Cortes y Junta General del Reino. Como Cortes, la asamblea reunía a los procuradores de las ciudades con voz y voto; como Junta General actuaba como un auténtico gobierno (esto provocó abandonos). El programa político se podía resumir en:
1. Rechazo del imperio: no por xenofobia, ni voluntad de encerrarse, sino para que no se sacrificara el bien común de Castilla a los intereses personales y dinásticos.
2. Relaciones Rey y reino. Se quejaban de que ante la elección imperial “el rey nuestro señor aceptó sin pedir parecer ni consentimiento de estos reinos” Esta voluntad de intervenir en los debates políticos es lo que da la tónica general del movimiento. Decían, por ejemplo: “libertad otorgada no es libertad”; la libertad política tenía que ser declarada y mantenida por el mismo reino.
3. Por eso se pretende situar a las Cortes como la institución más importante del reino limitando el poder real. Aunque se mantenía la tradición de representar sólo algunas ciudades, la composición variaría, pues cada ciudad estaría representada por un representante del clero, uno de los caballeros y escuderos y otro de la comunidad, los pecheros.
4. Además, los procuradores tenían la obligación de dar cuenta de su mandato a sus electores. Sobre todo, se pretende que las leyes obliguen tanto a los súbditos como también a los príncipes, pero el reino es el que debe tener la última palabra. Esto se apoyaba ya en teorías tradicionales y escolásticas de la Edad media, pero con un aire moderno, teorías que los teólogos españoles repetirán todavía tras la derrota de las Comunidades pero que ya no tendrán alcance práctico.
Lo importante es, pese a algunos rasgos tradicionales, el carácter absolutamente innovador de este programa en el plano de la teoría política. Pero esto en un país en que la burguesía era relativamente débil y además dividida lo que causó en buena parte el fracaso final. Para algunos acaeció demasiado pronto, y porque el convencimiento que mostraron muchas ciudades no era similar al de otras más conservadoras, más dominadas.
La derrota de los comuneros supuso la consolidación definitiva de la decadencia (iniciada bastante antes) de las instituciones de carácter comunitario en Castilla, y la imposición sin trabas de un modelo político autoritario, pero fue una oportunidad grande para haber cortado ese proceso. ¿Podríamos seguir aquella estela?