Fuente: magnificomargarito.com

Miguel Delibes no fue ese hombre solitario que escribía novelas. Tampoco fue un catedrático de derecho mercantil con familia numerosa ni un aficionado al fútbol que huía al campo en cuanto podía a pescar truchas y cazar perdices rojas. Miguel Delibes fue, ante todo, un periodista y gran parte de su producción literaria es periodismo disfrazado de ficción para saltarse la censura, periodismo sin limitación de papel. No fue un periodista cualquiera. Miguel Delibes fue un periodista integral, comprometido con la defensa de la libertad a lo largo de toda la dictadura y con la responsabilidad de dar voz a los débiles. Porque eso es el periodismo para él: una herramienta para contar lo que pasa y poner contra las cuerdas a los que precisamente no quieren que se sepa lo que pasa. Es decir, al Régimen. Lo hizo durante toda su carrera. Su lucha contra la censura es constante, beligerante, incesante. Su postura le supuso una persecución por parte del franquismo de la que poco se habla. Del mismo modo, Delibes fue un creyente convencido, lo cual no solo supone mantener, como mantuvo, una postura contraria al aborto sino, por coherencia, también una oposición frontal a la pena de muerte.

Un ejemplo de su compromiso por la libertad y contra la pena de muerte podemos verlo en su postura ante el ‘Proceso de Burgos’, en el que se pidió pena de muerte en Consejo de Guerra a dieciséis miembros de ETA. Quizá resulte redundante, por conocido y evidente, reincidir en que la postura de Miguel Delibes no tuvo nada que ver con una simpatía hacia la banda terrorista, más bien lo contrario: demostró que las convicciones firmes no dependen de nada, y la defensa de la vida tiene igual sentido si la vida es la de un terrorista o la de un bebé. El quinto mandamiento no viene con anexo.

En 1970, España ya era, socialmente, otra cosa. El comienzo del fin de la guerra fría, la llegada de Kennedy y de Jruschov a los gobierno de Estados Unidos y de la Unión Soviética, respectivamente, y los cambios en el catolicismo que supuso el Concilio, pusieron sobre el papel un nuevo tiempo. Incluso la abogacía española se mostró contraria a la pena de muerte en el Congreso celebrado en León unos meses antes, en junio de 1970. En este contexto, el 20 de junio de 1970, Miguel Delibes empieza a escribir un diario en el semanario ‘Destino’ que, finalmente, publicaría en 1972 bajo el título ‘Un año de mi vida’. En dicho diario encontramos varias anotaciones sobre el ‘Proceso de Burgos’ que dejan clara su postura.

«6 de diciembre. – De acuerdo con el Padre Llanos, que no aspira a otra cosa que a servir a sus semejantes, hemos enviado al ministro de Justicia un escrito, firmado por los dos, en el que hacemos constar nuestra propuesta por el hecho de que no sea un tribunal ordinario el que juzgue a unos ciudadanos civiles y nuestra repulsa porque aun perdure en el país la pena de muerte. Carta al margen, es paradójico que en España exista la última pena y no exista la cadena perpetua. El castigo debe procurar la recuperación del delincuente y resulta obvio que los únicos seres no susceptible de recuperación son los muertos. La pena de cadena perpetua podría servir para aquellos reos cuya peligrosidad habitual llevara a sus jueces al convencimiento de que su rehabilitación es imposible».

Efectivamente, el día antes, envía junto al Padre Llanos S.J., -del que Umbral decía que parecía «el obispo de la miseria con chaqueta de jubilado»- una carta al ministro Oriol en la que expresa lo indicado en su diario junto a su consideración de la pena de muerte como correspondiente a «un estado infantil de la cultura, ya que no respeta el derecho de todo hombre a la vida. La labor de la sociedad culta es corregir a los que considere culpables».

La respuesta del ministro se da el 10 de diciembre. Es un documento grotesco que hoy resultaría escandaloso por su descaro, manipulación y nivel de demagogia. Pero eran otros tiempos y el Régimen era lo que era. Llega a decir, Oriol, entre otras cosas, que «la única violencia necesaria es la que cada uno ha de hacer contra si mismo para luchar contra el pecado». Recuérdese que estas palabras se las dirige también al Padre Llanos, un sacerdote, por lo que el tono provocador es evidente. Les pide en la misiva que creen opinión para que «la sociedad deje de ser tan infantil y alcance así una madurez en la que pueda darse la libertad».

Llanos informa a Delibes de esta carta a través de otra fechada el día 12, en la que con un tono desesperanzando y con cierto hartazgo, insta a Delibes a responder, aunque dejando claro que puede hacer lo que estime oportuno. Llanos estaba inmerso, por entonces, en una crisis existencial y se nota. Pero la confianza hacia el vallisoletano es tal que le adjunta incluso su firma en una hoja en blanco para que don Miguel la adosara a la respuesta, sea esta la que fuera.

Delibes lo recoge así en el diario.

«14 de diciembre. – El señor ministro de Justicia ha tenido la atención de contestarnos al Padre Llanos y a mi. Entiende que la palabra protesta no es consecuente con nuestra actitud de no-violencia ya que en si misma encierra una violencia. Esto es un círculo vicioso. Los más grandes no-violentos del mundo -Ghandi y Lutero King- fueron protestarios, protestatarios pacíficos pero inflexibles. Ellos deben ser nuestro ejemplo».

El documento al que hace referencia es demoledor. Esta es la primera vez que sale a la luz y, por ello, El Norte de Castilla agradece a la Fundación Miguel Delibes el acceso al documento. Por su interés y novedad, se reproduce íntegramente.

«Excelentísimo Señor:

Agradecemos de corazón su respuesta puesto que siempre hemos confiado en las grandes virtudes del diálogo. No le sorprenda, Sr. Ministro, nuestra protesta dentro de nuestro espíritu de no violencia. La protesta fue el arma de los grandes no violentos de la Historia – Ghandi, King o el Dr. Schweitzer-: protesta pacífica pero inflexible. Ni quisiera ser la nuestra y la de tantos otros españoles que, a diferencia de la que usted cita y que sin duda apoyan la constitución del Tribunal de Burgos, no podemos manifestarlo -ni amplificarlo- a través de la prensa y la TV.

No hay duda respecto a las virtudes militares que Vd. cita – valor, honor, espíritu de sacrificio-, pero es evidente que, en formación profesional, de la misma manera que el militar entiende de táctica y estrategia, debería ser el juez quien entendiera de la justicia.

Claro es, Sr. Ministro, que mediante nuestra carta no pretendemos cambiar ya el curso del proceso de Burgos, pero si aprovechamos este motivo para insistir una vez más en la inminencia de estudiar la supresión de la pena de muerte en nuestro país y sustituirla en ultimo extremo con la de la cadena perpetua para aquellos casos de reos cuya recuperación se considere imposible.

Con los debidos respetos le saludan.

P.D.  Recibimos, señor ministro, una copia de la declaración del procesado Juan Echave en Burgos. No podemos compartirla ni refutarla pero si le encarecemos, señor ministro, como cristianos, se interese por la suerte de los detenidos desde el momento de la detención hasta el de ser juzgados».

Se refieren Delibes y Llanos a la declaración del padre Echave Garitacelaya al consejo de guerra de Burgos el 6 de diciembre, en el que relata punto por punto una secuencia de maltrato y brutalidad policial cuya lectura resulta dramática. El propio Padre Echave denunciaría años después a Felix Criado por haberle torturado «salvajemente» en la cárcel concordataria zamorana en abril de 1969. Esta querella es la presentada en Argentina contra los crímenes del franquismo que juzga hoy la jueza Servini. La presencia de dos sacerdotes entre los encausados – Julián Calzada Ugalde y el citado Juan Echave Garitacelaya- hizo que la propia Iglesia se presentase como parte interesada.

El diario sigue.

«25 de diciembre. – Para que nada faltase al clima de Navidad, hubo nieve y un gesto de sensatez por parte de la ETA: la liberación del cónsul Beihl. (…)

28 de diciembre. – La sentencia de Burgos con nueve penas de muerte (tres dobles) me ha angustiado. Todavía faltan, es cierto, el pronunciamiento del capitán general y el derecho de gracia del Jefe del Estado, pero estas tres penas dobles me dan mala espina y destruyen por completo mis previsiones sobre este asunto y a las que hasta ahora se habían ajustado los hechos de manera sorprendente.

30 de diciembre. – Cuando regresaba de cursar un telegrama a El Pardo, pidiendo clemencia para los condenados a muerte en Burgos, me encontré en el periódico con la noticia de su indulto. Había una gran alegría en la redacción, a la que me uní sin reservas. La medida no solo me parece humanitaria, sino de suma prudencia política. ¡Qué alivio, Señor!»

No todo fue coser y cantar. El 18 de diciembre de 1970, Vergés -el editor de Delibes- traslada al periodista que había estado reunido recientemente con el director general de prensa, quien le había advertido sobre Delibes mostrándole sus textos subrayados. «No sé donde acabaré. Me quieren a mi», le advertía Delibes cuatro años antes al propio Vergés con motivo de su cese como director por parte de la censura. Y la persecución seguía. Y siguió. Fue algo constante y, literalmente, deprimente para él. Delibes pudo optar por ponerse de lado, como hicieron otros, y refugiarse en la Academia y sus éxitos literarios. Pero él no era así. Delibes no calló. No lo hizo nunca y tampoco, como vemos, durante este proceso. Es el modo de actuar consecuente y firme de uno de los periodistas a los que más debe la libertad de expresión en España. Y, sobre todo, es el modo de actuar de un ser humano excepcional.